Escenario

Hola, me llamo Condominio

Puede que yo sea ese vecino disfuncional de la cuadra, del condominio, del edificio de apartamentos. Es posible que sea ese ermitaño, solitario, loco que vaga por las noches con un perro. Las cámaras biológicas están encendidas y nos miran, te miran, miramos, miráis.

Soy ese jubilado, por la edad o discapacidad que se aburre y mata el tiempo dándole de comer a perros, gatos y zanates; doy vueltas en las cuadras como si fueran laberinto o la calle de una ciudad lejana.

Tal vez sea el tipo maltratador, inconsciente e irredento del cual todos se enteran que ya llegó a casa porque empiezan a llorar sus hijos y su mujer sale corriendo.

O a lo mejor soy el vecino que no le habla a ninguno, pero cuyos múltiples autos y camionetas 4×4 gritan algo con un acento extraño.

Somos muchos y el espacio se agota. Soy la doñita que fisgonea tras la cortina, y vio al tipo cuya mujer lo echó tirándole la ropa por la ventana, al taxista que vive en aquella casa y se lanza en clavado olímpico a cualquier cosa que lleve falda o a la señora de la R44, —la que tiene tres niños y no está de mal ver— que recibe visitas frecuentes. Tal vez soy ese vecino al que nunca se ve ir a laborar y siempre está descansando o lavando su auto. Soy la casa que nunca abre y parece abandonada, pero pasa la noche con las luces encendidas y la música a mediano volumen. Por eso me llamo condominio. No sé en el dominio de quién estoy.

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