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Gunung Kemukus: ¿por qué los indonesios van a una montaña remota a tener relaciones sexuales con desconocidos?

Gunung Kemukus es una montaña en Java a la que cada 35 días acuden musulmanes de toda Indonesia para participar en un ritual. 

La cita es en una fecha auspiciosa de acuerdo al ciclo Wetonan, que superpone los cinco días del antiguo calendario javanés con los siete días del moderno (7×5=35).

Cuando la tiniebla empieza a envolver el misterioso lugar, prenden velas y se sientan sobre esteras alrededor de los sagrados árboles dewadaru y las retorcidas raíces de enormes higueras.

En la mágica montaña hay una tumba que se dice que guarda los restos de un legendario príncipe y su amante.

Adulterio por fortuna

“El joven príncipe Pangeran Samodro huyó con la reina Nyai Ontrowulan, que era su madrastra, la esposa de su padre”, cuenta Keontjoro Soeparno, psicólogo social de la Universidad Gadjah Mada en Yogyakartax.

“Se escondieron en Gunung Kemukus”.

Hay muchas versiones de la historia, que data del siglo XVI, y cuenta que un día, cuando estaban en medio del coito, fueron sorprendidos, asesinados y enterrados en la cima de la montaña.

Los peregrinos creen que si cometen adulterio en este lugar “será bendecidos con buena fortuna”, explica Soeparno, quien ha estudiado el ritual durante 30 años.

Es por eso que Gunung Kemukus es también conocida como “La montaña del sexo”.

Las reglas del juego

El ritual empieza con oraciones y ofrendas de flores en la tumba de Pangeran Samodro y Ontrowulan.

En algún momento, los peregrinos deben bañarse en una de las dos quebradas sagradas de la montaña.

Luego, tienen que encontrar a un extraño y tener relaciones sexuales con él.

“Para llenarse de bendiciones y dinero, hay que acostarse con alguien que no sea tu esposo o esposa. Tiene que ser alguien que no conozcan”, explica Soeparno.

“Además debe ser en Juman Pon (cuando coincide el viernes con Pon, uno de los cinco días del calendario javanés), y tienen que hacerlo cada 35 días siete veces consecutivas, de manera que es una relación que dura alrededor de un año”.

“Si se suspende antes de completar las siete veces, tienen que volver a comenzar. Eso es lo difícil, sobre todo si ya no son tan jóvenes”, dice el experto.

“Es por eso que el compromiso que la pareja tiene que hacer es significativo: tienen que intercambiar números de teléfono y direcciones, y acordar dónde se van a encontrar la próxima vez”.

Comida y techo

En las noches más concurridas pueden llegar hasta 8 mil peregrinos que, tras subir las empinadas escaleras, se congregan en la cima y se observan.

“La mayoría son dueños de pequeños negocios que vienen con la esperanza de que si completan el ritual, sus ventas mejorarán, ganarán mucho dinero y serán exitosos”, señala Soeparno.

Además del santuario, hay un puesto de comida, donde puedes conseguir té, maní, fideos… y alquilar uno de los dos pequeños cuartos que la dueña tiene en la parte de atrás.

Una mujer con su velo y un hombre, ambos de unos 50 años, se pierden tras la cortina para completar el ritual en uno de los cuartos. Al intentar entrevistarlos, huyen, y la dueña de lugar se acerca para pedir, en esa delicada forma típica de los javaneses, que nos vayamos.

“Lo que pasa es que ellos sólo están juntos aquí en la montaña. Si salen por televisión y sus verdaderas parejas se enteran, estarán en problemas. Eso le pasó al dueño anterior: un hombre apareció en televisión hablando con una mujer una noche y sus familiares lo vieron. Destruyó a la familia; se divorciaron”, dice.

En secreto

Adentro del santuario, Pak Slamat está leyendo el Corán. Cuando termina empieza a buscar una amante.

“Aquí hay muchos hombres de negocios que te dicen que funciona, que antes su negocio no estaba rindiendo y después sí. Debe ser controlado por Alá. No hay otro más que Alá”, afirma.

“A mí me entusiasma. Si veo a una mujer que me parezca apta, me acerco a ella. A mí me importa el corazón, no sólo la apariencia. Primero vez lo que hay afuera, luego lo de adentro. Debido a que lo hacemos por negocios, nuestra motivación interna debe ser la misma”, declara.

El hombre es casado y tiene tres hijos. Su mujer no sabe que él está en la montaña; piensa que está en la mezquita, rezando.

“Ella no habría permitido que yo viniera, pero lo importante es que yo estoy haciendo esto por los negocios”.

¿Sin ataduras?

