Economía

Panamá es una ciudad sumida en el caso de la  “urbanofobia”

Atascos diarios de cuatro  horas, calles que se anegan a la primera de cambio, falta de transporte público... Panamá, como muchas ciudades latinas, está construida sobre el caos más absoluto, algo que empieza a despertar cierta “urbanofobia”  entre los ciudadanos, según el joven arquitecto Pablo García.

“Nuestra ciudad no es una ciudad, es un aglomerado de desarrollos inmobiliarios sin planificación. La ciudad existe cuando hay comunidades interconectadas, pero no es el caso de Panamá”, reconoce en una entrevista con este joven panameño de corazón progresista, autor del libro “Urbanofobia”.

La capital panameña ha experimentado en las últimas décadas un crecimiento impresionante, impulsada principalmente por la pujanza económica del país, por su estabilidad sociopolítica  (que es enorme si se compara con el resto de Centroamérica) y por el aumento de la inmigración.

Pero, en la expansión de la ciudad, la planificación y el orden han brillado por su ausencia, denuncia García en su libro, que recientemente sacó a la venta.

El español Pedro Arias Dávila, Pedrarias, fundó la ciudad de Panamá hace 496 años, convirtiéndola en el primer asentamiento europeo del Pacífico americano.

“La peor ciudad posible es una ciudad lineal, donde el centro está en un lado y la zona residencial en otro. La mejor ciudad siempre es la redonda, una ciudad donde el centro está en el medio y la vida se hace alrededor”, Pablo García.

Durante el siglo XVII llegaron a vivir en la urbe cerca de 10 mil habitantes, pero en 1671 el famoso pirata inglés Henry Morgan la destruyó y las autoridades decidieron trasladar la capital panameña a un lugar 10 kilómetros más al suroeste.

Ahí es donde empieza la “pesadilla”  panameña, según apunta el urbanista de 29 años, devenido en escritor. La ciudad se estableció en un lugar con restringidas posibilidades de crecimiento, limitando ahora al sur con el mar, al oeste con el Canal y al norte con la intocable cuenca hidrográfica que abastece la vía y la ciudad, que fue custodiada por las bases militares estadounidenses hasta 1999.

Esto hizo que la urbe, con el paso de los años, adoptara forma lineal, forma de “trozo de pizza”, en opinión de García.

Hoy en día viven en la capital panameña un millón y medio de ciudadanos, es decir, casi la mitad de la población total del país.

“La peor ciudad posible es una ciudad lineal, donde el centro está en un lado y la zona residencial en otro. La mejor ciudad siempre es la redonda, una ciudad donde el centro está en el medio y la vida se hace alrededor”, explica didácticamente García.

Debajo de esos llamativos e inmensos rascacielos, los panameños luchan por salir indemnes del laberinto urbano en el que se ha convertido la capital panameña, infectada de tráfico y sin apenas aceras ni espacios públicos. Por eso no es de extrañar que se esté generando en el país cierta aversión urbana, que es lo que García denomina “urbanofobia”.

La falta de espacio ha hecho que los ricos y la colonia de expatriados invadan el centro y el resto huya a las afueras, a las ciudades dormitorio de Arraiján, La Chorrera, Pacora o Tocumen.

“Los dueños del centro siempre terminan siendo los acreedores de la periferia”, apunta.

El problema es que, a diferencia de París o Madrid, donde las ciudades dormitorio tienen vida propia, los barrios residenciales de Panamá son explanadas kilométricas, inertes y amuralladas, abarrotadas de pequeñas casas unifamiliares donde hasta una mosca se moriría de aburrimiento.

La capital panameña, en palabras de García, está demasiado centralizada y toda la actividad se concentra “en 4 kilómetros cuadrados”, algo que provoca “marginación y aislamiento social”  para aquellos que no viven en el epicentro.

Video que muestra el desorden vehicular en una de las calles de ciudad de Panamá.

“Por eso, hay que desarrollar bien las ciudades satélites e incentivar a la empresa privada a que invierta en la periferia. Los franceses trabajan sus ciudades de fuera hacia dentro. En Panamá, sin embargo, nos centramos solo en el centro y olvidamos las afueras”, recomienda entusiasmado.

La centralización genera también inflación inmobiliaria, porque “la gente que quiere vivir conectada en el centro tiene que pagar precios japoneses, yo lo llamo la japonización de la ciudad de Panamá”, explica el arquitecto.

García, que se confiesa poco amigo de las “teorías apocalípticas”, cree que es el momento de pasar a la acción y evitar así que el caos urbanístico no se convierta en algo profundamente irremediable, que ahogue a la sociedad panameña.

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