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Disparen sobre Rigoberta

Como bien dice el viejo proverbio, son los árboles que dan frutos los que reciben las pedradas.

Rigoberta Menchú y Eduardo Galeano durante una conferencia en Montevideo, Uruguay en el año 2000. Foto: AFP

Rigoberta Menchú y Eduardo Galeano durante una conferencia en Montevideo, Uruguay en el año 2000. Foto: AFP

¿Guatemala? ¿Centroamérica? En el centro de América, está Kansas.

Guatemala no figura en el mapa de los medios masivos de comunicación. Sin embargo, oh milagro, una mujer guatemalteca, Rigoberta Menchú, está ocupando, en estos últimos tiempos, bastante espacio.

No por lo que ella denuncia, desde el país que viene de padecer la más larga y feroz matanza del siglo veinte en las Américas: Rigoberta no es la denunciante, sino la denunciada.

Una vez más, como es debido, las víctimas se sientan en el banquillo de los acusados.

Los gases de la infamia

Desde los Estados Unidos, faltaba más, se ha desatado esta nueva guerra química de intoxicación masiva. la cosa empezó cuando un antropólogo norteamericano consagró diez años de su vida a la investigación de las contradicciones de Rigoberta y la responsabilidad de la guerrilla en la represión que los indígenas han sufrido. “Vino a Guatemala, a estudiarnos como si fuéramos insectos”, comenta el escritor Dante Liano: “En su libro, invoca testigos y archivos. ¿Qué archivos hay sobre la guerra reciente? ¿Le abrió sus archivos el ejército?”.

Hace poco tiempo, el diputado Héctor Klée Orellana intentó consultar esos archivos, y apareció con un tiro en la cabeza. El obispo Juan Gerardi, que también lo había intentado, terminó con el cráneo partido a golpes de piedra. “The New York Times” dio difusión mundial al asunto. El diario confirmó y publicó las conclusiones del antropólogo: el testimonio “Yo, Rigoberta Menchú”, publicado hace veinticinco años, contiene inexactitudes y falsedades.

Por ejemplo, el hermano de Rigoberta, Patrocinio, no fue quemado vivo: fue fusilado y arrojado a una fosa común. O, por ejemplo. “Ella asistió, durante tres años, a un colegio privado”, lo que suena a internado suizo, pero se refiere a una escuelita en Chichicastenango. Y así por el estilo, otros pelos en la leche.

A partir de allí, ardió, en reguero internacional, la pólvora.

Súbitamente, se han multiplicado las voces que hablan de escándalo, que llaman mentirosa a Rigoberta y que, de paso canazo, desautorizan al movimiento de resistencia indígena que ella expresa y simboliza.

Con sospechosa celeridad, se está elevando una cortina de humo ante cuarenta años de tragedia en Guatemala, mágicamente reducidos a la provocación guerrillera y a los líos de familia, esas “cosas de indios”.

No tuvo la misma repercusión, por cierto, el voluminoso y al mundo muchas muertes y ha sido el papá de Pinochet y otros monstruitos.

Patas arriba: el mundo al revés discute ahora si Rigoberta merecía ese premio, en lugar de discutir si ese premio la merecía.

Los indígenas son mayoría en Guatemala. Pero la minoría dominante los trata, en dictadura o en democracia, como África del Sur trataba a los negros en tiempos del apartheid. De cada seis guatemaltecos adultos, sólo uno vota: los indios son buenos para atraer turistas, para recoger las cosechas de algodón y de café, y para servir de bestias de carga a la economía nacional y de blanco de tiro al ejército.

“Pareces indio”, dicen los mandones, que se creen blancos, a los hijos que se portan mal. Esa “sociedad guatemalteca” recibió la noticia del Nobel como un balde de agua fría. “India relamida”, llaman a Rigoberta, desde entonces, las voces del despecho, y también “India igualada”. Y ahora: “India mentirosa”.

Ella se ha salido de su lugar, y eso ofende. Que Rigoberta fuera india y mujer, vaya y pase, y allá ella con su doble desgracia. pero esta mujer india resultó rebelde, imperdonable insolencia, y para colmo cometió luego la barbaridad de convertirse en uno de los símbolos universales de la dignidad. A los poderosos de Guatemala y del mundo, este desafío no les gusta ni un poquito.

El tiempo y ella

Rigoberta viene de una familia aniquilada, de una aldea arrasada, de una memoria quemada. Ella ha pasado los primeros veinte años de su vida cerrando los ojos de los muertos que le han abierto los ojos.

El escritor vasco Bernardo Atxaga le preguntó: -¿Cómo puedes ser tan jodidamente alegre?

-El tiempo respondió-. Desde chiquitos, nos educan para entender el tiempo como tiempo que no termina nunca, aunque el tránsito por el mundo sea muy corto.

Está escrito en uno de los libros sagrados: -¿Qué es una persona en el camino? Tiempo.

Rigoberta es hija del tiempo. Como todos los mayas, ha sido tejida por los hilos del tiempo. Y ella suele decir:

-El tiempo teje despacio.

*Publicado el 28 de enero de 1999.

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