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1663: “Y sin embargo, se mueve”

El 22 de junio de 1663, Galileo Galilei es enjuiciado y obligado por la Iglesia Católica a retractarse de su teoría heliocéntrica donde se reconocía que los planetas giraban alrededor del sol. Tendrían que pasar tres siglos para que el Papa se retractara y aceptara que la postura de la Iglesia era equivocada.

Representación del Juicio de Galileo (Foto: Hemeroteca PL)

Representación del Juicio de Galileo (Foto: Hemeroteca PL)

La teoría convencional de la época era que la tierra se encontraba en el centro del universo y por consiguiente los planetas giraban alrededor de ésta.

En la sala de honor del convento dominicano de Santa María Sopra Minerva, Italia, se obligó a Galileo Galilei a reconocer públicamente como error una verdad. “Yo, Galileo Galilei, abandono la falsa opinión de que el Sol es el centro -del Universo- y está inmóvil. Abjuro, maldigo y detesto los dichos errores”. Una leyenda dice que al ponerse de pie murmuró su famosa frase: “E pur si muove”, Y sin embargo -la Tierra- se mueve. Bittorio Messori, en su libro Leyendas Negras de la Iglesia, explica que esta fue inventada por el periodista Giusseppe Baretti, en 1757, en Londres.

Mas no solo la expresión ha sido cuestionada, el proceso que se le hizo por el resultado de sus investigaciones ha tenido adversarios.

Para Eduardo Suger, doctor en física y matemática y rector de la Univesidad que lleva el nombre de este científico, Galileo fue quien verdaderamente sentó las bases de la teoría heliocéntrica: el Sol es el centro del sistema planetario y este gira a su alrededor. “Esto hacía que el planeta azul -Tierra- perdiera su protagonismo. Esa posición especial en el Universo, al pasar a ser un planeta más”, agrega.

En ese entonces se tenía como verdad la teoría geocéntrica que defendía que la Tierra era el centro del Universo, por lo que las estrellas, el Sol, la Luna y los planetas giraban a su alrededor, propuesta hecha por el matemático griego Claudio Ptolomeo, en el siglo II, quien se basó en las ideas de Aristóteles.

Nicolás Copérnico ya había dicho que el Sol no era el que daba vueltas alrededor de la Tierra. Este sacerdote, que dedicó parte de su vida al estudio de la Astronomía, escribió un libro para demostrar su nueva teoría, considerada el fundamento de la Astronomía moderna. Pero por la época en la que vivía -siglo XVI- sabía que sus ideas no serían aceptadas, por lo que no imprimió el documento hasta que estuvo cercana su muerte. Fue Galileo, quien al perfeccionar el telescopio, observó los cielos y comprobó la teoría heliocéntrica.

Llamadas de atención

En 1610 Galilei publicó su obra El mensajero de los astros, en la cual daba a conocer su descubrimiento. “Doy gracias a Dios, que ha tenido a bien hacerme el primero en observar las maravillas ocultas a los siglos pasados. Me he cerciorado de que la Luna es un cuerpo semejante a la Tierra. He contemplado una multitud de estrellas fijas que nunca antes se observaron. Pero la mayor maravilla de todas ellas es el descubrimiento de cuatro nuevos planetas -cuatro satélites de Júpiter-. he observado que se mueven alrededor del Sol”.

Esta posición fue rechazada por la Iglesia Católica. En 1616 se le llamó la atención en una reunión privada, en la que fue objeto de una advertencia, cita Mauricio Schocet en su publicación Ciencia y religión: de la persecución de la iglesia católica contra Galileo a los reconciliacionistas actuales. Galileo aceptó no defender la teoría de Copérnico, pero continuaría enseñándola y la discutiría con el objeto de hacer deducciones. El cardenal Roberto Bellarmino dijo que podían utilizar los métodos de cálculo propuestos por Copérnico, pero no podía aceptar la realidad física del movimiento de la Tierra, porque estaría en contradicción con el texto bíblico.

Aunque pasó tiempo sin hablar en público del tema, en 1632 publicó su obra Diálogos acerca de los sistemas del mundo, en el que reiteraba sus ideas, por lo que fue citado otra vez ante el Tribunal del Santo Oficio, y se dio el juicio.

El teólogo guatemalteco José Maximiliano Pedroza dice que no se puede juzgar a la Iglesia con los criterios que tenemos hoy, porque no son los mismos que hace cuatro siglos. “Hacer una sentencia del pasado con valoraciones actuales, es un error”, agrega. Se debe situar en la época; en aquel entonces se desarrollaba la Contrarreforma, cuando la Iglesia Católica era sensible ante quienes interpretaban la Biblia por su cuenta, apartándose de la tradición, porque el enfrentamiento con el protestantismo era fuerte. Galileo, al defenderse de quienes decían que el heliocentrismo era contrario a la Sagrada Escritura, se colocó como teólogo, peligroso en aquellos años porque no lo era.

