Ciudades

Voluntarios alegran la vida a otros y eso los hace sentir bien

Son héroes sin capa que con su esfuerzo, tiempo y creatividad ayudan a construir un mejor país. Su trabajo les ha cambiado la vida, como ellos se la han cambiado a miles de guatemaltecos.

Voluntarios de Fábrica de Sonrisas, durante una visita visita al hospital Roosevelt. (Foto Prensa Libre: Álvaro Interiano)

Voluntarios de Fábrica de Sonrisas, durante una visita visita al hospital Roosevelt. (Foto Prensa Libre: Álvaro Interiano)

Muchos de estos voluntarios pasan inadvertidos, aunque es posible que alguna vez los haya visto en hospitales, escuelas, parques o luego de un desastre natural, donde con una acción positiva alivian el sufrimiento.

Fábrica de sonrisas

Con  bata blanca y nariz roja, los “doctores de la risa” visitan lugares donde personas afrontan momentos  difíciles.

Jóvenes de Fábrica de Sonrisas, un voluntariado sin fines de lucro, políticos  o religiosos, asiste a hospitales, asilos, orfanatos y otros lugares de ayuda humanitaria a regalar amor y distracción. La organización nació en el 2007, por iniciativa de un grupo de amigos que quisieron hacer algo para mejorar Guatemala, y lo hacen a través de la risoterapia, que “puede cambiar el mundo”, como resalta Jenny Cahuex Cotí, directora administrativa y voluntaria, conocida como Copo de Nieve.

“Son hijos de Dios y me han enseñado la solidaridad. Me enseñan la humanidad y el valor real de las actitudes; quizás son juzgados severamente”.


El grupo  trabaja en 16 departamentos  y cuenta con ocho mil 500 voluntarios, de los cuales unos mil 500 están activos. Su presencia se extiende hasta El Salvador. Quien desee  ser voluntario debe recibir cursos de globoflexia, pintacaritas y actuación, entre otros. Nombres jocosos destacan entre los participantes, como Narinas, Corazón de chocolate y Naranjita sabibú.   

“En el voluntariado encontré la mejor manera de servir, encontré cómo compartir y a través de las visitas aprendí a querer a los pacientes, quienes devuelven cariño”, relata Jenny, para quien dar un abrazo al necesitado  significa despojarse de todo. 

Maximiliano Mis Osorio, 19, originario de Samayac, Suchitepéquez, y estudiante de Administración de Empresas en el Centro Universitario del Suroccidente, ha dedicado parte de su vida a servir en varios grupos, aunque reconoce que comparte más tiempo con los compañeros de Fábrica de Sonrisas.

“Viendo redes sociales me daba cuenta de cómo muchos jóvenes participaban en diferentes actividades y por medio de los testimonios me di cuenta de que me la podía pasar bien sirviéndole al prójimo. Cuando visitamos a los enfermos en los hospitales o ancianos en los asilos nos sentimos muy bien porque los abrazamos y les damos nuestro cariño, que es lo que ellos necesitan”, afirma. 

Mientras habla con Prensa Libre en el parque municipal de Mazatenango, Maxi, como es conocido por sus amigos, reconoce que ha llorado cuando ha visto a personas  quejarse de que sus familiares no las visitan en hospitales o asilos. “Aunque uno quisiera poner corazón duro, a veces hemos llorado”, refiere.

Techo Guatemala

Una vez al año, en las calles de la Ciudad de Guatemala y Quetzaltenango se ve a  jóvenes que, con una alcancía en forma de casa, van entre vehículos pidiendo colaboración para la construcción de viviendas. Como todo voluntariado, Techo reúne a muchas personas y una de ellas es Sara Titus, de 18 años, quien desde hace dos  es voluntaria. Titus Resalta lo bueno que es ayudar al prójimo y combinar esa actividad con sus estudios.

5 mil personas movilizan los voluntariados solo en la Ciudad de Guatemala.


Techo ha construido seis oficinas regionales en Guatemala y más de cuatro mil viviendas.  Las familias beneficiadas con casa de madera y lámina pasan por un estudio socioeconómico; en otros casos se hacen investigaciones para proyectos de otro tipo que beneficien a una comunidad.

Titus comenta que cada vez que se levanta anhela ser mejor que ayer y asegura que lo logra gracias a las personas que la rodean. “El voluntariado es una oportunidad porque es un espacio en el que cada quien crece, mientra ayudas”, resalta.

La voluntaria junta sus manos y con satisfacción indica que pertenecer a Techo le ha ayudado en su relación familiar, ya que ha descubierto más su lado humano. “Mi familia me apoya”, señala. 
Techo ha cambiado la vida de muchas personas, tanto de  voluntarios  como de aquellas que han sido beneficiadas con una vivienda o proyectos.

Lleva esperanza

Todos los sábados, de 6.45 a 7.45 horas, la abogada y catedrática universitaria  Sofía Yllescas se olvida de las leyes un instante para llevar comida a los indigentes de Quetzaltenango, por su trabajo como voluntaria de Operación Panito Xela.  A pesar del cansancio por madrugar de lunes a viernes, los sábados se despierta por instinto. El reloj marca las 5.30 horas, su mente le pide darle unos minutos más de descanso a su cuerpo, pero su corazón le recuerda que hay un grupo de personas que la necesitan en el parque central de la ciudad.   

