Chimaltenango

San Juan Comalapa, el pueblo cuyos habitantes llevan el arte en la sangre

Armonía, color, historia, arte y más arte es lo que se respira en cada rincón de San Juan Comalapa, Chimaltenango, donde es común ver a  niños, adultos y ancianos expresar su talento en escultura, poesía, cine y música, pero en especial en pintura.  

Uno de los principales atractivos de San Juan Comalapa son los murales pintados en las paredes del Cementerio General, los cuales le dan la bienvenida a los visitantes. (Foto Prensa Libre: Álvaro Interiano)

Uno de los principales atractivos de San Juan Comalapa son los murales pintados en las paredes del Cementerio General, los cuales le dan la bienvenida a los visitantes. (Foto Prensa Libre: Álvaro Interiano)

En ese pintoresco poblado, a 82 kilómetros de la capital,  habitan más de 45 mil personas, quienes testifican que el arte es una herencia genética que ha  transformado su vida, la de sus familias y la de la comunidad.


Sentado en un banco, a un costado de su galería, en  la calle principal del pueblo, Julián Gabriel, de 54 años, comenta que el talento y la creatividad son cualidades propias que por más de un siglo los han distinguido.

“Hay algo que viene en la genética de los comalapenses que hace inevitable hacer arte, la cual se refleja en  los paisajes pintados en postes del alumbrado público, piletas,  murales sobre las paredes del Cementerio General y galerías de arte”, expresa Gabriel.

El artista comenta que gracias a sus habilidades artísticas innatas, que perfeccionó con el pasar del tiempo, ha participado en decenas de exposiciones nacionales e internacionales, al igual que su hermano Iván, su tutor.

Mientras prepara los materiales para su primer lienzo del día, Julio Chixín, uno de los primeros artistas locales, cuenta que  durante años las pinturas primitivistas —creación de composiciones que representaban la vida de los indígenas, tradición y valores de la comunidad— han sido reconocidas por su calidad y la exactitud de las manos de los artesanos para plasmar en los lienzos las costumbres y tradiciones del pueblo Kaqchikel.

Todo comenzó en la década de 1930, cuando Andrés Curruchiche se interesó en el arte de pintar al óleo, y su creatividad le dio la oportunidad de exhibir sus trabajos en Estados Unidos.

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El éxito del pintor a escala mundial con sus trabajos primitivistas lo motivó a enseñar la técnica a las nuevas generaciones.
Así surge una segunda generación integrada por unos 15 pintores, entre ellos, su hijo, Vicente Curruchiche, Santiago Tuctuc, Iván Gabriel, Noé Salazar,  Julián Chex y  Silverio Sotz. En la década de 1980 nace la tercera generación,  compuesta por un grupo de mujeres que optaron por el estilo surrealista —pinturas de paisajes con mezcla de primitivismo—.

Elena Curruchiche cuenta que al inicio la mayoría de las artistas indígenas fueron autodidactas, pues carecían de formación aca démica, pero conforme pasaba el tiempo su interés por destacar crecía, por lo que recibieron cursos de dibujo y pintura que les permitieron mejorar su trabajo para que  fuera mejor aceptado y cotizado.


Así es San Juan Comalapa. (Video: tomado de Youtube)

Convencidas de su amor por el arte, crearon el Grupo de Pintoras kaqchikeles de Comalapa con el que cumplieron su sueño de dar conocer el trabajo artístico de la mujer indígena y al mismo tiempo agenciarse de fondos.

“Quisimos preservar el arte y proteger lo que han dejado nuestros ancestros, además de promover que las próximas generaciones continuarán con la tradición familiar”, expresa.

Mientras recuerda su trayectoria artística, Curruchiche asegura que el legado de aprender a pintar cambió su vida y la de su familia, pues gracias al arte que “lleva en su ADN” ha participado en varias exposiciones artísticas nacionales e internacionales como en El Salvador, Estados Unidos y Taiwán, donde ha sido exaltada por sus obras con temas relacionados a las tradiciones arraigadas de la población y el trabajo de la mujer indígena.

Elena Curruchiche reconoce que de no haber tenido la oportunidad de dar a conocer sus dotes artísticos sería ama de casa y muy probablemente se dedicaría  a la producción de dulces de feria, realidad de muchas comalapenses.

Herencia

En el pueblo, los  apellidos Bal, Colaj, Cumes, Curruchiche, Chali, Chex, Miza, Mux, Nicho, Telón, Tuctuc, Perén y Yol tienen un representante en diferentes artes: artesanos textiles, cineastas, escritores, músicos, pero sobre todo, pintores.

“La pintura de ese municipio es producto de la creatividad y talento innato de sus habitantes. De esa cuenta, no resulta extraño ver a las familias unidas por medio de la plástica en sus talleres improvisados en la sala o patio de sus modestas viviendas”, dice el sociólogo Jorge Muñoz, quien ha elaborado varias investigaciones al respecto.

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La antropóloga Sara Escobar dice que las viejas creencias de los mayas han pervivido, y que están plasmadas en el arte actual.

“Se debe tomar en cuenta que el desarrollo interno de estas pinturas hace eco tanto en sus orígenes como en el contexto actual que vive el artista indígena”, señala.

Delfino Sajcabun, uno de los pocos historiadores locales, indica que  San Juan Comalapa también es cuna de célebres músicos que se iniciaron con el insigne maestro Rafael Álvarez Ovalle, autor del Himno Nacional de Guatemala.

