Hemeroteca

¿La segunda mamá?

Todos recordamos a una "seño que daba reglazos y coscorrones, otra que era "buena gente" y a un profesor, habitualmente severo, que un sábado se ponía a jugar fútbol con sus alumnos.

A algunos les toca una profesora joven y bonita. A otros les jalo? las orejas una monja regan?ona o los aconsejo? un profe bondadoso que usaba gruesos lentes.

En pa?rvulos, mi maestra fue una ancianita delgada, la “serio Alis”; creo que ya fallecio?, pero no se me olvida cuando un nin?o que se llamaba Wilson me hirio? un dedo con el filo de una tijera… La viejita regan?o? a Wilson, me lavo? con jabo?n la herida, me echo? mercurio cromo y me puso una curita. Mi dedito quedo? naranja.

La “sen?o Violeta”, de pre-lec-tura, nos gritaba y daba reglazos. A mi mama? le dijo que yo platicaba demasiado, que “pareci?a perica de canasto” y por eso sacaba estrellita verde (no azul) en “conducta”.

Como la escuela es “la segunda casa”, hay quienes quieren le quieren endosar al maestro la formacio?n moral y de costumbres del nin?o.

“iQue? patojo tan maleducado! ¿A que? te mando a la escuela pues?” dicen ciertos “padres de familia” sin pensar que tal vez aquella falta de cortesi?a la aprendio? con ejemplos de su propia casa o barrio.

Sin embargo, recordamos con gratitud a aquella persona que adema?s de instruccio?n nos regalo? un minuto de su carin?o; se sento? con nosotros a preguntarnos por que? llora?bamos, por que? no juga?bamos con los otros nin?os o que alguna vez nos regalo? una moneda para comprar una galleta en el recreo, porque nosotros no teni?amos dinero.

No se me va a olvidar nunca el cartelo?n con que la sen?orita Lupita (la maestra de primero primaria) nos enseñó la letra “S”. Lo ilustraba un sapo tan bonito, que es el u?nico sapo bonito que recuerdo… “ese sapo se pasea”.

Hace unos an?os la encontre? por la calle y pensé que no me reconoceri?a. Al pasar, me miro? y me pregunto? si yo era “Montenegro”. Sí se acordaba de mi?…

De todo hay

Hay “mentores” que a principio de an?o exigen una enorme lista de u?tiles, aunque luego se desperdicien. Piden 20 mapas de Centroame?rica y so?lo usan 10. Piden 10 de Europa, 10 de Asia, 10 de África y si mucho usan 6,4 y 3.

Exigen a los nin?os los nombres de las montan?as ma?s lejanas de China, y los patojos no saben cua?l fue el volca?n que hizo erupcio?n en Guatemala y donde esta?. No diferencian el ri?o Usumacinta del Sarstu?n, o el Suchiate del Mari?a Linda.

Tambie?n supe de una maestra que a medio an?o dejo? a 25 parvulitos, confundidos y tristes, porque en otro colegio le ofrecieron un poco ma?s de sueldo. Los nin?os preguntaban por ella y bajaron su rendimiento.

Pero no todo es culpa de los profes, que a veces son he?roes. Tambie?n hay negligencias y contradicciones administrativas. Por ejemplo: El lujoso edificio de oficinas de la central del Ministerio de Educación. Mientras, en el techo de una escuela en Chinautla, hay un promontorio de pupitres oxidados; o en otra, los nin?os se sientan y escriben sobre tablas y blocks, a manera de escritorio.

En los mediodi?as calurosos de este tiempo del invernadero, cuando salen cientos de pequen?os de la “Escuela Oficial número…” -un ro?tulo desten?ido asi? lo anuncia-, uno piensa cua?nta paciencia, carin?o, autoridad y conocimiento exige esta vocacio?n, que implica resumir la vida y la cultura del mundo, para hacerlas comprensibles a 35, 50 o 63 inteligencias, antes que llegue la hora de recreo.

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