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El antes y después de monumentos emblemáticos de Antigua

Aunque a simple vista Antigua Guatemala parece haber quedado detenida en la época de la Colonia, ha tenido varios cambios arquitectónicos. 

El arco de Santa Catalina con las modificaciones hechas en el siglo XIX consistente en una torre con reloj. (Foto: Hemeroteca PL)

El arco de Santa Catalina con las modificaciones hechas en el siglo XIX consistente en una torre con reloj. (Foto: Hemeroteca PL)

En las páginas del libro Ciudad de Santiago, de Carlos Enrique Berdúo, cronista de Antigua Guatemala, se presenta una visión general de la vida de esa población, desde sus orígenes, en la primera mitad del siglo XVI, y los cambios que ha tenido durante los siglos XVII, XVIII, XIX y XX, en donde los distintos terremotos, temblores, erupciones volcánicas o inundaciones han dejado huella, pero la acción del hombre ha sido la más significativa.


Aunque lo más conocido de Antigua Guatemala es lo referente a la época colonial, las páginas del texto apuntan cambios en las construcciones en los dos últimos siglos (XIX y XX), aunque casi no se han notado. “Dejar constancia de una serie de situaciones que en los últimos 200 años no han quedado plasmadas en documentos, sólo se han conservado dentro de la oralidad de los pobladores”, explica Berdúo.

Durante el siglo XIX, el mayor esfuerzo urbanístico se concentraba en edificar la nueva capital y consolidar el Estado de Guatemala, pero en la ciudad colonial se empezaron con los esfuerzos de readecuación y reconstrucción. En la misma centuria se efectuaron algunas modificaciones a ciertas construcciones; por ejemplo, se instalaron tres relojes públicos, además de tres torres (una para cada uno) —en El Arco Santa Catalina, en el Ayuntamiento y en la Escuela de Cristo—.

La torre y reloj del Ayuntamiento, agregados en el siglo XIX, como aparece en la foto antigua, fueron eliminados después del terremoto de 1976. 

Dos de éstos ya no existen, debido a los diferentes sismos. El primero en colapsar fue el de la Escuela de Cristo, en 1917. El Ayuntamiento tuvo deterioros, en 1976, y se pensó que la torre y el reloj caerían en cualquier momento, por lo que decidieron demolerlo. Ahora solo queda el de El Arco.

En la actualidad se considera que el diseño es el original, pero éste era el de un simple arco que servía para que las monjas pasaran del monasterio a la otra manzana, en donde habían otras dependencias del convento y una huerta. Las religiosas solicitaron el cierre de la calle, pero el Ayuntamiento no lo permitió, por lo que tuvieron que buscar otro paso. “No podía hacerse un túnel porque las condiciones del subsuelo no lo permitían, por los niveles de agua”, explica Berdúo, quien agrega que esta edificación se ha hecho tan famosa que ya es parte importante de Antigua.

Por eso, si tuviera un daño se restauraría como se le conoce ahora, a pesar de que la legislación vigente permite devolverle a los edificios el aspecto en el que quedaron luego del terremoto de 1773. Según el cronista de la ciudad colonial, el siglo XIX está todavía parcialmente oculto; hay muchas cosas por descubrir debido a la poca investigación existente. “Muchos piensan que la ciudad se detuvo en el tiempo, como románticamente la pintan los poetas, pero ha tenido una vida bastante dinámica; unas veces más que otras”, asegura.

Otro suceso descrito en el libro refiere a que se modificó la estructura de varios edificios religiosos por el auge del cultivo del café. La ciudad abandonó la siembra del nopal, que servía para la crianza de la cochinilla, y pasó a otro más rentable.

La Compañía de Jesús en un grabado de 1839. Durante el siglo XIX y XX fue fábrica de tejidos y mercado. En 1992 se convirtió en la Cooperación Española en Guatemala.

Capuchinas, la Compañía de Jesús (ahora la Cooperación Española), La Merced y Santa Teresa fueron algunas construcciones a las que se les quitó el techo de la planta alta y se les demolieron divisiones, para adecuarlas al secado de café. “En esta época la conservación de esos edificios era algo secundario”, comenta Berdúo. Aunque trajo algunos problemas, como la pérdida de cubiertas y derribo de elementos, también hubo beneficios, al haberse aplicado una mezcla —la cual servía para secar el grano de café— que impermeabilizó los edificios. Años después, las construcciones fueron restauradas a su diseño original, según información existente.

Celdas del Convento de Capuchinas, en el siglo XIX y parte del XX se usaron para secado de café e incluso sirvieron como vivienda de personas de escasos recursos.

Al conmemorar la ciudad

El siglo XX fue marcado por acciones para revalorar la ciudad en un sentido histórico y artístico. A partir de 1930 a 1943, la meta era conmemorar el cuarto centenario del traslado y asiento de la ciudad a este valle. Desde entonces se empezó a tener un nuevo interés, ya no solo el romanticismo de las ruinas, sino el comercial.

En 1954 fue construida la carretera que la une con la capital. “Hace cien años, el camino duraba seis horas; ahora solo 45 minutos, esto permitió un mayor intercambio entre los dos sitios”, indica Berdúo. La arquitectura de las casas a partir del siglo XX muestra una mezcla de estilo barroco con elementos del neoclásico.

Observado con mayor intensidad en las cornisas, al eliminar el alero en voladizo que quedaba sobre la acera y reemplazarlo por un pretil con una moldura. Ese estilo se adoptó para evitar el riesgo de que las tejas resbalaran cuando temblaba. También las nuevas viviendas se han construido con varias chimeneas; en el diseño original solo había una, siempre estaba en la cocina.

El arco de Santa Catalina aparece en un grabado de 1850 sin la torre y reloj ya que su función original era un puente para las religiosas. En 1940 Galeotti Torres diseñó la torre actual que quedó integrada en el estilo del cercano templo de La Merced. 

Se ha tenido la idea de que los grandes edificios coloniales han permanecido abandonados, pero muchos de éstos fueron ocupados durante el siglo XIX y parte del XX por familias que perdieron sus casas por los temblores. El Convento de Capuchinas, por ejemplo, que en la actualidad alberga al Consejo Nacional para la Protección de la Antigua Guatemala, fue la habitación de varias personas hasta 1960, además de utilizarse para una fábrica de textiles.

En la Compañía de Jesús, entre 1930 y 1932, se demolieron claustros, porque allí se vendía maíz y frijol, de éste sólo quedaron las cuatro paredes. Después del terremoto de 1976 se botó uno de los muros exteriores. Los trabajos de restauración comenzaron en 1992, mediante un estudio arqueológico y por una fotografía que mostraba cómo era el patio, gracias a lo cual se restablece la construcción original.

Mucho de esto queda plasmado en el libro, en donde se pretende romper con el mito de que todo ha caído con los terremotos. “Hubo daños, pero una buena parte la hizo la misma gente”, señala el cronista. A pesar de todo, Antigua es una ciudad que ha sabido combinar la conservación de su legado patrimonial sin renunciar a la modernidad. 

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