Deportes

El futbol llora la extensión de los enganches tras el adiós de Riquelme

En todos los partidos el mismo ritual. La figura de Juan Román Riquelme ha sido algo tan especial en el ecosistema de Boca Juniors que alteraba el orden lógico de las cosas. Tras el 9, venía el 11.

El jugador de Boca Juniors Juan Román Riquelme (c) lidera la salida de su equipo en el partido contra Independiente disputado el 11 de marzo de 2012. (Foto Prensa Libre: EFE)

El jugador de Boca Juniors Juan Román Riquelme (c) lidera la salida de su equipo en el partido contra Independiente disputado el 11 de marzo de 2012. (Foto Prensa Libre: EFE)

Y así, el último dorsal que retumbaba en la megafonía era el suyo. “Y con el 10, Juan Román Riquelmeeeeeeeeeee”, anunciaba el recitador bostero de alineaciones mientras La Bombonera rugía animando al mejor jugador de la historia de Boca que acaba de anunciar su retirada. Se apagó el Román futbolista. Nace su leyenda.

Igual que sobre el terreno de juego, el mago de Don Torcuato ponía el balón donde gustara, Riquelme también llegó al mundo cuando lo deseó. Porque solo así se explica que naciera en el hospital de San Fernando, el 24 de junio de 1978, apenas un día antes de que Kempes hiciera carne el sueño argentino de salir campeón del mundo por primera vez.

El esfuerzo de los padres de Román, Ernesto Luis Cacho y María Ana, pudo sacar adelante a una familia de 11 hijos que apenas gozó de comodidad alguna. Riquelme, que era el mayor, nunca necesitó ningún lujo para ser feliz.

Le alcanzaba con dejarse caer por esos picados que se jugaban con pelotas descosidas en los cinco o seis potreros que rodeaban su hogar. Durante su carrera regaló grandes regates para el recuerdo, pero en ninguno puso tanto esmero como aquellos quiebres que le hacía a su madre cuando iba a catequesis. Tan pronto se iba María Ana de dejar al niño y este salía por la puerta de atrás para irse a jugar. “El mejor momento del colegio era el recreo. ¡Por fin podía darle a la pelota!”, confiesa.

Para que se la pasara en los partidos le llamaban Román, Romy, y alguno que otro, como su hermano,

Cabezón. Eran duelos con piques constantes en los que se apostaba un peso por jugador y la cantidad recaudada sufragaba los refrescos de después.

Aquellos picados en los que soñaba con ser como Maradona los sigue jugando con estos amigos hoy en día. Sucha Ruiz, Cachi Arbo y Riquelme formaban un trío inseparable. Los tres pernoctaban muchas veces en la misma casa e iban juntos a los entrenamientos. Un tiempo más tarde, la prima de Cacho despertó el interés de Riquelme. Se llamaba Anabella. Surgió una relación de la que nacerían sus tres hijos: Florencia, Agustín y Lola.

RIQUELME-2.JPG

El Barrio

Si La Bombonera fue el templo de inspiración donde volcó todo su talento, Don Torcuato es su razón de ser porque es en este barrio del noroeste de Buenos Aires donde el ídolo bostero ha vivido, tanto cuando salir adelante era un quebradero de cabeza familiar como cuando el futbol lo regó de oro. A cuadra y media de su residencia de toda la vida se compró la mansión donde vive actualmente.

Allí se pueden juntar hasta 20 para disfrutar de un buen asado. Un barrio donde la gente pelea por sacar adelante a los suyos y es feliz con poco. El escenario paradisiaco donde Riquelme pasaba sus vacaciones cuando jugaba en Europa.

Y es que Riquelme es un tipo muy familiar. “Mi hermano es el mejor amigo que me dio la vida”, afirma. Su secuestro fue uno de los peores momentos de su vida. Aunque para amor de verdad, el que profesa por su madre, que se dirige a él como el Nene. La salud de esta no se negocia, aunque el peaje por pagar fuera renunciar a la selección argentina. “Jugar con la camiseta de mi país no justifica hacerla sufrir a ella”.

