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Gilda Barillas, la amiga y confidente de Marco Ciani

Los ojos de Gilda Leticia Barillas Herrera comienzan a ponerse rojos y a llenarse de lágrimas cuando a su mente llegan todos los sacrificios que tuvo que hacer para sacar adelante a sus cuatro hijos, después de la muerte inesperada de su esposo.

Gilda Leticia Barillas Herrera, madre del futbolista guatemalteco Marco Tulio Ciani Barillas, que juega con Municipal en el Clausura 2015. (FOTO PRENSA LIBRE: EDWIN FAJARDO)

Gilda Leticia Barillas Herrera, madre del futbolista guatemalteco Marco Tulio Ciani Barillas, que juega con Municipal en el Clausura 2015. (FOTO PRENSA LIBRE: EDWIN FAJARDO)

Un largo suspiro evita que explote en llanto al rememorar los insultos frecuentes que escucha de una parte de la grada escarlata hacia su hijo, Marco Tulio Ciani, en el estadio Manuel Felipe Carrera, cuando Municipal disputa sus juegos de local.

La vida de Barillas Herrera ha estado enmarcada en remar contra la corriente y superar varios desafíos para poder otorgarle la debida felicidad a sus cuatros hijos, en especial a Maquito, su hijo futbolista.

Una historia digna para que cualquier director o productor de películas, o bien de novelas, la tome y la plasme rápidamente en la pantalla chica.

“Hice muchos sacrificios para sacar adelante a mis hijos y a los sueños que en su pensamiento se conservaban, en especial el de Maquito, que como su padre quería jugar futbol, solo que de manera profesional”, relata con una voz entrecortada Barillas Herrera.

“Recuerdo como si fuera ayer que después del fatídico accidente de mi esposo —murió ahogado en el estero de Iztapa, el 2 de noviembre de 1995—, reflexioné acerca del reto que me presentaba la vida: ¿cómo sacar adelante a mis cuatro hijos, sin la presencia de mi pareja? A partir de allí fui otra mujer”, explica.

“Me puse a trabajar como loca, pero lamentablemente no me alcanzaba para darle lo mejor a mis hijos, por lo que después de meditar decidí viajar a Estados Unidos, en búsqueda de obtener mejores ingresos para mis angelitos”, añade Barillas Herrera, que en el siguiente mes estará arribando a sus 56 años.

Importante

Triste y decepcionada porque cierta parte de la grada escarlata no conoce la historia que hay detrás de su hijo, la mamá del Gato espera que algún día esa situación cambie, porque su hijo se merece un “mejor trato”.

“Nunca me pierdo un partido de él en el estadio Manuel Felipe Carrera, y me ha tocado sufrir en carne propia el odio y los gritos de varias personas rojas hacia su persona. He llorado mucho. La gente no comprende que a él le ha tocado sufrir desde su niñez. Se quedó muy rápido sin padre y tampoco tuvo la presencia de su mamá en la adolescencia. Su hermana mayor —Tania Xiomara— lo terminó de criar”, añade, con un sentimiento de dolor.

“Me siento impotente ante las consignas y críticas negativas que le hacen. Maquito no es ningún delincuente para recibir ese trato hostil, sino un futbolista que le ha tocado jugar con los dos clubes más grandes de Guatemala. Ya es hora de que esa gente madure y le dé un mejor trato”, reflexiona la madre del futbolista.

Decidida a  trabajar

Rebobinando la máquina del tiempo para detenerse en aquella decisión que la obligó a dejar a sus cuatros hijos prácticamente en la orfandad —Ciani tenía 13 años—, Barillas Herrera no se arrepiente de la vía que tomó, aunque sus miedos siempre la acompañaron.

“Fue difícil la decisión, pero me sentí arrinconada. No teníamos que comer y no tuve otro remedio. Sentí miedo de que mis hijos tomaran caminos incorrectos por la pobreza en la que estábamos y por eso me fui a Estados Unidos —febrero de 2001—. Estuve limpiando casas, oficinas y supermercados; también laboré como lavadora de platos en un casino. Fue algo muy duro y cansado en los seis años que pernocté allá —regresó en mayo de 2007—”, refiere.

“Siempre anduve escondiéndome de las autoridades porque estaba sin papeles, pues tenía miedo de que me mandaran de regreso a Guatemala. Nunca estuve en paz y el temor siempre me consumió, pero a veces eso se me olvidaba cuando por ejemplo escuchaba la voz de Maquito contándome de sus sueños de futbolista y de que le había gustado la ropa deportiva que le había enviado en su encomienda, junto a sus zapatos de futbol; eso sí, todo era de segunda mano porque nunca compré en almacenes reconocidos”, agrega.

