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Cuatro puntos para la evangelización

Las capillas posas fueron las primeras edificaciones que marcaron el inicio del cristianismo y el trazo de las ciudades en el Nuevo Mundo.

Una de las capillas en San Pedro Las Huertas. (Foto: Hemeroteca PL)

Una de las capillas en San Pedro Las Huertas. (Foto: Hemeroteca PL)

¿Cómo convertir al catolicismo a los indígenas sin recurrir a la violencia? Este fue uno de los dilemas que debieron resolver las órdenes religiosas provenientes de España cuando recién arribaron al Nuevo Mundo.

Para lograrlo, uno de los primeros proyectos que se llevó a cabo durante la segunda mitad del siglo XVI fue el diseño de una plaza atrial que estaba delimitada únicamente por cuatro pequeñas construcciones, una en cada esquina, a las cuales se les conoció con el nombre de “capillas posas”.

Este tipo de construcciones, al menos en Guatemala, se edificaron en la mayoría de poblaciones del occidente y la región central. Hoy, algunos vestigios se pueden observar en San Cristóbal Totonicapán y en ciertas comunidades de Sacatepéquez.

Según el historiador Johann Melchor, esas capillas fueron la solución que encontraron los frailes para facilitar la evangelización de los pobladores conquistados, “por eso se construyeron, forzosamente, en todos los pueblos de indios”.

México, Guatemala y Perú fueron los países en los que más edificaciones de este tipo se levantaron, debido a que eran zonas estratégicas; el primero y tercero eran virreinatos, y el segundo, Capitanía General, refiere el arquitecto Fernando Huitz, quien llevó a cabo la investigación Propuesta de Restauración y Conservación del Conjunto Monumental Parroquial de San Cristóbal Totonicapán.

Al aire libre

La intención de diseñar una plaza se debió a que en el mundo prehispánico las ceremonias tenían lugar en espacios abiertos, para mantener así contacto con la naturaleza y los dioses.

“Los templos indígenas estaban en lo alto de las pirámides y las personas se concentraban alrededor, mientras el sacerdote hacía el ritual a la vista de todos”, indica el historiador Haroldo Rodas.

Todo lo contrario sucedía con la ceremonia cristiana que buscaban imponer los frailes. “El rito católico se llevaba a cabo en un plano cerrado. Los templos cristianos obligaban a los devotos a ingresar para participar”, dice Rodas.

Los frailes sabían que debido a sus creencias iba a ser difícil que los indígenas aceptaran entrar a lugares cerrados, y por eso, antes de construir los grandes templos, se diseñaron las plazas atriales.

“La costumbre mesoamericana del culto al aire libre se unió a la nueva creencia de la ordenación del Universo con base en los cuatro puntos cardinales —las capillas— y un axis mundi —una cruz— al centro. Esta unía a la Tierra con lo sobrenatural del cielo y el inframundo”, comenta Huitz.

Las capillas posas debían tener dos lados abiertos, regularmente en forma de arco, que coincidían direccionalmente para cerrar un polígono, y así delimitar el perímetro para el culto.

Lo más antiguo

El arquitecto Huitz indica que las capillas posas fueron edificadas cuando los españoles decidieron asentarse en las tierras conquistadas. Después de 1524 se dejó un espacio de transición o adaptación de unos 30 o 40 años, para luego empezar las construcciones formales.

No hay una orden religiosa en específico a la que se le atribuya la construcción de las capillas, “pues todas vinieron a América con la consigna de evangelizar”, comenta el historiador Melchor.

Las primeras que arribaron fueron las mendicantes, o sea las surgidas en la Edad Media, con diferentes fines en Europa.

Por ejemplo, los dominicos, para predicar contra las herejías; los franciscanos, para vivir el verdadero cristianismo en pobreza; los mercedarios, para redimir a los cautivos, ya que eran intercambiados por los cristianos hechos prisioneros por los infieles.

Pero en el Nuevo Mundo todos tenían el mandato de convertir a la población al cristianismo.

“En 1540 fue promulgada la Real Cédula, que ordenaba que los pobladores que vivían en pequeñas aldeas dispersas en el área rural fueran reunidos y establecidos en pueblos fundados especialmente para ellos”, cita Huitz en su trabajo de estudio.

El retraso para instituir pueblos se debió a la inestabilidad que existía. “Surgían pequeñas guerrillas que impedían el establecimiento formal de poblados”, agrega Huitz.

Melchor asegura que los pueblos en la época colonial no fueron fundados, sino reducidos, ya que no fue en forma voluntaria que los habitantes se pusieron de acuerdo para urbanizar.

Al ser promulgadas las Leyes de Indias, para regular la vida social, política y económica entre los pobladores americanos, se definió cómo serían las ciudades, ajedrezado o trazadas a cordel.