En 2006 tuvo que ser hospitalizada en dos ocasiones. “Mi obligación es cuidarla”, aseguró en su renuncia. A su padre le debe el haber llegado a ser profesional. “Agradezco a mi padre que me enseñara a jugar a la pelota”, señala.

Pese a que Riquelme es una persona muy recluida en su reducido grupo íntimo de amigos y familiares, hay algo a lo que ha entregado su vida y que está a esa misma altura: el esférico: “La pelota está al nivel de mi papá, de mi mamá, de mi mujer y de mis hijos. Cuando la tratas bien, hace caso. Cuando voy a tirar un penalti o un tiro de esquina, agarro la pelota con las dos manos y le doy un beso. Lo hago porque siento que cada vez la tratamos peor. La pelota me ha dado de comer, mis hijos viven gracias a ella”. Un binomio sin límites que definió Menotti: “Cuando Riquelme tiene el balón todo es posible”.

RIQUELME-01.JPG

De sus inicios

Todo empezó en lo que parecía una tarde más en la residencia familiar de Don Torcuato. El golpe de la puerta apenas rompió el habitual bullicio que presidía siempre su casa. Quien llamaba era Jorge Rodríguez, a la postre descubridor del mayor ídolo de la historia de Boca Juniors.

Les habló a sus padres, les dijo que había visto a su hijo jugar un partido y se había enamorado. Él tenía un equipo en Bellavista, La Carpita, y quería que el niño jugara allí. A los 10 años se lo llevó a Argentinos Juniors para empezar a jugar en futbol once. Esa manera de pisar el balón merecía su ingreso en el club. Calcaba los inicios de Maradona.

La felicidad que sentía Román cuando pateaba el esférico hacía olvidar los inconvenientes. Entrenar con Argentinos Juniors era vivir cada día una aventura: dos horas de viaje en tren, a los cuales hay que añadir el viaje en autobús.

“Disfrutaba mucho en esos años. Soñaba con ser futbolista”. Por mucha pasión que Riquelme le pusiera, aquellos interminables paseos eran imposibles de sostener. Así que sentó a sus padres alrededor de la mesa, recién terminada la primaria. Con una convicción ciega les dijo que abandonaba los estudios para dedicarse al futbol. A su madre le aseguró: “No te preocupes, voy a ser futbolista”.

Su físico y su carácter introvertido le condenaban al banquillo más de lo deseable en los inicios, en La Paternal. Ante esta situación, su padre, Cacho, encaró al entrenador Carlos Balcaza: “Quiero llevarme a mi hijo a otro club”. No lo dejó y fue entonces cuando retrasó su posición a volante central. Uno de los mejores mediapuntas de la historia del futbol jugó una buena parte de su vida de canterano como el clásico ‘5’ argentino.

Llegó el estirón físico, las exhibiciones se hicieron habituales y nació un líder en el campo. Se enfrentó al Barcelona de Puyol en un torneo en Europa, en 1994. Eran años en los que, según Román, jugaba unas seis horas al día a la pelota. Y llegó el momento en que se disolvió la Generación del 78, una de las más prometedoras de la historia de Argentinos Juniors. ¿El motivo? La decisión que marcaría su carrera profesional.

Los amores

Mucho antes de que todo Boca Juniors se rindiera a su mito, Riquelme ya había entregado su corazón al equipo de la ribera. “Toda mi familia ha sido siempre de Boca y fueron felices cuando fiché”. River peleó más por él. El club millonario le puso un contrato sobre la mesa mucho más suculento: 120 mil dólares. Una oferta imposible de rechazar con el cerebro pero que sí lo frenó el corazón: “Mi madre me dijo que si me ponía esa camiseta no iría nunca a la cancha a verme. A mi representante le dije que como fuera, por la mitad de plata, me tenía que llevar a Boca”.

“Cuando le comenté esa posibilidad fue como si le hubiera anunciado la muerte de un familiar”, recuerda su agente Marcos Franchi. También se interesó el Barsa, que intentó forzar un partido para ficharlo. Al final, llegó Boca, Bilardo lo pidió y Jorge Griffa llevó las gestiones.

“Ni borracho” hubiera ido a River. Al año de llegar a Boca, el Parma ofreció 14 millones. Lo rechazó por triunfar de bostero.