Para el doctor Armando de la Torre, catedrático de Ciencias Sociales de la Universidad Francisco Marroquín, el error de Galilei fue defender su teoría científica con argumentos bíblicos, que no tenían nada que ver. Además, lo hizo ante jueces que eran grandes conocedores de la doctrina, por lo que tenían mucho más conocimientos que él en la Sagrada Escritura. “Creo que ese desacierto fue una de las cosas que provocó su castigo”, indica.

Para Pedroza, Galileo no se equivocó al decir que la Biblia no pretende enseñarnos ciencia y se acomoda a los conocimientos de cada momento, e incluso, mostró que en la tradición de la Iglesia se encontraban precedentes que permitían utilizar argumentos como los que él proponía. “pero, en una época de fuertes polémicas teológicas entre católicos y protestantes, estaba mal visto que un profano pretendiera dar lecciones a los teólogos, proponiendo además novedades un tanto extrañas”, comenta.

El investigador era un gran católico. El papa Urbano VIII era un admirador de Galileo, a quien dedicó una poesía latina en la que alababa sus descubrimientos astronómicos, cuenta Pedroza.

Eduardo Suger dice que a pesar de su convicción religiosa, pudo diferenciar entre el punto de vista científico y la fe, no los mezcló.

Él sabía por las conversaciones que había tenido con el Papa que consideraba que sus ideas como una posición doctrinalmente temeraria, y estaba convencido de que nunca se podría demostrar. Decía que los mismos efectos observables que se explican con esa teoría podrían deberse a otras causas diferentes, pues en caso contrario estaríamos limitando la omnipotencia de Dios. “Se trataba de un argumento que, aparentamente, tenía mucha fuerza, y parecía que quien pretendiera haber demostrado el copernicanismo estaba poniendo límites a la omnipotencia de Dios”, agrega el teólogo.

Mas el heliocentrismo no fue condenado como herejía, sino como una teoría falsa y contraria a la Sagrada Escritura, donde se dice que la Tierra está quieta y el Sol se mueve, de acuerdo con esa experiencia. Además, la tradición de la Iglesia así había interpretado la Biblia durante siglos, y el Concilio de Trento había insistido en que los católicos no debían admitir interpretaciones que se apartaran de lo dicho por los Santos Padres, comenta Pedroza.

Uno de esos pasajes bíblicos que trata sobre los planetas y en los que se apoyaban para decir que el Sol era el que se movía y no la Tierra, es el de la batalla de Gabaón, cuando Josué, jefe de los israelitas, ordenó al Sol que se detuviera, y no a la Tierra. “Sol, detente en Gabaón; y tú, Luna, en el valle de Ajalón. Y el Sol se detuvo y la Luna se paró, hasta que la gente se hubo vengado de sus enemigos”, relata el texto sagrado.

Una nueva forma de pensar

Suger apunta que Galilei, al igual que los griegos, creía que todo lo que sucede en el Universo obedece a leyes naturales y de ahí surgen las leyes de la física y las del movimiento, de las que Galileo es el precursor. “Por eso se le considera que con él surgió una nueva forma de pensar en la humanidad”, destaca.

En ese tiempo, quien tenía ideas diferentes era sancionado. Antes de Galileo la gente aceptaba cualquier teoría con mucha facilidad, sin comprobación. A nadie se le ocurrió averiguar si era cierto lo afirmado.

“Pero para él todo debía ser medible. Es el primero en abandonar la especulación, todo lo estudió por medio de observaciones, antes de enunciar una teoría”, agrega el rector de la Universidad Galileo, quien indica que eligieron ese nombre porque él se atrevió a pensar diferente, aunque era peligroso, lo hizo, y no se ajustó a lo que la mayoría decía, así cambió el futuro.

Muchos califican duramente el actuar de la Iglesia, al llamar a la condena de Galilei el error más grande. Y algunos han llegado a pensar que el astrónomo fue torturado y ejecutado por La Inquisición, lo que no es cierto. Pedroza dice que aunque fue condenado a prisión, esta fue conmutada inmediatamente por arresto domiciliario, “nunca llegó a ingresar en la cárcel”.

No perdió la estima o la amistad de obispos y científicos y nunca se le impidió seguir con su trabajo, por lo que publicó otro libro: Discursos y demostraciones matemáticas sobre dos nuevas ciencias, su obra maestra científica, señala Leyendas negras de la Iglesia. Murió el miércoles 8 de enero de 1642, en su casa, en las afueras de Florencia, a los 78 años.

En 1835 la Iglesia levantó la prohibición que pesaba sobre sus enseñanzas astronómicas. Juan Pablo II, durante su papado, solicitó a especialistas identificar lo relacionado con el caso de Galileo y pidió perdón por los posibles errores que la Iglesia cometió en su tiempo, al juzgar a personas que impulsaban la ciencia. Para algunos fue un poco tarde, pero para otros la condena no fue por lo que dijo, sino por cómo lo dijo.

*Publicado originalmente en Revista D / Julieta Sandoval el 24/06/2012.

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