Economía

Los costos de este cambio de piel

Como era de esperarse, con el correr de los días comienzan a aparecer especulaciones sobre impactos económicos que tendrá la actual crisis política. Los primeros en salir al aire fueron analistas de inversión privados que, muy a su conveniencia, llaman a la cautela, a recuperar cuanto antes la calma, a dejar que el Gobierno termine su período, todo en nombre del sacrosanto clima de negocios y la calificación riesgo país. No es de extrañar esta posición, viniendo de opiniones que representan y se benefician de la estabilidad como condición para la rentabilidad del capital sobre cualquier otra cosa. Son visiones ciegas y desinteresadas del bien común y, por tanto, no recogen dentro de su lectura las evidentes necesidades de transformación y reforma que urgen al sistema político nacional.

Más recientemente apareció la voz gubernamental. Primero en boca del señor Pérez Molina, alertando sobre una caída en la recaudación, producto de la no vigencia del impuesto a la telefonía. Curiosamente sin hacer vinculación alguna con la crisis que detonó el descubrimiento de la red de defraudación fiscal de La Línea y la estafa-crimen del IGSS, y los efectos que ambos escándalos puedan tener en la moral tributaria. (Aunque a decir verdad, en las condiciones actuales quizás sea mucho más moral en este momento apoyar reformas a la SAT y a ciertas piezas de legislación, en vez de seguir llenando el agujereado barril de las finanzas públicas que solo ha servido para engordar inmoralmente las cuentas de banco de varios empresarios y funcionarios públicos asociados a estos).

Finalmente, hace tan solo un par de días nos enteramos que —¡después de 90 días sin reunirse!— el gabinete económico tímidamente opina sobre la crisis y cómo esta podría reflejarse en indicadores macroeconómicos de corto plazo. No nos dicen nada muy iluminador, por cierto. Más bien, lo que sí resulta increíble es que los análisis de dicho gabinete sigan proyectando tasas de crecimiento económico en el rango del 3.6% al 4.2%, como si nada estuviera pasando. O sea que en su lógica y algoritmo seguimos business as usual y las jornadas de abril y mayo en la plaza central, cabeceras departamentales y frente a embajadas de Guatemala alrededor del mundo, no tendrán mayor impacto en la economía nacional. Qué raro, ¿no?

Eso solo se puede explicar de dos formas: porque, o hay una lectura deliberadamente politizada de la coyuntura económica, postrer esfuerzo del gabinete por tratar de minimizar la situación crítica por la que atraviesa este decadente gobierno; o bien, nuestra estructura económica se ha sofisticado a tal punto que ha logrado prescindir de la política para su funcionamiento, lo cual sería gravísimo y solamente reforzaría la necesidad de acometer reformas de fondo que nos permitan volver a reconectar ambos mundos —política y economía—, como normalmente sucede en cualquier sociedad del mundo.

Especulaciones aparte, lo que todos los ciudadanos indignados tenemos que tener claro es que esta crisis y las reformas que vamos a acometer para transformar a fondo el sistema político tendrán consecuencias económicas que, en el escenario más benigno, se traducirán en cautela de parte de inversionistas y en una posible contracción de la inversión pública y del crecimiento. Y lo que la élite política tiene que tener claro es que los ciudadanos estamos conscientes y dispuestos a pagar los costos de este cambio de piel, porque sabemos que los beneficios son mucho mayores y que el statu quo dejó de ser una opción desde el 25 de abril.

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