En el santuario también está Ibu Winda, una mujer de unos 60 años, vestida con una blusa dorada con flores, una corta minifalda, medias plateadas y una chaqueta de cuero. Sus labios están pintados de rojo brillante y su rostro está empolvado.

“Tengo cuatro hijos y tengo nietos. Si mi esposo me pregunta, le digo que lo estoy haciendo para que mi negocio funcione bien. Si le dijera que voy a venir a Kemukus no me dejaría venir”.

Resulta que Winda, quien tiene un puesto de frutas en su pueblo, ha estado viniendo a “La montaña del sexo” durante los últimos 10 años a encontrarse con un hombre.

“Me dijo que si estaba con él aquí por al menos tres años, me llevaría a Meca, a hacer el peregrinaje Hajj. Incluso vino a buscarme a mi pueblo. Pero yo tengo una familia, así que sólo hablamos por teléfono. Cuando venimos aquí, nos comportamos como marido y mujer”.

“Desde que empecé a venir a estar con él, me ha ido bien en los negocios. ¡Bendito sea Alá!”.

Una mezcla javanesa

Mujeres con velos y mujeres con poca ropa se mezclan con hombres de mediana edad. Se van emparejando, ya sea bajo los árboles o en los bares de karaoke con habitaciones.

El ritual no es una práctica de islam.

Es típico de Indonesia, más específicamente un amalgama muy javanesa de ideales religiosos, con influencias islámicas, hindúes, budistas y animismo a la que se le conoce colectivamente como kejawen.

En los últimos años, con el país encaminándose a un mahometismo más ortodoxo -lo que no le ha restado la popularidad a Kemukis, todo lo contrario-, el gobierno local ha tratado de promover una versión más “familiar” de la ocasión, que sea más afín a islam.

Las autoridades preferirían que la gente olvidara el aspecto sexual del ritual, pero no lo van a prohibir.

“Este es un lugar de turismo religioso; la religión es creencias y tradiciones, incluyendo las de nuestros ancestros”, señala M. Suparno, coordinador de turismo de Gunung Kemukus.

Las tradiciones cambian con el tiempo

Hasta los años 80, en “La montaña del sexo” no había ni puestos de comida, ni bares. Sólo árboles.

Pero en la siguiente década, Gunung Kemukus desarrolló incluso una zona roja.

A medida que avanza la noche, la gente se dirige a los bares de karaoke que están a lo largo de los callejones al lado del santuario y la tumba. En uno de ellos, seis hombres están en un sofá viendo a una mujer cantar y bailar de una manera muy sexual.

“Solía ser distinto. La gente realmente tenía relaciones sexuales rituales al aire libre. Pero el gobierno local decidió que eso no era buena idea y puso chozas de bambú. Como resultado, la prostitución prosperó”, señala el profesor Soeparno, quien estima que cerca de la mitad de las mujeres que acuden a la montaña son trabajadoras sexuales.

Un ritual valioso

En cualquier caso, el santuario se volvió muy valioso en otro sentido.

Los aldeanos locales empezaron a cobrar por cada vehículo que entraba al área.

El gobierno local, por su parte, le cobraba a los que tenían puestos y habitaciones así como a los peregrinos.

Con el aumento de popularidad, los miles que llegaban con la intención de cometer adulterio le dejaban una buena ganancia al departamento de turismo.

En 2014 las autoridades abrieron una clínica especializada en enfermedades venéreas, repartir condones y hacer pruebas de VIH/SIDA.

“Cuando una tradición se ha practicado por tanto tiempo, no puedes deshacerte de ella. La prostitución brotó de esa tradición y pensé que necesitábamos una clínica para lidiar con las consecuencias. Así, podemos tornar un negativo en un positivo”, indica el funcionario gubernamental Mohammad Rahmat.

Resultados

En la montaña del sexo hay muchas maneras de alcanzar tu meta.

Mujeres como Dian no tienen mucho problema.

Con su pañuelo rosa en la cabeza y jeans, está rodeada de un grupo de hombres en chaquetas de cuero en medio de una nube de humo.

Dian ya completó su ritual, pero volvió para dar las gracias.

“Vine porque en el pasado mi vida era muy difícil”, dice. “Mi esposo me dejó y tengo tres hijos, dos adoptados y uno nuestro”.

“Mis amigos me dijeron que si venía, mi vida se iba a volver más fácil. Y después de hacerlo, muchas cosas han cambiado. Siento que ahora todo es realmente fácil, no como antes. Obtuve un resultado”, asegura.

*La serie “Open Ear” del Servicio Mundial de la BBC recoge documentales de productores de todo el mundo. “La montaña del sexo” fue producido por Rebecca Henschke para ABC Radio National de Australia.

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