Uno de los ‘10’ más recordados jugó toda la primera parte de su carrera con el dorsal 8. Ese es el número que vistió en Argentinos y con el que se dio a conocer al mundo el 10 —no podía ser otro día del mes— de noviembre de 1996, cuando debutó ante Unión de Santa Fe. En ese 2-0, La Nación le puntuó con un 8.

“¡Qué bien juega este chico!” se escuchó decir al narrador televisivo de aquel partido. En su estreno, la pelota respondió. Nunca le falló. Le devolvió con calidad la pared al Negro Cáceres para que marcara. Asistencia en su debut. Y, por primera vez, atronó en La Bombonera el clásico “Riqueeeeeelme, Riqueeeeelme”. “Un pibe que se viene”, presagió Olé. Dos semanas más tarde conseguiría su primer tanto contra Huracán.

Difícil adaptación

Pero estos inicios no fueron fáciles. Bilardo y Veira, sus dos primeros técnicos, contaban con Maradona y Latorre como enganches. Lo obligaban a jugar por la izquierda, y Román nunca se sintió bien en los costados. “Me gusta tener la pelota, agarrarla y hacer jugar al equipo”. Aún así iba dejando destellos de su descaro: en su primer Clásico ante River intentó un gol desde el centro del campo.

El 25 de octubre de 1997 se produjo un acontecimiento histórico: el último partido oficial de Maradona. El Pelusa se retiró ovacionado de La Bombonera y, en una simbólica sustitución, entró Riquelme. El testigo de la veneración de la afición cambiaba de manos. La llegada de Carlos Bianchi al banquillo hizo el resto. Al Virrey no le tembló el pulso para apartar a jugadores consagrados. A Riquelme le dio el enganche, le entregó galones y le pidió que fuera el líder del equipo junto a Palermo y Schelotto.

Nivel superior

Así se forjó uno de los mejores Boca de la historia. A los cinco meses salieron campeones. Estuvieron más de 35 partidos sin perder y Riquelme se confirmó como el crack que era: “Bianchi me hacía sentirme libre. Aquel equipo entraba a la cancha y sabía que ganaba”. El Loco Palermo se hinchó a meter goles como receptor principal de su magia: “Estaba tranquilo. Sabía que en cada partido me iba a dar dos pases de gol”.

Al buen juego y la diversión de la grada se le añadieron los títulos: dos Aperturas (1998 y 2000) y el Clausura de 1999. Pero en Sudamérica la gloria se conquista en la Copa Libertadores. Tras 22 años sin alzar el máximo entorchado continental, Riquelme lideró dos consecutivas. En la del 2000 fue decisivo con goles y asistencias contra Nacional y en el Superclásico contra River —golazo de falta en El Monumental—. La final contra Palmeiras se decidió en los penaltis. Riquelme no falló en el suyo: “Jugaste un partido excepcional. Maestro, te quiero mucho. El arquero no salió ni en la foto en tu penalti”, le dijo un eufórico Maradona al acabar el partido.

Fábula contra Madrid

Aquella Libertadores abrió la ventana por donde se coló el partido más inolvidable de Riquelme: la Intercontinental ganada al Real Madrid. Poca gente recuerda que Román fue duda hasta última hora por un esguince de rodilla. “No me lo quería perder”. Contra los Galácticos, considerado mejor equipo del mundo en ese momento, Riquelme agarró la pelota para convertirse en amo y dueño de la final.

Tan pronto la ponía larga 70 metros para asistir a Palermo en el 2-0, como bailaba sobre ella para escondérsela a los blancos, impotentes todo el partido a la hora de detectar su manera de jugar. “Quería ver si era capaz de jugar contra esos jugadores. Lo disfruté”. Casillas le arrebató la gloria total al sacar de la escuadra un libre directo. “¡Florentino, fíchalo!”, fue la portada de AS al día siguiente. Alcanzar la cima no redujo el hambre de este histórico equipo. La Libertadores 2001 repetiría campeón. Riquelme le hizo goles a Petrolero, a Junior de Colombia… Palmeiras clamó venganza en cuartos y preparó una encerrona.