“Pertenecer a Techo me ha hecho crecer bastante como persona. Comparto con gente de todas las edades. Puedo compartir mis ideas”.


Su trabajo en favor de los demás comienza los viernes en la noche: bate unos 30 huevos y corta salchichas para cocinar al día siguiente, ese es su aporte para el desayuno de indigentes.  Otros voluntarios llevan frijoles, plátanos, pan, a veces panqueques y otros alimentos.

Cada sábado, Yllescas sale de su vivienda, en la zona 6 de Xela, y 10 minutos después llega al parque central, zona 1. Viste ropa formal, a veces un vestido y tacones, porque al concluir su labor con Operación Panito debe dirigirse a la Universidad Panamericana, donde es coordinadora de la Facultad de Ciencias Jurídicas y Sociales.

Algunos la llaman licenciada, otros simplemente seño, y varios aprovechan para saludarla o conversar algunos minutos con ella. A veces acuden personas que colaboran para servir el desayuno, pero cuando esto no ocurre los voluntarios deben hacerlo solos.

Para la profesional, los 80 a 120 indigentes que llegan los sábados son personas que le han dado lecciones de vida.  

Con un sudadero negro y en otras ocasiones con una gabacha, la abogada oculta su ropa formal y sirve  los desayunos, actividad que realiza desde hace un año, cuando contactó al grupo por medio de Facebook.

“Lo que el Señor nos manda es a amar y servir al  prójimo, es una experiencia muy especial. Mi mañana empieza sirviendo a Dios y a los demás”, es el mensaje de la profesional.

“Al principio nos costó porque ellos tenían sus reglas, pero ahora, con ya casi cuatro años de convivir con ellos, es diferente. Nos esperan en el parque central todos los sábados. No se trata solo de darles la comida, porque también los conocemos, sabemos sus nombres, platicamos con ellos y les demostramos que pueden tener una vida diferente”, indica Salvador Mendizábal, coordinador general de la  iniciativa.

Manejar el estres

“La gran plaga de este nuevo siglo es el estrés; toda le gente se enferma por estrés. Primero, para  ayudar a los demás, tenés que estar bien vos”, expresa Valeria García, voluntaria de la Fundación  El Arte de Vivir, y quien viajó desde Argentina para servir en el país. Esta fundación es una organización que desde el 2010, a través del voluntariado, enseña técnicas de respiración para manejar el estrés y las emociones.  

Por un momento García, quien es abogada, se queda callada, luego asegura que al servir a los demás “el que se siente mejor es uno”.

“Me encanta Guatemala, su comida. Para mí es importante el servicio. Dejé mi país y mi familia. Los extraño, pero es fuerte elevar los valores humanos y tener una sociedad pacífica”, dice.  

Los programas de la Fundación tienen enfoque social. Una de las áreas en las que han trabajado  es el Cambray II, en Santa Catarina Pinula, donde   enseñan técnicas para manejar las reacciones negativas que originó el deslizamiento de tierra que causó la muerte de unas 250 personas en el 2015.

Junto a  otras organizaciones, también trabajan en programas  para contrarrestar la violencia en México, Argentina y Chile, y con personas privadas de libertad, aunque en Guatemala aún no los desarrollan.

“La gente cada vez está más estresada y la visión es erradicar esos factores que provocan vivir con estrés”, explica Ana Cristina Motta, otra voluntaria.

Parte de las actividades de esta fundación es el programa Manos que Ayudan, que consiste en dar alimentos a las personas necesitadas.  

“Desde siempre supe que nací para servir, tengo una profesión de servicio, soy fisioterapista y terapista ocupacional”, asegura Elizabeth Ammon, voluntaria guatemalteca de tiempo completo. Recuerda que su deseo era ayudar en Calcuta, India, pero alguien le dijo: “¿Por qué tan lejos? Tu país te necesita”.

Para Ammon, ayudar   a levantarse al ser humano es importante. Esta organización ha trabajado en la región Ixil, Quiché, donde sus voluntarios han encontrado hermandad. 

En zonas rojas

AMG International Guatemala es otra  de las instituciones que brindan apoyo en el país a través del voluntariado. 

La organización cuenta con 30 sedes. En la capital funcionan siete y hacen su labor en zonas rojas.  También ofrecen programas de salud y empleo. Además, los padrinos colaboran con pintar escuelas, viviendas y brindan alimentación.

En la colonia La Verbena, zona 7, trabajan con 800 estudiantes.  La donación de Q200 al mes sirve para cubrir estudios, alimentos y otros beneficios.

En total tienen seis programas; entre estos, educación, protección, salud y planes vocacionales. Además prevén impartir  cursos de computación.

Alex Atehortua, de la junta directiva del Centro de Voluntariado Guatemalteco, asegura   que hay auge de voluntarios de entre 18 y 24 años, y que algunos grupos tienen adultos. 

Guatemala será este año la sede latinoamericana de voluntariado. El encuentro será en Antigua Guatemala, Sacatepéquez, del 18 al 20 de octubre.

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