Inicio de un pueblo

La plaza atrial estaba formada por las capillas posas y una cruz en el centro de la plazuela. Haroldo Rodas relata cómo fueron edificados los primeros diseños. Al inicio se erigieron bases con una cruz, que al principio fueron travesaños de madera, colocados al centro de lo que era el espacio atrial.

Frente a estas se situaron las mesas de los altares, logrando así un estilo ecléctico entre un ritual abierto, pero con función católica.

El segundo paso fue levantar cuatro puntos alrededor de ese atrio, donde se construyó igual número de capillas, con lo cual se delimitó un perímetro para el culto. Estas, quizá al inicio, fueron solo cuatro parales de madera, con techumbre de paja; luego fueron mejoradas con columnas de argamasa —piedra, ladrillo y lodo mezclados con clara de huevo, leche y miel—, sobre las cuales se colocaron techumbres de teja.

Más adelante estas fueron reforzadas y se empezaron a poner muros de cierre en dos de sus ingresos, para formarles un fondo, y además, techar con bóvedas.  
 
“Al concluir las capillas se trazó el pueblo alrededor de estas. Les siguió el atrio y la fachada; más tarde se erigió la iglesia y se continuaba con el trazo a cordel de las calles y terrenos para establecer todos los otros componentes. Ya que la urbanización se hizo con principios del Renacimiento”, describe Melchor.

Esto quizá no se nota en algunos pueblos, ya que están asentados sobre colinas, agrega.

Fue así como se iba invitando en forma paulatina a los indígenas para que ingresaran en la iglesia. “A pesar de eso, la resistencia persistía, por lo que se ofrecía una misa adentro y otra afuera, para que todos asistieran”, dice Rodas.

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Más que límites

Existen otras teorías en cuanto a la utilidad de las capillas posas. Se cuenta que en ellas ingresaba el sacerdote para evangelizar, y afuera se quedaba el pueblo. Rodas y Melchor coinciden en que también fueron destinadas para adoctrinar a las personas por género y edad, por eso había una para hombres y otra, para mujeres, niños y niñas. “Podía ser que primero los congregaran a todos y después eran separados”, comentan.

Después de que muchas personas ya habían aceptado las nuevas creencias, las capillas se utilizaron para el Santísimo. Se hacía el recorrido del Corpus Cristi, en las procesiones, y se pasaba por esos lugares.

“Es por eso que algunos dicen que de allí surge el nombre, ya que servían para posar al Santísimo durante esa celebración”, dice Rodas.

Se cree que también fueron utilizadas para enseñar las primeras letras del alfabeto castellano.
 
Otro de los usos que se les atribuye es la celebración de la fiesta patronal, al funcionar como altares abiertos, para enaltecer la vida del santo. Por eso las capillas de algunos poblados están a cargo de las cofradías.

Esta explicación coincide con lo publicado en el documento de Huitz: “Cada capilla está asignada a una cofradía de diferente barrio o aldea, al igual que los pequeños oratorios. Originalmente, las procesiones no se hacían recorriendo el pueblo, sino en el atrio, cuando se conmemoraban los llamados Encuentros de Santos, el Viernes Santo o Domingo de Resurrección. Cada barrio y aldea se congregaba en su propia capilla posa”.

La época de estas construcciones fue a finales del siglo XVI. A principios del XVIII ya no cumplían la función para la cual fueron creadas, pues los cultos se fueron celebrando con más frecuencia en espacios cerrados, tal como lo querían los frailes.

“Por lo que la gente fue olvidando el uso de estas y su origen”, agrega Huitz. En la mayoría de casos, las capillas fueron dañadas o destruidas por terremotos, por lo que su uso como altares pasó a la casa de alguna persona, en especial a la de los cofrades.

En Guatemala aún se conservan algunas de estas obras, como las de San Cristóbal Totonicapán, las cuales están abandonadas y quedaron fuera de los límites del templo cuando en 1711 fue construido el actual. Solo una capilla fue integrada al convento —hoy casa parroquial—; una más fue derribada y las otras dos han tenido varias utilidades: desde
cocinas, cuando funcionó un mercado municipal, hasta sanitarios públicos.

En San Juan del Obispo, San Pedro Las Huertas, Antigua Guatemala y San Antonio Aguas Calientes, Sacatepéquez, han sido reconstruidas, tratando de que recuperen el diseño original,
indica Carlos Berdúo, cronista de la ciudad colonial.

Algunos de estos monumentos se mantienen de pie, como testigos mudos del inicio de la cristianización y de la creación de las primeras ciudades de Guatemala; sin embargo, no se sabe cuánto tiempo resistirán si no son protegidos.

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