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Felicidad

Con sentimientos encontrados por la decisión que su hijo varón menor tomó de ser futbolista profesional, el sendero opuesto a lo que ella anhelaba —un título universitario—, Barillas Herrera nunca le prohibió a Marco Tulio seguir lo que su corazón le dictaba.

“Desde que se iba con su papá a los campos de futbol, supe que le gustaría ese deporte. Sin embargo, uno siempre quiere que su hijo tenga un título universitario; pero no tuve de otra que apoyarlo, con la condición de que terminara su carrera de educación media”, resalta la Vieja, como le llama Marco Tulio.

Sin palpar la dimensión de los éxitos que el Gato Ciani encontraría rápidamente a través del futbol, Barillas Herrera se sintió gratamente sorprendida por el “Ángel de su vida”.

“Me contaba que las cosas le estaban saliendo bien en las categorías inferiores de Comunicaciones y que ya había sido convocado para varias selecciones menores; pero era muy distinto escucharlo, a verlo yo propiamente. Sentía una emoción a medias por el ángel de mi vida”, narra con angustia la eterna novia de Marco Tulio.

El destino comprendió y premió ese sentimiento de Barillas Herrera. El calendario marcaba el 17 de enero de 2007 y la cita era en el Premundial Sub 20 de la Concacaf, que se jugó en Panamá, donde Guatemala estaba emparejada con Estados Unidos, Haití y el país anfitrión.

“Recibí una llamada de mi hija mayor, estando todavía en tierras norteamericanas, y me dijo que pusiera un canal de deportes, del que ni el nombre se me quedó, porque estaban transmitiendo el partido de la Selección Nacional de futbol de Guatemala y Marco Tulio era parte de ese grupo de seleccionados”, recuerda aún emocionada la madre.

“Ese día lloré como una niña. Mi mente y corazón no aguantaban la felicidad. Estaba viendo después de casi seis años a mi hijo por la televisión, haciendo lo que él siempre soñó, tal y como me lo había pronosticado a mi por teléfono”, exclama orgullosa.

Con el tiempo avanzado a tambor batiente, su hijo ya le había otorgado la primera gran felicidad; la siguiente le pegaría más fuerte a Barillas Herrera, ocasionándole un desmayo.

Debut en la mayor

“Como Marco no tenía papá, en mi regreso de Estados Unidos yo me terminé de convertir en su confidente y mejor amiga. En tantas de nuestras conversaciones me contó que el técnico Iván León lo estaba tomando más en cuenta en los entrenamientos de Comunicaciones y me invitó a que fuera al estadio porque sentía que iba a debutar”, detalla llena de nostalgia.

“Era la primera vez que lo acompañaba a un estadio de futbol. Me recordó rápidamente a su papá cuando aún yo estando embarazada, iba a los campos del Cejusa, Roosevelt y otros tantos de Villa Nueva a verlo jugar. Esa primera vez salí desmayada del recinto deportivo, porque al verlo debutar todos mis sentimientos se mezclaron para dejarme tirada en el suelo, no pude soportar la emoción y satisfacción que sentí en ese momento”, manifiesta.

Las rabietas, los sacrificios, las frustraciones e impotencia que había experimentado quedaron atrás, y la orgullosa madre pudo ser testiga de cómo Ciani forjaba su propia historia en el futbol nacional.

“Desde ese momento siempre lo acompaño al estadio, cuando juega en condición de local. Me gusta verlo anotar con Municipal, tal y como lo hizo frente a Comunicaciones en el clásico 276, por todo lo que significaba para él. Aunque la afición no lo quiera y le grité, yo ya aprendí a hacer oídos sordos. Aquella sonrisa de niño hiperactivo que tuvo durante su infancia sigue intacta en mi patroncito y ángel. Si no fuera por él, no sé qué sería de mi hogar. Él es la cabeza de esta casa”, puntualiza.

Barillas Herrera, quien disfruta de hacerle carteles a su hijo con las fotos de los diferentes periódicos de Guatemala, reconoce que sería la mamá más feliz del mundo si su Marquito le concede dos deseos más.

El primero, graduarse en la Universidad; y el segundo, que su hijo encuentre la pareja ideal para casarse y formalizar un hogar.

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