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1878: nace el ex presidente Jorge Ubico

Jorge Ubico Castañeda nació en un hogar acomodado de la Guatemala de finales del siglo XIX, el 10 de noviembre de 1878. Gobernó el país por catorce años, y su legado aún despierta pasiones.

Jorge Ubico en 1908. (Foto: Hemeroteca PL)

Jorge Ubico en 1908. (Foto: Hemeroteca PL)

Recio, estricto, honrado, trabajador y desconfiado como su padre, don Arturo Ubico, con quien vivió en México durante un tiempo, mientras éste se desempen?aba como presidente de la Asamblea Legislativa y ministro plenipotenciario – embajador-, del gobierno de Manuel Estrada Cabrera.

Sus primeros estudios los hizo en Espan?a, y los continuó en el Instituto Nacional para Varones de Guatemala, de donde pasó a la Escuela Politécnica en calidad de cadete pensionado número 692. Allí realizó una veloz carrera militar. En sólo seis an?os -1897/1903- ascendió de subteniente de Artillería a coronel de Estado Mayor.

Fue jefe poli?tico nombrado por el gobierno cabrerista, en Alta Verapaz y Retalhuleu, hasta 1920, y luego promovido a general de brigada. En abril del 27, un decreto legislativo lo declaró primer designado a la Presidencia de la República. Aún con eso, participó como candidato frente al general Lázaro Chacón, quien lo derrotó.

Tres an?os más tarde, nombrado candidato único del partido Liberal Progresista, logró la Presidencia, y asumió el poder el 14 de febrero de 1931. Guatemala tenía entonces cerca de dos millones de habitantes, y en la capital, no más de 100 mil.

Sus obsesiones

El general Ubico, como lo identifica la historia, vivía obsesionado con la honradez y la disciplina. Su jornada la iniciaba muy de man?ana, y no terminaba hasta poco antes de la media noche. Cuando llegó al poder había prometido solventar la crisis económica e impulsar el progreso a base de trabajo.

Impuso un régimen militar en toda la administración pública. Al poco tiempo de asumir, promulgó la ley contra la vagancia, que obligaba a los indígenas a trabajar en fincas y obras públicas, prácticamente sin derecho a remuneración. Aunque se trataba de una esclavitud disfrazada, él estaba convencido de haberle hecho un favor a los indígenas, a quienes también enroló masivamente en las tropas de la milicia.

En su despacho, el general no se permitía un momento de descanso. Según relatos de la época, cuando alguien entraba a su oficina, no despegaba los ojos de sus papeles. A veces, la persona que había solicitado audiencia ni siquiera se atrevía a pronunciar palabra hasta que el general rugía ¿qué quiere? o ¿a qué vino? entonces se aprestaba a oír sin dejar lo que estaba haciendo.

La construcción era su debilidad. Abrió entre 300 y 600 kilómetros de carreteras al an?o -de acuerdo con la Historia General de Guatemala– los cuales recorrió a caballo, en moto, auto o a pie. Llenó la ciudad de edificios públicos hechos a su gusto personal: Correos, la Dirección de la Policía, los Museos de la Aurora y el Palacio Nacional, los cuales todavía están en uso del Estado.

Supervisaba cada obra personalmente y expulgaba los presupuestos hasta el cansancio. En los diarios de la época, mandaba publicar los gastos efectuados, contabilizados hasta la última brocha, con clavos y tornillos. Solía irrumpir en las dependencias públicas sin previo aviso para revisar los libros contables. Cuando encontraba irregularidades, buscaba a los responsables para destituirlos y detenerlos en el acto.

Y no era para menos. Cuando llegó al poder, encontró 27 dólares en la Tesorería Nacional, según la Historia General. Promovió la primera ley de probidad e hizo público su considerable patrimonio personal. Estoy por encima de cualquier tentación de soborno, advertía constantemente.

Sus críticos aseguran que ello no le impidió pecar con las arcas públicas, el pecado que más se le achaca es haber aceptado Q200 mil que como premio a su honradez le otorgó el Congreso.

Pero quienes lo conocieron de cerca, aseguran que el general era transparente. 

El dictador del siglo

Jorge Ubico desconfiaba hasta de su sombra y no tenía empacho en hacerlo saber a todo el mundo, al grado de montar un estado policial sin precedentes. No tengo amigos, solamente enemigos domesticados, solía repetir constantemente.

De hecho, una de sus tácticas era que cuando colocaba a alguien en un puesto clave, ponía como segundo a un enemigo para asegurarse pleitos constantes entre ambos funcionarios. Otro dato: la Asamblea Legislativa sólo se reunía 45 minutos al día, y para analizar las propuestas del Ejecutivo.

La prensa estaba bajo control. Toda crítica la consideraba una rebeldía que debía suprimirse. Las noticias extranjeras se recibían en el Palacio y luego eran distribuidas a los medios.

Su relación con Anastasio Somoza, el dictador nicaragu?ense, fue excepcional, al grado que el mandatario nica cerró el semanario El Eco de Nicaragua por publicar un artículo contra Ubico.

