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Érick Barrondo busca una nueva proeza en Río de Janeiro

Cayó de rodillas con las manos alzadas al cielo. Las gotas de sudor recorrían su rostro y las lágrimas brotaban al cruzar la meta en Londres 2012; estremeció a todo un país. Ese es el momento que Érick Barrondo inmortalizó en la historia del deporte guatemalteco.

Érick Barrondo lucha cada día para darle lo mejor a Guatemala. (Foto Prensa Libre: Edwin Fajardo)

Érick Barrondo lucha cada día para darle lo mejor a Guatemala. (Foto Prensa Libre: Edwin Fajardo)

El marchista, Érick Barrondo competirá en las pruebas de 20 y 50 kilómetros de marcha, en los juegos olímpicos de Río de Janeiro.

“Es una historia que hay que volver a repetir”, dice el atleta. “Yo creo que la gente más que recordar la medalla, ve en Érick a alguien que no tenía nada y creyó en él, luchó y llegó a donde nadie había llegado”, asegura con total convicción y con un tono de nostalgia en la voz.

El atleta de San Cristóbal Verapaz, Alta Verapaz, que creció sin zapatos y que “a veces no tenía que comer”, está a las puertas de sus segundos Juegos Olímpicos, después de años de arduo trabajo y de haberle comprobado al mundo que “sí se puede”.

Érick Bernabé tuvo una niñez “atípica” para las áreas urbanas. Creció trabajando y tenía “dos tiempos de comida al día”; en ocasiones eran tortillas con chile y en otras, tortillas con manteca. “Hasta cierto punto era una niñez triste porque a veces yo me preguntaba por qué a nosotros nos había tocado ser pobres si no habíamos hecho nada malo”, recuerda el medallista de plata en la edición 30 de los Juegos Olímpicos.

Medalla de oro en los Juegos Panamericanos de Guadalajara 2011, en 20 kilómetros.
Medalla de plata en los Juegos Olímpicos de Londres 2012, en 20 kilómetros.
Medalla de plata en los Juegos Centroamericanos y del Caribe de Veracruz 2014, en 50 kilómetros.


Barrondo tomaba la crítica situación económica que vivían con su famialia, como “un castigo divino”, hasta que un día su padre le dijo: “ser pobre no significa no tener dinero, ser pobre lo decidís vos, porque tal vez tu riqueza vaya a ser el talento que tengás”.

El primer trabajo de Érick fue junto a su padre, en las fincas vecinas. Sembraba tomate, limpiaba la milpa, cuidaba animales, y cargaba maíz. “A pesar de que ganaba muy poco mi papá me enseñó a dar el 10 por ciento para los gastos de la casa”, confiesa.

El marchista del pueblo asegura que de su padre aprendió la disciplina, y de su madre, la perseverancia. “Ella se preocupaba mucho por mí y mis hermanos. Ella nos inculcó a pedirle a Dios y a luchar por la vida. De los dos he aprendido mucho. Mi papá nos enseñó a mí y a mis hermanos a hacer oficio, tender la cama y hacer tortillas”, dice.

Todos esos momentos de pruebas que parecían casi insoportables quedaron en solo un recuerdo y enseñanza para Barrondo. Su vida dio un giro cuando ingresó a la marcha atlética después de dejar sus estudios de perito contador y emprender una nueva aventura en la capital.

El entrenador cubano, Rigoberto Medina, vio algo especial en él y del trabajo juntos llegó la primera gran alegría en el 2011, con la medalla de oro en los Juegos Panamericanos de Guadalajara 2011, en la prueba de 20 kilómetros.

El nombre del deportista quien nació en la Aldea Chiyuc empezó a recorrer el país. Muchos se preguntaban quién era el joven que estaba haciendo resonar el nombre de Guatemala a escala internacional.

En la siguiente parada de ese ciclo olímpico, en los juegos de Londres, fue el momento cumbre de su carrera y del deporte nacional. Barrondo derribó cualquier muralla y llegó la primera medalla olímpica para Guatemala. Desde entonces, nada fue igual.

“Cambiaron muchas cosas en mi vida. Se terminó mi vida privada. Ya no paso tiempo con mi familia. Me tuve que volver más serio, aunque siempre he sido formal, pero ahora más. Muchas personas se acercan ahora para ver qué cazan ellos. Tenía 21 años cuando gané la medalla y me tocó tomar decisiones difíciles y cometí muchos errores. Aprendí que las cosas no son eternas”, asegura el atleta.

El héroe nacional, que trabajó para construir una nueva vida, fue nombrado  abanderado de la delegación nacional que competirá en Río de Janeiro. El escenario es distinto, al igual que las circunstancias. Lo que no cambia es el objetivo de un guerrero que sueña con volver a tener un día histórico; con volver a hacer sonreír a un país entero.

“Las veces que yo he perdido es cuando la gente me ha demostrado más que está conmigo. Gracias a ellos yo me he levantado. Sabemos de que en Río cualquiera puede ser primero o cualquiera puede ser quinto y yo voy a luchar por eso. La gente merece compromisos, porque mientras nosotros viajamos en avión, hay niños descalzos en Guatemala y comiendo tortilla con sal; a mí me tocó. Por ellos, pelearé por una medalla”, asegura.

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