Hay algo que viene en la genética de los comalapenses que hace inevitable hacer arte, el cual se refleja en la pintura y música”.


A decir del historiador, la mayoría de comalapenses, desde pequeños, muestran interés y habilidad por el arte en sus diversas formas de expresión, lo cual  atribuye a una vocación nata y herencia genética.

Tal aseveración es respaldada por el artista visual Édgar Rolando Calel Apen, quien cuenta que mucha gente en ese lugar  hace arte sin saberlo y muchos de sus trabajos vienen de las prácticas ancestrales.

“Los niños hacen competencias en las que ponen en práctica su talento y es ahí donde van descubriendo su talento. A través del intercambio  se dan cuenta de que no están solos y de la importancia del arte”, expresa Calel, quien se ha convertido en un referente del arte nacional actual gracias a sus exitosas obras.

Su trabajo es una búsqueda permanente de traducción de la cosmovisión maya kaqchikel a lenguajes contemporáneos.
“Me inspiro en las vivencias de sus antepasados, junto con mi forma de vivir la naturaleza, sueños y espiritualidad”, refiere.

Calel, como el resto de pintores, comprendió hace muchos años que la pintura, su arte, tiene valor y que es muy cotizado en el extranjero, pero que necesitan apoyo para promoverlo y seguir plasmando sus ideas.

Añade que uno de sus sueños es que las autoridades gestionen un Centro Cultural Artístico en el municipio, que promueva el arte, la cultura y el  turismo.

Exponentes

La fama que las obras de arte de Comalapa han acaparado hace que este municipio, también conocido como La Florencia de América, sea visitado por turistas de todo el mundo, de acuerdo con los registros con que cuenta el Museo de Arte Maya, en donde se exhiben cientos de cuadros.

Al igual que dicho museo, existen más de 20 galerías que exponen y venden pinturas y, según los pintores, cuando el autor es de renombre los cuadros, de regular tamaño, cuestan hasta US$6  mil  —unos Q45 mil—.

Otra de las características de las obras de este lugar es que cada pintura es original y no es repetida por su creador, por lo que piden a las personas que violan los derechos de autor que los respeten y no  los reproduzcan.

Verdaderos

Sin duda, la pintura constituye una ocupación importante en Comalapa, pues hay muchos jóvenes que se dedican a las artes visuales; sin embargo, los pintores establecidos hacen una distinción entre los “verdaderos artistas” y los “pintores comerciales” que pintan para vender.

Esa clasificación refleja las tensiones que han resultado de la competencia por un mercado limitado para las pinturas en el lugar.

“Desde sus inicios hasta la fecha, las pinturas han sido una actividad artística-económica que ha contribuido en mayor o menor medida al sostenimiento del hogar y ha puesto en alto al municipio”, expresa Francisco Otzoy, artista primitivista y encargado de la Casa de la Cultura local.

Otzoy cuenta que por 50 años la pintura fue una ocupación masculina en el municipio. Fue en los años 1970 que surgieron las primeras pintoras. 

Comenta  que la multiplicación de artistas del pincel ha provocado celos y competencias porque el mercado es limitado para obras que son adquiridas por personas de clase media y alta.

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“Los mismos pintores manejan una distinción entre verdaderos artistas y pintores comerciales”, dice. En la actualidad, aunque no se cuenta con un registro oficial de la cantidad de pintores, se estima que unas cinco mil personas se dedican a ese arte.

Apoyo

Amílcar Simón, representante de la Comisión Municipal de Cultura y Deportes, comenta que con el fin de promover y proteger el arte local, así como atraer turistas, organizan y  ejecutan actividades y proyectos culturales en los cuales participan emprendedores, deportistas, artesanos textiles, músicos y pintores, entre otros.

Resalta que los proyectos de los murales en las paredes de algunos inmuebles y los postes del alumbrado público fueron ejecutados con el  apoyo  de la comuna y del Instituto Guatemalteco de Turismo. 

“Estamos en la disposición de apoyar a los artistas, pero es necesario que se organicen y gestionen sus demandas  a través de un comité o asociación”, dijo.

La Escuela Elemental de Música Rafael Álvarez Ovalle, en la zona 4 de Comalapa,  se encarga  de promover  el arte como medio de inclusión social y formación de valores.

El establecimiento cuenta con orquesta sinfónica, coro juvenil e infantil e imparte cursos de música, dibujo y pintura.
“Gracias al arte somos un ejemplo para el resto del país y podemos  mostrar que de un pueblo pequeño pueden salir grandes artistas”, manifestó.

Imágen de Andrés Curruchiche, pintor de Comalapa, Chimaltenango. (Foto Prensa Libre: Álvaro Interiano)
Precursor

Andrés Curruchiche nació el 19 de enero de 1891 en San Juan Comalapa y falleció a los 78 años, después de haber conquistado numerosos laureles para la patria y de haber dado a conocer el arte nacional en América, Europa y Asia.

En 1930 se dedicó a plasmar las costumbres y tradiciones de Comalapa como casamientos, bautizos, procesiones, entierros, cofradías, posadas y Semana Santa, entre otros.

Su primera obra la vendió en la feria de Jocotenango, en la capital, y en 1959 expuso en una galería en Estados unidos. Un año después el Gobierno de Guatemala reconoció sus méritos y le otorgó la Orden del Quetzal.

 

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