Por otra parte, el general sentía desprecio y desconfianza hacia los intelectuales. En su administración, suprimió las facultades de humanidades y militarizó las escuelas secundarias.

El hombre más poderoso, después del Presidente, fue el general Roderico Anzueto, jefe de la policía, la máxima autoridad en materia de seguridad, quien respondía directamente a Ubico a través de un teléfono exclusivo que el mandatario mandó instalarle en su casa, y tenía uno de los salarios más elevados del gabinete -Q400 mensuales-.

Cuando se creó la policía secreta de investigaciones a mediados de los an?os 30, el terror comenzó a reinar sin piedad. Toda persona que por alguna razón se considerara sospechosa era objeto de vigilancia.

Y es que su recia personalidad no admitía contradicciones de ninguna naturaleza. Sus palabras eran órdenes y debían cumplirse. El único que podía decirle NO, era el licenciado Ernesto Rivas, a la postre su secretario privado, y con mucha influencia sobre el general, recuerda el licenciado Juan Manuel Jiménez Pinto, Registrador de la Propiedad durante el gobierno ubiquista.

Tampoco había quien le negara sus gustos y eso le provocó cierto endiosamiento, al grado que llegó a gobernar imponiendo el miedo, incluso entre los embajadores.

Habi?a que oír cómo Ubico les proponía cosas descabelladas y nadie lo bajaba de la nube. Los diplomáticos sólo le contestaban: “son ideas maravillosas, general, las voy a comunicar a mi Gobierno”, aunque por dentro pensaran que le patinaba, relata Jiménez Pinto.

Tenía un temple de hielo y no era dado a expresar sus sentimientos. Pese a ello, le agradaba relacionarse con el pueblo, sobre todo del área rural, al cual congregaba para conocer sus problemas públicos, y en algunas ocasiones hasta sus clavos familiares.

Algo que no podía pasar por alto era su cumplean?os. El 10 de noviembre no era fiesta familiar, sino nacional. Ese día se interrumpía el tránsito sobre la 6a. avenida norte, entre 5a. y 6a. calles. Mandaba poner arcos de triunfo, luces de colores y cantidad de retratos suyos para que el pueblo lo celebrara. Maestros, funcionarios públicos, indígenas y hasta los hombres más ricos del país, vestidos con sombrero y traje de etiqueta, llegaban a saludarlo.

Adentro de la Casa Presidencial, Ubico esperaba que le llegaran a rendir pleitesía, besarle la mano y reverenciarlo. Y por si fuera poco, organizaba una feria en los campos de La Aurora, con exposiciones, carreras de caballos, concursos de pintura, fotografía y literatura.

Don Jorge se convirtió en el papá del pueblo, al grado que si una nin?a resultaba embarazada, obligaba al muchacho a asumir su responsabilidad. Si había un jovencito descarriado, lo enviaba al cuartel a solicitud de la madre. Muchos militares hicieron carrera en el Ejército por ese motivo. Incluso, actuaba como juez en cuestiones de herencias, las cuales repartía entre los hermanos al estilo salomónico.

Sus laberintos

Sobrio y ególatra, compulsivo pero ordenado, implacable pero humano. La personalidad de Ubico se desdoblaba en contradicciones.

Cuando no andaba de malas, era simpático y divertido. Se volvía el centro de las reuniones -porque era un imitador excelente-. Tenía cualidades histriónicas y las utilizaba para demoler a quien consideraba enemigo político o simplemente le caía mal. De una agilidad mental sorprendente, dejaba callado a cualquier interlocutor mordaz.

Nunca tuvo buenas relaciones con la élite del país, pues algunas de sus políticas afectaron a quienes se habían considerado intocables. Lo adulaban y lo seguían, aunque en el fondo no le perdonaran haberlos puesto en su lugar.

De hecho una fuente sen?aló que don Pedro Cofin?o fue a parar a la cárcel por un accidente de tránsito, y como él otros personajes de la época sufrieron la misma suerte por delitos menores cometidos. A muchos de los criollos los tildaba de cachurecos y despreciaba la vida hipócrita que llevaban.

Quizá por ello, nunca tuvo una buena relación con la crema y nata del país. Contrario a eso, se identificaba mucho con los indígenas, aunque pecara de paternalista. Cuando decidía visitar las comunidades, sus giras duraban hasta dos semanas. Comenzaba por Esquipulas, Chiquimula; Gualán, Zacapa; El Rancho, Progreso; Cobán, Alta Verapaz; Huehuetenango, hasta dar la vuelta por la Costa, para entrar por Amatitlán.

La gente en los pueblos, los cofrades y los principales, lo apreciaban porque fue el primer gobernante que se acercó a ellos para hacerlos sentirse parte de la Nacio?n.

De sus amigos no se sabe mucho. Su lista apenas si recogía pocos nombres de confianza: los licenciados Ernesto Rivas y Ricardo Quin?ónez, sus más cercanos colaboradores en el Gobierno; Alfredo Demby, fundador de Aviateca, y el doctor Mario Wurderlich, quien al final firmó la carta solicitando su renuncia al poder. Ubico pensaba que todos lo querían, pero la actitud de su amigo médico, lo devastó.