No tendría tanta suerte en la Intercontinental contra el Bayern. Las lágrimas con las que Riquelme finalizó el partido, quien sabe si se podrían haber evitado de haber expulsado al árbitro a Paulo Sergio en la dura entrada que sobre él cometió. Bien anulado por los alemanes, un gol de Kuffour en la prórroga resolvió el título. Se le escapó entre los dedos el bicampeonato mundial.

Tras tanto éxito, el cobro de primas por ganar se transformó en retrasos en los pagos de los jugadores. Sólo se le subió el sueldo a Palermo. A Román no le gustó que no le mejoraran el contrato y pidieran un dineral por su traspaso. De ahí surgió el inolvidable gesto del Topo Gigio en un Clásico contra River.

Las desavenencias con el presidente Mauricio Macri, la salida de Bianchi y el secuestro de su hermano fueron el detonante. Llegaba el momento de partir, aunque nunca se fue del todo: “Cuando estuve fuera y veía a alguien jugando con la 10 de Boca, pensaba que estaba usando mi camiseta. Me decía que se la había prestado hasta que volviera”. Dejaba seis títulos en tres años. Cuando parecía que el Atlético sería su destino final, se cruzó el Barcelona y fue presentado el 16 de julio de 2002.

Finalizada la rueda de prensa de su puesta de largo, Van Gaal lo llevó a su despacho. Sobre su mesa, un montón de videos de Riquelme. Y un comentario lapidario: “Cuando tiene el balón, usted es el mejor jugador del mundo. Cuando no lo tiene, jugamos con unos menos”.

El primer día ya se vislumbraba una relación tormentosa que no dejaría triunfar a Román en la Ciudad Condal. Y eso que llegaba como refuerzo estelar para contrarrestar la llegada de Ronaldo al Real Madrid.

Mala relación

Nunca hubo feeling entre ambos. Van Gaal consideraba que si alineaba a Riquelme tendría que protegerse poniendo muchos futbolistas a su espalda. Lo ponía de extremo izquierda. Se fue Van Gaal, pero tampoco tuvo buena conexión con Antic. Jugó 30 partidos y marcó tres goles. Pese a que no triunfó, en Barcelona alumbró los sueños de un joven que llegaría a convertirse en uno de los mejores jugadores de su historia: Andrés Iniesta. El manchego invitó a Román a su boda. La llegada de Ronaldinho le obligó a salir por cupo de extracomunitarios. Esta decisión le ocasionó una profunda depresión y meditó dejar el futbol. Pero supo hallar el remedio: su carrera se relanzaría en El Madrigal.

“Soy de Boca y soy de Villarreal”. Allí pudo demostrar que podía jugar bien en el Viejo Continente y tan a gusto se sentía que rechazó al United y a Ferguson cuando lo visitó.

Con Senna a su espalda y Forlán de finalizador (le hizo ganar una Bota de Oro), llevaron al Villarreal a soñar con la Champions. Riquelme hizo al Benfica el primer gol del club en la máxima competición continental. Llegó el inolvidable penalti. Riquelme había marcado los cinco que había lanzado ese año. Y en aquel fatídico minuto 88 se esfumó el sueño.

Su carácter empezó a chocar con el de Pellegrini hasta que la fractura fue total. Le excluyó de la plantilla. El presidente Fernando Roig lo acusó de “creerse que está por encima del equipo”.

La promesa

“Volveré” dijo cuando anunció su marcha de Boca. Y llegó el ansiado regreso. “Romance de cuatro meses. Amor por siempre”, se podía leer en una pancarta al poco de llegar cedido. Con Banega a su lado y Palermo- Palacio arriba Boca tenía equipo para volver a alcanzar la gloria. Lo lograron en la Libertadores de 2007, gracias a sus actuaciones contra Toluca, Vélez (gol olímpico), Libertad y Cúcuta. En la final contra Gremio la rompió.

Marcó de falta en la ida y la puso en la escuadra en la vuelta, cuando hizo un doblete. “Es el genio del futbol argentino”, narró el periodista televisivo. Alzaba su tercera Libertadores como tres Champions tienen Iniesta, Maldini, Puyol, Roberto Carlos o Raúl.

