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Artesanías navideñas con toque guatemalteco

En diciembre, muchos hogares abren sus puertas a los productos auténticamente guatemaltecos que crecen en los campos, y que han sido formados y coloreados por dedicados artesanos.

Las artesanías decoran los hogares durante la Navidad. (Foto: Hemeroteca PL)

Las artesanías decoran los hogares durante la Navidad. (Foto: Hemeroteca PL)

Utilizar materiales propios de Guatemala para adornar en Navidad es una tradición que proviene de la época colonial. Los españoles trajeron la costumbre del Nacimiento, la cual se adaptó de acuerdo a cada región de América.

En el país se utilizaron elementos de la naturaleza, algo que ha continuado a través de la historia, explica Aracely Esquivel, investigadora del Centro de Estudios Folclóricos de la Universidad de San Carlos de Guatemala.

Esta práctica ha tenido sus variantes en estilos y diseños, al cambiar de acuerdo a la creatividad y habilidad que poseen los artesanos, quienes usan los mismos materiales pero con nuevas ideas.

Uno de esos innovadores es don Beto, de San Juan Comalapa, Chimaltenango, quien instala su puesto de venta, taller y residencia durante un mes en los campos del Roosevelt (sitio que se abre especialmente para los comerciantes de productos navideños provenientes de los departamentos). Ahí elabora pesebres de varios tamaños. Trae pajita de pluma de los Encuentros, Sololá, paja de Chimaltenango, varejones de Comalapa, musgo de las montañas de Tecpán, Chimaltenango y Quiché. Todo esto lo utiliza para fabricar sus obras.

Su trabajo empieza en octubre, cuando va a la montaña a conseguir la materia prima. En 10 años que lleva en el negocio sus diseños han variado y, aunque es agricultor, cada fin de año se convierte en “un artista primitivista”, refiere.

Otro de esos cambios observados en las artesanías navideñas son las ovejas. Antes eran elaboradas sólo de barro, ahora las hay de barba de viejo (o pashte, no el pashte para baño), tusa y escobillo. La familia de Marina y Angelina vienen desde Comalapa a vender sus creaciones. Traen las bases ya hechas de palitos y rellenas con pino, y mientras ofrecen los artículos sus manos no descansan de enrollar la tusa o los tallos y dar forma a un animal encantador. En un día pueden fabricar una docena de cada tipo, que venden desde Q15.

Ese peculiar collar hecho de manzanilla que los artesanos enlazan pacientemente, es un producto exclusivo de tierra fría, especialmente de las regiones quetzaltecas de Cantel y Palestina. También se cultiva en Momostenango, Totonicapán. En esta época, los pocos árboles que hay en casas particulares se asemejan a chiriviscos, pues han sido desposeídos de todos sus frutos.

Ángeles, pastorcitos y pesebres hechos de barro provienen de sus creadores de Antigua Guatemala y Chinautla, algunos llegan desde El Salvador al negocio de Catalina García. Ella también elabora iglesias, puentes y casas de cartón.

Geovany Jacinto, de San Isidro, Sipacapa, San Marcos, es otro de los comerciantes que arriban a los campos del Roosevelt, abierto del 1 al 22 de diciembre. Dos meses antes de venir a la capital empieza su labor de recolección en “el monte”, como le llama a los campos en donde consigue paste y musgo. “También traigo aserrín y chicha (un fruto que crece en los árboles y es buscado por su agradable olor), el cual es de Suchitepéquez, tierra caliente”, agrega.

Extraídos de la naturaleza

Ríos, pantanos y bosques son la mayor fuente de producción de los artículos que llegan a los mercados de todo el país. César Augusto Esquit, originario de Chimaltenango, vende musgo proveniente de San Marcos y Quiché. Según cuenta, este producto, que cuesta Q30 la medida, ya no es muy solicitado, quizá porque algunas personas prefieren los objetos made in China que abarrotan las tiendas; sin embargo, aún hay quienes prefieren adquirir lo auténticamente nacional.

Algunos de estos proveedores obtienen directamente los artículos de la naturaleza. En el Consejo Nacional de Áreas Protegidas (Conap) se registran cada año un promedio de 40 personas a quienes se les extiende autorización para la extracción de musgo, pashte y patas de gallo.

