Escenario

Ciudad, corazón de ruido

Ciudad, corazón de ruido; quejido que se difumina en una carcajada. Grito de niño perdido en la multitud que con algazara busca dónde comprar felicidad al dos por uno, que se pone zapatos nuevos para huir mejor de sí.

Ciudad, corazón de hormiguero —hubiese querido decir, de hormigo, pero no oí una sola marimba en los centros comerciales concurridos—, engarzada en el anillo de la historia cíclica, repetitiva, en la que cambian los rostros, pero no los actores: niños que esperan el quetzal que reciba la abuela que se afana en soplar un fuego que no enciende, debajo de unos elotes aburridos.

Marcas reales se confunden con las falsas, bastante bien imitadas; hay más camisas que hombres y más calcetines que esperanzas. Ni siquiera sabemos si somos fantasmas que vagan castigados por injusticias ajenas. Nos aturde el silencio y por eso salimos, para ver que no corremos solos.

Ciudad, corazón desnutrido: detrás de tus edificios, de tus rótulos, tus vitrinas y tus colas para pagar en la caja están los que se murieron sin ver el país distinto, los que prometieron, o se comprometieron —¿acaso no es lo mismo?— uno tras otro, a modificar este destino. En fila se han sucedido, así como las modas y los pantalones de estreno que terminan raídos. Ciudad, corazón de alarido, te deseo una Feliz Navidad.

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