Al momento de recibir el documento, se comunicó con el médico. Mario ¿es tuya la firma de ese papel, le preguntó. Sí, Jorge, contestó el otro. ¿Por qué no me hablaste antes? le recriminó el general. Hace mucho tiempo no se puede hablar con vos, respondió fríamente Wurderfich. Ubico colgó el teléfono de golpe.

En su vida pública lo exigía todo grande y majestuoso, pero tampoco era ostentoso como los funcionarios de hoy. En la privada, sin embargo, tenía gustos sobrios y sencillos. Sus dos únicas posesiones personales fueron un anillo de esmeraldas y el capuchino -un brillante muy hermoso-, herencia de su madre.

En su residencia -ubicada en la 14 calle poniente, nu?mero 22- tenía muebles de madera grandes y sólidos -pero a la vez sencillos-; y en la penumbra de su habitación, un altar con la imagen de la Virgen de Guadalupe, flores y veladoras.

Si fue severo en el poder, más lo fue en su casa. Era compulsivo y cuando algo se le metía a la cabeza, nadie lo hacía cambiar de idea.

Puntos en contra

El general era conocido como El Cinco, número que fue clave durante su gobierno: cinco eran las letras de su nombre y cinco las de su apellido. Cinco los ojos de buey que mandó a elaborar en la fachada del Palacio Nacional cuando se construyó; también en otros edificios de la época hay estructuras en conjuntos de cinco.

Ordenado, estratega con experiencia militar y muy buen político. Fue candidato único del Partido Liberal Progresista, el cual también fundó con cinco personas de confianza. Se reeligió en la presidencia dos veces, promoviendo cambios en la Constitución.

Sabía que quien tiene la información, tiene el poder. Muestra de ello es que siempre viajaba acompan?ado de un telegrafista para contestar sus mensajes en menos de lo que canta un gallo.

Durante su gobierno nunca reunió a su gabinete. “Citaba a sus funcionarios por separado para darles las instrucciones necesarias. Así se aseguraba el control absoluto del país. 

En público y sobre todo con los extranjeros, disimulaba sus simpatías por los regímenes fascistas. En privado, sin embargo, repetía que en Guatemala la democracia no era viable.

Guatemala fue el primer gobierno en reconocer a Franco -el presidente espan?ol- en 1936 y el primero en establecer relaciones diplomáticas con él en 1937.

Simpatizaba también con la colonia alemana y veía en Hitler un buen contrapeso al poder norteamericano. De hecho, se resistió a intervenir las propiedades alemanas cuando estalló la guerra y a concentrar a los alemanes. Pero, cuando comenzó la Segunda Guerra Mundial supo aliarse con quien le correspondía, pues no podía haber país americano que no estuviera con los Estados Unidos.

De hecho, sabía mantener contentos a los gringos. Cuenta de ello, nombró director de la Politécnica a un oficial norteamericano durante los 14 an?os de su gobierno, salvo un breve intermedio en 1943.

Al final del camino

Un artículo publicado en el vespertino La Hora, recogió las últimas órdenes del general. Según la publicación, el primero de julio de 1944 estaban reunidos en el Palacio varios generales del Ejército y la directiva del Partido Liberal Progresista.

Ubico vestía un traje azul plomo. Su faz estaba rosada y lucía tranquilo. Después de saludarlo, los civiles se aprestaron a salir de su despacho, pero el general los detuvo para que presenciaran la escena. Todavía uno de los presentes le sugirió no renunciar al cargo. Ubico lo vio fríamente y le dijo: Usted se calla. Entonces, el general Federico Ponce Vaides, quien lo sucedio? en el cargo, dio un paso al frente y solemnemente le pidió su renuncia. Ubico le entregó un sobre blanco que estaba preparado y listo sobre el escritorio.

Y comenzó a hablar: Si, aquí tengo ya preparada mi renuncia y prefiero entregárselas a ustedes, los representantes del Ejército, que a esos tales por cuales de los cachurecos. Con una condición: que ustedes van a caminar hombro con hombro con el liberalismo de Guatemala y ustedes -dirigiéndose a los miembros del partido- harán lo mismo, si no quieren que la patria se hunda en el abismo. Con que ya saben lo que van a hacer. Luego, salió del despacho.

El general tuvo presiones para no renunciar a la Presidencia, pero tampoco quiso quedarse a la fuerza. Al contrario, decidió salir con la frente en alto y por la puerta ancha -convirtiéndose en el poder tras del trono, hasta el 20 de Octubre-, acompan?ado de su sobrino, Arturo Altolaguirre.

Así terminó una dictadura de 14 an?os para refugiarse en la embajada británica. El 24 de ese mes viajó al exilio, a Nueva Orleans, Estados Unidos, donde murió el 14 de junio de 1946. En 1963 sus restos fueron repatriados y enterrados con honores militares.

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