El permiso de comercialización es para evitar que cualquier persona llegue a los terrenos —municipales, del Estado o privados— y tome las cosas sin ningún control. Esto se ha regulado desde la creación del Conap, hace unos 17 años, explica Julio Cruz, de la sección de Flora del Departamento de Vida Silvestres, de la institución mencionada. Estudios evidencian que las áreas en donde crecen dichas especies, como la pata de gallo, son en los bosques de Chimaltenango, Ciudad de Guatemala, Sacatepéquez, Zacapa, Baja Verapaz, Santa Rosa, Suchitepéquez, San Marcos, Quiché, Quetzaltenango, Sololá y Huehuetenango.

La barba de viejo también se encuentra en Escuintla, Petén, Alta y Baja Verapaz, Zacapa, Chimaltenango, Quiché, Santa Rosa, Huehuetenango, Retalhuleu, Totonicapán, Sololá, y San Marcos.

Estas dos especies son de alta distribución, lo que significa que se reproducen en varios lugares del país, detalla Julio Cruz. Sin embargo, los tipos de musgo que crecen sobre piedras, árboles o superficies sombrías o de poca luz y húmedas prevalecen tan sólo en Chimaltenango, Alta Verapaz, Sololá, Quiché y Quetzaltenango. La autorización permite a cada persona la recolección de 30 quintales de pashte y musgo y 500 unidades de pata de gallo. La comuna del lugar debe aprobar la extracción del recurso en bosques municipales, y en el caso de la propiedad privada, el dueño del lugar debe dar su consentimiento. El total a pagar por permiso es de Q30.

La obtención de estas plantas en estas fechas no representa una amenaza para su extinción, por el control y rápida reproducción. El peligro que enfrentan es la eliminación de bosques, “estas variedades crecen en los estratos altos de los árboles”, agrega el experto de Conap. El mapa de Cobertura Vegetal y uso de la Tierra 2003-2005, del Ministerio de Agricultura, efectuado con fotografías satelitales, demuestra la disminución de la floresta. Ésta es de sólo 40 mil 572.9 kilómetros cuadrados (el total es 108,889 kilómetros cuadrados), lo que equivale al 37.26 por ciento del territorio nacional.

Una especie que sí se encuentra en peligro es el pinabete (Abies Guatemalensis Rehder), que por su forma y aroma agradable es uno de los productos codiciados en los hogares por esta época. Antes se le localizaba en varios departamentos, en especial los de occidente o tierra fría, con un área de crecimiento de 558 mil 858 hectáreas; pero en el último censo hecho en 1999 reporta que sólo está presente en 25 mil 255 hectáreas de bosque, o sea el cuatro por ciento, explica José David Díaz, quien está a cargo del programa de pinabete de Conap.

Su existencia se ha limitado a los bosque naturales de Totonicapán, Huehuetenango, Quetzaltenango, Sierra de las Minas, San Marcos, Quiché y Jalapa. Pero para su rescate se crearon plantaciones hechas por el hombre en Quetzaltenango, San Marcos y Chimaltenango, de donde provienen los ejemplares con marchamo.

Pese a la prohibición del corte de ramillas, la comercialización persiste. Pedro trae las ramas para armar el árbol en su venta, y refiere que los viajes a Totonicapán los hace por las noches. Suele vender unos 100 en un mes a Q300 cada uno.

Por eso hoy —antes o después de abrazar a sus seres queridos y de decir las plegarias ante el nacimiento— observe los elementos que caracterizan la decoración de estas fiestas. Muchos —pino, paste, pastorcitos, ovejas y otros— son producto del trabajo de varios guatemaltecos que por algunas semanas dejan sus labores agrícolas u otras actividades para recolectar productos de la naturaleza y así agenciarse de ingresos económicos extra. Tal es el caso de doña Dominga de Subuyú, de San Pedro Sacatepéquez, quien ofrece ranchitos y musgo de Tecpán Guatemala, Chimaltenango; chinchines de Rabinal, Baja Verapaz; y paste, trigo y patas de gallo de Sololá.

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