En la mayor transferencia histórica de la Liga argentina, Boca pagó 15 millones de dólares para volver a tenerlo en propiedad tras otros seis meses sin jugar en Villarreal.

Su deteriorada relación con Palermo abrió numerosos debates en los medios. “Quien busca dañarme lo único que han conseguido es que el hincha de Boca me quiera más”.

En 2010, asistió al Loco en el gol que le convertía en máximo goleador bostero de la historia, pero no lo celebró con él. Un año más tarde, Riquelme no aparecía en la lista de invitados al partido de despedida de Palermo.

Tras unas largas e intensas negociaciones para su renovación, finalmente firmó por cuatro años. Cobraría cinco millones de dólares hasta 2014. Fue una época difícil, en la que hubo muchos enfrentamientos con el entrenador Falcioni. La hinchada siempre estuvo del lado de su crack.

“No es gracioso tener que demostrar quien tiene más fuerza entre Falcioni y Riquelme cuando hace cinco meses entre Riquelme y Maradona, la gente eligió a Riquelme”. La mejor prueba: la escultura de Román que el 2 de julio de 2011 levantó Elizabeth Eichorn en nombre de toda la afición de Boca: “Es la emoción más grande que he vivido como futbolista. Están locos, jamás podré devolver todo lo que me han dado”.

En esta etapa de declive final, hubo una excepción. La Libertadores 2012. Boca y Riquelme llegaron a la final, y se quedaron a las puertas de su cuarto título. El día de la final contra Corinthians aseguró: “Me siento vacío, no tengo más por dar”. No tenía buena relación con el técnico ni con el presidente. Se cansó de que no lo mimaran. “Solo le pido a Dios que se quede Juan Román Riquelme, que se quede para siempre, para toda la alegría de la gente”, le cantaban en la manifestación para evitar su salida.

Llegaron ofertas de China, Catar, México y hasta se habló de un posible regreso a Villarreal. No se decidió a volver hasta que Boca perdió con River. Afirmó que volvía por Bianchi “el mejor entrenador de la historia de Argentina”.

Magia

Su magia tocaba a su fin y no pudo ganarle la apuesta a su hermano, a quien le prometió que jugaría hasta los 40. Pero se despidió jugando para Argentinos, el club donde todo empezó en 1991 y donde se iba a cerrar el ciclo. Ayudó a su club de origen a recuperar la máxima categoría.

Con la Selección disputó 57 partidos y marcó 17 goles, pero le faltó vuelo. Su primer gran éxito fueron liderar las conquistas del Sudamericano Sub-20 de 1997 y el posterior Mundial junto a Samuel, Cambiasso, Aimar, etc.

Con la Selección disputó 57 partidos y marcó 17 goles, pero le faltó vuelo. Su primer gran éxito fueron liderar las conquistas del Sudamericano Sub-20 de 1997 y el posterior Mundial junto a Samuel, Cambiasso, Aimar, etc. Su logro a mayor escala es la medalla de Oro de los Juegos de Pekín. Jugó el Mundial de 2006 y fue el máximo asistente con cuatro pases de gol. Su trayectoria internacional quedó marcada por sus dos renuncias: en 2006 por las críticas a su madre y en 2009 por desavenencias con Maradona.

Ya no se le podrá ver en directo, pero quedará su recuerdo. Entre los muchos detalles de fantasía que Riquelme regaló al fútbol están una larga colección de regates increíbles. Dos eran sus especialidades: los caños y la milanesa, es decir esa manera de amagar, esconder el balón y salir por cualquier perfil que realizaba pisando el balón.

En cuanto a los caños, el más recordado fue el que le realizó a Yepes contra River en la Libertadores. Con 3-0 en el marcador y rodeado por tres rivales, Topo Gigio se inventó una salida genial: encontró la vía de escape con un caño pisando el balón hacia atrás. En uno de sus últimos encuentros, dejó un caño contra Lanús sin tocar el balón al recibir un pase.

El futbol queda huérfano de su pausa, sus pisadas, sus caños, sus pases, sus controles y la sensación de tener todo el futbol en sus botas, pese a que tenía el pie derecho más pequeño que el izquierdo.

ESCRITO POR: