Economía

Estanco de la sal

El proyecto de Ley de Competencia que se encuentra en estudio en el Congreso de la República tiene antecedentes coloniales en el Estanco de la Sal.

La investigación, titulada “Los estancos, las prácticas monopólicas y las rentas del Estado en El Salvador”, fue hecha por un grupo de historiadores, en este caso Pedro Antonio Escalante Arce, y publicada por la Superintendencia de Competencia de El Salvador, Volumen 20, primera edición, Dirección de Publicaciones e Impresos, Consejo Nacional para la Cultura y el Arte, Concultura, San Salvador, 2008, páginas 34, 35 y 36.

A continuación, un extracto de las conclusiones de la misma, resaltando lo concerniente a la sal.

Antecedente del Estanco

La Ley XIII, del Título XXIII, Libro VIII de la Recopilación de Leyes de Indias, se refirió exclusivamente al establecimiento de los estancos de la sal en las Indias americanas, según reales cédulas de 31 de diciembre de 1609 y 3 de marzo de 1632…

El estanco de la sal había sido consecuencia del monopolio ejercido por la Corona sobre las salinas peninsulares. Estas salinas eran, sobre todo en España, vetas terrestres en minas subterráneas, donde los salineros excavaban túneles y socavones para llegar a las vetas, y luego se ocupaba el sistema líquido de salmuera para obtener el preciado producto. Dada su enorme importancia, el comercio de la sal tuvo gran presencia en la Historia y las rutas de la sal son objeto de estudio en la geografía histórica europea.

En España, en 1564 se estaban monopolizando varios yacimientos, como los de Poza de la Sal en Castilla la Vieja, en la provincia de Burgos. En una real cédula de 1 de noviembre de 1591 se establece el antecedente del estanco al declararse de propiedad regia las salinas, pozos, fuentes y manantiales de agua salada, así como minerales de sal.

En el Reino de Guatemala, la sal que se usó fue, en general, proveniente de salinas a orillas de los mares. En el actual El Salvador hubo trabajo de salineras en varios lugares, tanto por indígenas como por criollos y ladinos, y desde la primera tasación de tributos de encomienda conocida, la de 1532, ordenada por el clérigo vicario de Santiago de Guatemala, el futuro obispo Francisco Marroquín, realizada por el párroco Antonio Rodríguez Lozano en la villa de San Salvador, ya aparecen varios pueblos con tributo de sal, tanto a orillas del Mar del Sur, como cercanas a él.

A pesar de haber existido varias salineras en la época colonial, probablemente las más grandes y de más renombre en el presente El Salvador lo constituyeron las salinas de Ayacachapa, en el departamento de Sonsonate. Fueron mencionadas por el arzobispo Pedro Cortés y Larraz en su visita a las provincias salvadoreñas del Reino de Guatemala en 1769-1770, junto con las salinas de la hacienda San Pedro. Pero no eran los únicos sitios de trabajo de la sal. En la provincia guatemalteca fueron conocidas las salinas cerca del puerto de Iztapa, así como las hubo muy importantes en Nicaragua.

Monopolio real de pocos años

Además del uso doméstico, la importancia de la sal era notoria. Se necesitaba para preparar tasajo y carnes secas, y era indispensable en las curtiembres para tratar las pieles del ganado, algo vital en la talabartería y la fabricación de zurrones para exportar tinta añil. También el ganado debía comer sal. Asimismo, fue indispensable en la minería para trabajar con la plata, para lo cual se necesitaban grandes cantidades. En la época precolombina fue vital en la alimentación y hasta llegó a servir de moneda. Por todo esto, la sal era un producto de consumo garantizado que debía protegerse y del cual se obtenía una renta asegurada, razón por la que se convirtió en monopolio con control oficial, comercializado por asentistas o concesionarios.

Pero volvió a manos libres de los particulares por las protestas que se suscitaron y por la dificultad de su control al hallarse muchas salinas en manos de los indígenas. Fue un monopolio real de pocos años en la América española y en el reino centroamericano, no obstante la real cédula de 1632, que daba a entender que podía seguir donde no se hiciera daño a los indígenas.

ESCRITO POR:

José Molina Calderón

Economista. Consultor en gobierno corporativo de empresas familiares. Director externo en juntas directivas. Miembro de la Academia de Geografía e Historia de Guatemala. Autor de libros de historia económica de Guatemala.