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Alfred Wallace: el científico que descubrió la evolución (además de Darwin)

Hay un lugar en el mundo donde todas las fuerzas de la naturaleza convergen y crean un entorno tan único que hay animales como en ningún otro lugar del planeta.

Wallace y Darwin compartieron la gloria al principio. Pero luego el mundo olvidó a Wallace. GETTY IMAGES

Wallace y Darwin compartieron la gloria al principio. Pero luego el mundo olvidó a Wallace. GETTY IMAGES

Volcanes cubiertos de selvas tropicales se elevan sobre un océano lleno de arrecifes de coral y los ecosistemas se unen para crear una biodiversidad inigualable.

Es la tierra que Alfred Russel Wallace exploró durante ocho años, desde 1854 hasta 1862.

Y donde hizo algunos de los descubrimientos científicos más importantes de los últimos tiempos.

Wallace jugó un papel fundamental en el descubrimiento de la evolución y también sentó los cimientos de nuestra comprensión sobre cómo las islas influyen en el mundo natural.

Esta región era conocida por Wallace como el archipiélago malayo.

Para los biólogos modernos es Wallacea: las miles de islas del sudeste asiático que se encuentran entre Asia y Australia.

La investigación de Wallace trató de responder a una profunda pregunta: ¿de dónde viene la vida?

Y sus hazañas cambiaron el curso de la historia.

Viaje desastroso

Nacido en Gales, Reino Unido, en 1823, Wallace era un hombre con pocos recursos, pero una enorme pasión por la naturaleza.

Comenzó a coleccionar insectos a modo de pasatiempo, pero al final su anhelo de aventura le llevó a explorar el mundo.

Por fortuna para Wallace, el Reino Unido victoriano se estaba interesando por los insectos, y la demanda de museos y coleccionistas privados estaba creciendo.

Wallace podía ganarse la vida haciendo lo que más le gustaba: coleccionar escarabajos y otros bichos.

Pero su primer viaje terminó siendo un desastre.

Se fue al Amazonas. Sus bosques gigantes prometían un abanico de nuevas especies que le garantizarían un lugar en el mapa científico.

Después de cuatro años, Wallace partió de regreso a casa. Pero su barco se incendió en mitad del Atlántico.

Todo el mundo sobrevivió, pero Wallace tuvo que pasar por la angustia de ver a sus insectos arder en llamas.

La segunda aventura

En 1854, a los 31 años, emprendió otra aventura, esta vez en el archipiélago malayo.

Los victorianos se llevaban de todo en sus viajes, desde muebles hasta ropa o sal y pimienta.

Pero además de esos elementos “esenciales”, Wallace necesitaba todo su equipo científico para recoger especímenes, que incluía nidos, cajas, alfileres y jaulas.

Estableció su base en Singapur y desde ahí viajó a diferentes islas de la región.

En una carta que le escribió a su madre en 1854 describió su rutina diaria:

“Me levanto a las cinco y media. Me baño y tomo un café. Saco mis insectos del día anterior y los pongo en un lugar a salvo para que se sequen. Charles [su ayudante] remienda las redes, llena los alfileteros y se prepara para el día”.

“Desayunamos a las ocho. Salimos a la selva a las nueve. Tenemos que subir una empinada colina y siempre llegamos goteando sudor”.

“Luego caminamos hasta las dos o las tres, y normalmente regresamos con unos 50 o 60 escarabajos, algunos muy raros y hermosos”.

“Nos bañamos, nos cambiamos de ropa y nos sentamos a matar y clavar los insectos con los alfileres. Charles se encarga de las moscas, chinches y avispas. Todavía no confío en él para los escarabajos”.

“Cenamos a las cuatro. Después trabajamos de nuevo hasta las seis. Me tomo un café. Leo. Si son muchos, trabajamos con los insectos hasta las ocho o las nueve. Luego, a la cama”.

El ensayo de Ternante

Sus ochos años de observación le llevaron a algunas conclusiones.

En esa época, los científicos habían comenzado a darse cuenta de que la Tierra —y la vida en ella— era mucho más antigua de lo que se pensaba.

En lugar de unos pocos miles de años, el mundo tenía millones de años.

Un pensador clave fue el geólogo Charles Lyell, quien argumentó que la Tierra había cambiado con el tiempo, tomando su forma por lentos procesos, como la creación de las montañas.

