Ciudades

Una vida junto a los muertos 

Una lata vacía de frijoles es utilizada como olla para cocinar dos tomates. El humo que emana  dentro de la humilde vivienda  impide una visibilidad clara, aunque para Maximiliana García, de 74 años, es algo normal.

Maximiliana García y su esposo Catalino, quienes cuidan el cementerio de la zona 3 de Huehuetenango, se disponen a almorzar en su vivienda. (Foto Prensa Libre: Mike Castillo)

Maximiliana García y su esposo Catalino, quienes cuidan el cementerio de la zona 3 de Huehuetenango, se disponen a almorzar en su vivienda. (Foto Prensa Libre: Mike Castillo)

Su vida y la de su esposo Catalino López, 79, pasa con más penas que glorias. Durante  el conflicto armado interno huyeron de una comunidad de Chiantla, Huehuetenango,  a la cabecera, donde se convirtieron en guardianes del cementerio.

Son las 13 horas y su almuerzo será chirmol de tomate con tortillas, uno de los pocos alimentos  a los que   tienen acceso, debido a que por su edad no pueden trabajar y no tienen esperanza de que familiares los ayuden porque viven en condiciones de extrema pobreza.

Agradecido

A su edad, López agradece a Dios  por lo poco que encuentran cada día para alimentarse. Asegura que logró   tramitar su documento personal de identificación con el que recibe del bono del adulto mayor —Q400 al mes—  que no es suficiente ni para cubrir lo básico.

Con ese dinero la pareja  compra maíz y frijol, el resto de productos de la canasta básica no llega a su mesa. Con suerte y por caridad de vecinos o grupos de estudiantes consiguen pasta, café, azúcar y otros.

Recuerda que durante el conflicto armado interno  migraron a la cabecera  y  el Comité del Cementerio de  la zona 3 de esa ciudad   les ofreció un predio para construir la casa donde viven desde entonces, a cambio de que fueran los guardianes del lugar.

Sin temor

“Por la guerra nos tuvimos que venir, porque por un lado  era el Ejército y por el otro la guerrilla y  amenazaban con matarnos. Para salvar nuestra vida migramos para cuidar a los muertos”,  dice entre  carcajadas López.

Con una sonrisa que deja en evidencia el paso de los años, por la pérdida de su dentadura, García confirma que con lo que su esposo recibe por el programa social compran un quintal de maíz a Q150 y una tarea de leña, a Q200, combustible que utiliza para cocinar.

“Le tenemos más miedo a los vivos que a los muertos”, expresa García al consultarle si tienen temor por vivir en el camposanto, un trabajo por el cual no reciben remuneración. 

Relata que algunos visitantes en ocasiones le dejan Q5 o Q10. Estudiantes universitarios les han llevado alimentos, pero eso no ocurre todo el tiempo. “Hay gente buena que nos ayuda, pero la mayor parte del tiempo carecemos de todo, menos de enfermedades, porque eso si nos abunda”, indica García.

El mismo destino

Para muchas personas, dejar la cama cuando inicia el día es complicado; sin embargo, para Catalino López y Maximiliana García, guardianes del cementerio de la zona 3 de Huehuetenango, la jornada empieza  antes de que salga el sol.

Levantarse temprano para hacer fuego y preparar café  es una costumbre que no se puede dejar. Sin importar el frío, el horario siempre es el mismo.

A las 6  horas doña Maximiliana lava el maíz y lo lleva al molino, luego prepara tortillas para el desayuno. Su esposo sale en busca de cualquier cosa para vender o conseguir alimentos. En sus tiempos libres cuida una cabra que les regalaron.

El cementerio que cuidan es uno de los más grandes  de la cabecera, aunque por tratarse de un camposanto comunitario  no hay registro de la cantidad de personas sepultadas en el lugar.

En ese cementerio fueron sepultados médicos, abogados, ingenieros, religiosos y muchas  personas humildes. “El destino  es el mismo”, sentencia López.

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