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“La violencia no es lo que define a las pandillas”: la experiencia única de Juan Martínez d'Aubuisson, el antropólogo que vivió un año con la Mara Salvatrucha en El Salvador

La primera vez que Juan Martínez d'Aubuisson puso un pie en aquella colina de San Salvador, un gran mural con las siglas le confirmó que estaba en territorio de MS-13, la Mara Salvatrucha 13, la mayor pandilla de América.

Lo custodiaban unos hombres jóvenes, que se levantaron desafiantes al ver al extraño acompañado de un lugareño.

“Nos escanean con la mirada y vuelven a su puesto sin responder al saludo. A guardar, como viejas beatas, a su santo de tinta”, escribiría después el antropólogo en su libro Ver, oír y callar. Un año con la Mara Salvatrucha 13, publicado por la editorial Pepitas de Calabaza en septiembre de 2015.

El texto, aclara, no es un documento científico en el sentido estricto y tiene más que ver con el “realismo etnográfico”, por lo que prefiere llamarle sus “diarios de campo, editados y ordenados”.

En ellos cuenta lo vivido y lo reflexionado en 2010, el año que pasó contando muertos en la colina Montreal, en Mejicanos, uno de los municipios de la capital de El Salvador, para tratar de entender a la pandilla que controla aquella comunidad y a su enemigo mortal, el Barrio 18 (actualmente escindido en Sureños y Revolucionarios).

“Mantenerse con vida”

A la colina pudo acceder gracias a un sacerdote que dirige el centro juvenil de la colonia y que tiene contacto con los Guanacos Criminals Salvatrucha, la clica o célula de la MS-13 que domina el lugar.

Y así, un día se encontró en el local que alberga el centro, explicándole a su encargado, Gustavo, la razón que le llevaba a emprender tal proyecto.

“¿O sea que querés como conocer a los pandilleros?”, le preguntó éste, incrédulo.

Y le advirtió que, si quería continuar con vida para hacer su trabajo, debía cumplir con unas reglas tácitas.

La primera: no mencionar el 18 ni usar una camisa que lleve ese número impreso. “Al parecer en este lugar atrae a la muerte como a un imán”, señala en antropólogo en su libro.

Y la segunda, no caminar nunca sólo: “No me conocen y podrían confundirme con un enemigo”.

Cuestión de enemistad

Pero Martínez d'Aubuisson no sólo corrió ese peligro en la colina Montreal, territorio “salvatrucho”.

También se expuso a ello cada día, cuando para llegar a la comunidad que corona la loma se veía obligado a cruzar una colonia controlada por la pandilla contraria, el Barrio 18.

Hacía el trayecto montado en su motocicleta barata, de fabricación china, a la que le había puesto el nombre de Samanta.
Y uno de esos días, se vio a sí mismo rogando al motor que no se le ocurriera morir precisamente allí.

Martínez d'Aubuisson es joven, está tatuado y entonces llevaba el pelo largo.

Salvando las distancias, no es un aspecto muy distinto al de cualquier pandillero, y bien lo pudieron haber confundido con un enemigo. También allí.

— ¿Y no te dio miedo?
— ¡Cómo no! Un miedo brutal.

La moto volvió a arrancar y el antropólogo salió ileso de la situación, pero la sensación no se la pudo sacar del cuerpo en todo el tiempo que le llevó hacer su trabajo etnográfico en la colina Montreal.

Allí atestiguó una violencia que harían temblar a cualquiera.

Torturas y desmembrados

Vio, por ejemplo, a un a una adolescente suplicar a un grupo de pandilleros que no la torturaran con el palo de escoba que uno de ellos blandía, compartió los días con los vecinos que se preparaban para las consecuencias de la “guerra” entre las dos pandillas.


Barbaries de ese calibre se les suele atribuir a la MS-13 y el Barrio 18, como la que reportaron un miércoles por la noche, en enero de este año.

En un microbús que había quedado abandonado en el cruce de una colonia central de San Salvador encontraron el cuerpo desmembrado de mujer, aparentemente joven.

Los miembros no tardaron en aparecer. Pero de la cabeza, ni rastro.

La escena no era nueva. Trágicamente, se repite de tanto en cuanto en El Salvador, el país que en los últimos años compite con su vecino Honduras por encabezar la lista de las naciones más violentas del mundo.

De hecho, cerró 2016 con 5 mil 278 homicidios (14.4 diarios), una tasa de 81.2 por cada 100 mil habitantes, muchos de ellos a cargo de las pandillas.

Pero sin restarle importancia al dato, Martínez d'Aubuisson insiste en que la brutalidad extrema no es lo único que define a la Mara Salvatrucha y al Barrio 18.

“La clave es el antagonismo, no la violencia”, zanja.

E ilustra: “Son como dos boxeadores que suben al ring. No hay diferencias profundas entre ellos, pero pueden hacerse mucho daño”.

Qué son y qué no son las pandillas

En vísperas de que el presidente de Estados Unidos, el republicano Donald Trump, cumpliera sus primeros 100 días en el cargo, se refirió a la MS-13 y al Barrio 18 en Twitter.

Y culpó de la expansión de éstas en EE.UU. a la “débil política contra la inmigración ilegal” de su antecesor, el demócrata Barack Obama.

El Departamento de Justicia estadounidense calcula que hay entre 8 mil y 10 mil miembros, sobre todo de la MS-13, en 46 estados y en el distrito de Columbia.