Wallace fue un ávido lector sobre este tema. Y no dudaba en contarle a la gente que había encontrado y adoptado ideas controvertidas.

Pero también llevó la discusión un paso más allá y sugirió que la vida cambia con el tiempo.

Especies como el orangután, argumentó Wallace, se transforman gradualmente, de generación en generación.

En 1858, Wallace escribió lo que se conocería como “el ensayo de Ternate” -lugar donde se hallaba, en Indonesia- que cambiaría nuestra forma de comprender la vida para siempre.

En su texto, explicó que una especie sólo se transforma en otra si está luchando por sobrevivir.

Intercambios con Darwin

Wallace le envió sus ideas al naturalista inglés Charles Darwin, con quien intercambió varias cartas.

Darwin, quien había estado trabajando durante 20 años en su propia teoría de la selección natural, no había publicado sus ideas por miedo a que fueran rechazadas.

Pronto se dio cuenta de que los descubrimientos de Wallace encajaban con los suyos y decidió dar el paso.

Presentó ambos documentos a la vez para que los dos recibieran crédito por la teoría de la evolución.

En el momento, ambos se hicieron famosos. Pero después de que Darwin publicara su libro “El Origen de las Especies por Medio de la Selección Natural”, en 1859, quedó fijo en la memoria colectiva como “el hombre que descubrió la evolución”.

Y mayoría de la gente se olvidó de Wallace.

Biogeografía de la isla

Entre los científicos, Wallace es más conocido por su teoría de la “biogeografía de la isla”: las formas en que la vida de las islas configuran la mezcla de especies.

Descubrió grandes diferencias entre los animales de islas cercanas, especialmente entre Bail y Lombok.
Ambas islas estaban separadas por aguas profundas, y Wallace se dio cuenta de que la mayoría de las especies no podían cruzarlas.

Los orangutanes de Borneo y de Sumatra son otro ejemplo. Son especies diferentes que únicamente existen en las islas que llevan su nombre.

Wallace también se percató de que la mayoría de las islas estuvieron una vez conectadas con el continente australiano o asiático.

Por eso, la línea divisoria entre la fauna asiática y australiana es conocida como la línea de Wallace.

También escribió sobre el color, preguntándose por qué los animales habían evolucionado en colores tan diferentes.

Un estudio publicado en octubre de 2016 revisó las ideas de Wallace y encontró que, a pesar de haber trabajado con una base de conocimiento mucho más reducida que la que tenemos hoy en día, “omitió poco”.

Cuando Wallace regresó a casa, se encontró con un país que había sido sacudido con sus descubrimientos y por los de Darwin.

La gente se cuestionaba su comprensión sobre el mundo y su lugar en él.

Wallace había recogido más de 125.000 especies, 5.000 de ellas nuevas para la ciencia. Todavía están en museos de todo el mundo.

Su libro “El Archipiélago Malayo” fue el documento más importante sobre la región en aquella época y todavía lo leen muchos científicos, viajeros y aventureros hoy día.

Fue publicado en 1869 y nunca dejó de imprimirse.

La mano del hombre

Siguiendo los pasos de Wallace, visité las islas de Asia Sudoriental entre junio y julio de 2016.

Al igual que en los tiempos de Wallace, atacan al cuerpo y a los sentidos. Si no sucumbes a la putrefacción de pies, serás comido vivo por todas las criaturas que te puedas imaginar, desde mosquitos hasta arañas y sanguijuelas.
Sudas tanto que la ropa se empapa al instante.

Pero merece la pena estar entre flora y fauna de tan magnífico ecosistema.

Tristemente esta jungla paradisiaca a menudo es perturbada con un sonido misterioso: las motosierras que resuenan entre los árboles.

Y la destrucción del hábitat está poniendo a muchas especies en peligro.

Wallace vio venir este problema hace más de 100 años.

Le entusiasmaba especialmente la isla de Java, un lugar donde los tigres y rinocerontes todavía vagaban sin ser molestados.

Pero advirtió que “la civilización moderna se estaba extendiendo sobre la Tierra”.

Hoy, Java es la isla más poblada de la región, habitada por 145 millones de personas.

Los bosques siguen reduciéndose, el tigre de Java está extinto y el rinoceronte de Java es la especie de rinoceronte más amenazada del mundo.

Wallace advirtió que el mundo no fue creado para el beneficio de la humanidad.
Tal vez deberíamos tomarnos en serio su mensaje.

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