Comunitario

Gente que da vida a la feria

Hay anécdotas de todo tipo en las ferias. Y no se piense únicamente en las historias de niños riendo, de enamorados en una rueda o de familias paseando. Quienes trabajan en ellas guardan vivencias asombrosas.

Gumercindo Mérida, tiene 87 años; desde la década de 1940 trabaja en las ferias del país y atiende su puesto de tiro desde 1950.

Gumercindo Mérida, tiene 87 años; desde la década de 1940 trabaja en las ferias del país y atiende su puesto de tiro desde 1950.

Detrás de sus puestos, entre los rifles de tiro o los platos de comida, aguarda un encuentro con la historia de los guatemaltecos interesados en sostener una de las más entrañables tradiciones en el país. Una pregunta basta para conocerla: “¿Cuántos año tiene de andar en las ferias?”.

Desde 1943

En el puesto de tiro al blanco El torbellino rojo es usual hallar a Gumercindo Mérida, de 87 años. El transeúnte distraído solo ve a un adulto mayor que aguarda dar un rifle de balines a quien desee probar su puntería; el acucioso podrá hallar a un interlocutor con recuerdos muy presentes de las ferias desde la década 1940.

Mérida nació en 1929 y a partir de 1943 comenzó a recorrer el país. “He vivido de feria en feria; recorrí toda la República. En el Occidente, sobre todo, los muchachos de ahora me llamaban el abuelito de las ferias”, cuenta.

A su edad se siente motivado y se resiste a dejar el ambiente donde ha pasado más de siete décadas. Hoy, en otro tipo de negocios, lo acompañan tres de sus hijos y una nieta. Hace ocho años que ya no viaja a la provincia y solo va a las ferias de la capital.

Los primeros años ayudó a un tío que llevaba tres décadas y media colocando el puesto de Tutankamón en los campos feriales. En 1950 decidió instalar su puesto de tiro al blanco. Ese año, recuerda, se llevaron a cabo los Juegos Centroamericanos y del Caribe, en el Estadio Nacional, que tenía un par de años de haber sido construido. “Hubo cerca del Campo Marte una feria como parte de la celebración”, refiere.

Asegura ser quien introdujo en el país, hace unos 35 años, la modalidad de pegarle a una estrella de metal para accionar el mecanismo que activa una sirena y muñecos, poniéndoles a bailar. “Vi algo parecido en Tapachula, con una motocicleta a escala”, dice.

Antes, señala, “se pagaban cinco centavos por un tiro y se apuntaba a bombillas de colores. Los premios de antaño eran piezas de vajilla de porcelana china; cada unidad costaba un centavo”.

Gastronomía

En el comedor El tiburón California hay un “plato especial” que no está en el menú. Es la historia de sus propietarios Víctor Manuel López y Blanca Estela Aguilar. Tienen 32 años de matrimonio y cinco hijos. Se conocieron en la feria de La Palmita, que desapareció hace unos 15 años. Son la tercera generación en el negocio. Aguilar aprendió la cocina de su suegra, quien a su vez la tomó de su madre. “Mis abuelos empezaron con la venta de alimentos en las ferias, en la década de 1930”, refiere López.

A ambos los apodan los Tiburones, un mote heredado. “En su juventud, mi padre, trabajando la feria de Puerto San José, fue de pesca. Se sorprendió cuando notó lo que había capturado; un tiburón de regular tamaño y no un pez común. Por eso lo comenzaron a llamar el Tiburón”, cuenta López.

Resisten los cambios de época

Luis Castellanos creció en las ferias del país. Recuerda que comenzó cuando era adolescente, al concluir sus estudios de diversificado. Lo hizo para apoyar a su padre, quien llevaba 35 años en el oficio. Cuatro décadas y media han pasado desde entonces y los últimos 16 años ha sido el presidente de la Asociación de Comerciantes de Ferias de Guatemala (Acofegua).

Castellanos habla de una arista que pocos advierten: no es fácil llevar una vida gitana, es decir, ambulante. Los niños y jóvenes que ayudan a sus familias deben esforzarse mucho para aprobar sus estudios. Hay padres que por seguir el itinerario de las festividades ven muy poco a su familia durante el año. “La situación laboral limita la profesionalización en otros campos. Para seguir sosteniendo la tradición de las ferias, muchas veces tenemos que buscar otros medios para subsistir”, expresa.

No todo es alegría, luces, folclor y tradiciones. “Pero damos gracias a Dios que podemos continuar, pues estas se rehúsan a desaparecer”, afirma. Por ello, agrega, hay que valorar la tenacidad de todos los involucrados.

Coordinación

La logística de una feria es compleja y la coordinación de sus eventos se intensifica cuando se trata de la que se celebra en el barrio de Jocotenango, la más antigua y mayor de la ciudad. Este año se estima que un millón y medio de personas la visitarán.

En su organización participan cuatro agrupaciones: Acofegua, el Comité Parque Iglesia (Copari), la Asociación de Vendedores de Panitos y Dulces Típicos (Apandultip) y el comité de Iglesias Metropolitanas (Metroiglesias). Por parte de los vecinos se suman los comités únicos de Barrio.

Todo lo que los visitantes apreciarán hoy en la Feria de Jocotenango es resultado de una labor de equipo permanente, pues debido a que hay actividades similares en diferentes fechas del año, los involucrados se reúnen cada mes con una unidad de la Municipalidad para definir los detalles de su participación en las fiestas y en los rezados.

“Una feria es aquella festividad en la que se pueden instalar juegos mecánicos, mientras que los rezados se limitan a la venta de comida, dulces típicos y juguetes tradicionales”, explica Carlos Soberanis, de la comuna.

Soberanis dirige la Unidad de Comercio Popular de la Municipalidad de Guatemala, en la que se reúnen cada mes directivos de todas las asociaciones, en atención al eje “Recuperando las tradiciones”. Este año la Feria contará con 275 puestos, entre ventas y juegos; en cada uno hay una historia.

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