“Si perteneces a una pandilla, te encontraremos. Destruiremos tus redes, tus recursos. No dejaremos que controles ni siquiera una calle con tus tácticas”, sentenció esa misma semana el fiscal general Jeff Sessions.

Además, señaló que el plan para lograrlo es similar al que se implementó en su día contra los cárteles colombianos y la mafia italiana.

“Antes que nada, Trump parece que sufre de amnesia histórica”, critica Martínez d'Aubuisson cuando se le pregunta sobre la postura de la nueva administración estadounidense ante el tema.

“La MS-13 llegó a más de 40 estados de EE.UU. por la migración, sí, pero en su germen sólo existía en el sur de California”, aclara, subrayando el culpable original de un fenómeno que es ya internacional.

Y es que la MS-13, al igual que el Barrio 18, surgieron en la segunda mitad del siglo pasado en Los Ángeles y se implantaron en Centroamérica a inicios de los 90, cuando Estados Unidos inició una política de deportaciones que provocó que miles de salvadoreños regresaran, convertidos en pandilleros, al país del que habían escapado durante la guerra.

“En El Salvador el fenómeno se tropicalizó, se hibridó y creció”, dice el antropólogo.

“Era un país en la posguerra, destrozado, con una policía recién nacida y la ciudadanía llena de armas… y el fenómeno fue brutal. Se formaban colas de jóvenes que querían incorporarse a las pandillas”, explica.

Y con la situación de El Salvador cada vez más cruda, la migración se volvió de nuevo la única vía de escape.

“Así llegaron las pandillas a todos los estados de EE.UU.”, concluye.

Ni cartel ni mafia

Martínez d'Aubuisson rechaza el hecho de que EE.UU. ponga a la MS-13 y al Barrio 18 al mismo nivel que los carteles de la droga.

“El objetivo de los cárteles es el enriquecimiento ilícito por medio de la venta de droga y la violencia, que no es caótica, es un instrumento para lograrlo”, explica el antropólogo.

“Mientras, para la pandilla el objetivo es mantener el sistema de agresiones contra el grupo rival y la violencia es ritual. Se trata de una cadena de venganzas”, añade.

“Las pandillas obtienen dinero, cada vez más, pero sería erróneo decir que son pequeñas mafias que buscan enriquecerse. Si fuese así, sería más fácil controlarlas y los ridículos programas para prevenir la violencia, que buscan sacar a los pandilleros de esos grupos dándoles trabajo, tendrían éxito”, concluye.

“Pero la situación es más compleja”.

Tanto, que la Mara Salvatrucha y el Barrio 18 son también peculiares dentro de la lógica de pandillas, “no sólo por los niveles de violencia que alcanzan, sino también por el grado de organización, ambos muy altos”.

Su estructura, a diferencia de otras organizaciones criminales, no es vertical. Y así, cuando cae un líder en seguida surgen varios candidatos a sucederlo, explica el experto.

Él mismo pudo atestiguar la caída en desgracia del Destino, el jefe de la clica de la colina Montreal, quien cada vez le confiaba más intimidades.

A medida que éste sustituía las actividades de cabecilla de los Guanacos Criminals por su nueva pasión, la de hacer pan, el pandillero llamado Little Down empezó a tomar el control.

Y así, llegó a coronarse nuevo rey.

Pero fue algo temporal. A Little Down lo mataría la policía en febrero de 2015, dos años después de que Destino corriera el mismo destino a manos de sicarios contratados por el Barrio 18.

No tardarían en sucederles otros, a los que seguirían otros más.

“Guerra de niños”

A pesar de su nivel de organización y la violencia que usan, Martínez d'Aubuisson insiste en que todos ellos son “un puñado de jóvenes jugando a la guerra”.

Los expertos coinciden en que el 90% de los miembros de estos grupos no llega a la veintena.

Pero el informe titulado La nueva cara de las pandillas callejeras: el fenómeno de las pandillas en El Salvador, presentado en marzo por el Centro Kimberly Green para América Latina y el Caribe y la Universidad Internacional de la Florida, concluye que la mayoría se integra en estos grupos cuando tiene entre 9 y 12 años.


“De hecho, el de las pandillas no es un problema de la juventud, es de la niñez”, subraya el experto.

En su opinión, mucho tienen que ver en eso las escuelas, a las que considera “territorio perdido para el Estado” salvadoreño.

“El poder de las pandillas dentro de los centros escolares es muy grande”, comienza a explicar el especialista.

“Más allá de los enormes murales que decoran las paredes, hay en el interior de ellos varias tiendas controladas por una u otra pandilla, y los estudiantes deben elegir en cuál comprar, lo que prácticamente significa a qué bando unirse”, prosigue.

“Las escuelas no son un lugar de resguardo y casi me atrevería a decir que son centros de reclutamiento”.

“Sus ojos y sus oídos”

Además de considerar el enfrentamiento mortal de la MS-13 y el Barrio 18 como un “juego serio de niños” o de jóvenes, Martínez tiene claro que es un juego de varones.

“Las mujeres tienen un papel importante en la pandilla, pero muy poco protagónico”, reconoce.

Ellas son sus mujeres, las que los cuidan, las que crían a sus hijos, las que mantienen la comunidad mientras ellos viven escondidos, a quienes utilizan para “cazar” al enemigo, quienes los visitan en la cárcel y las que llevan una orden de un penal a otro, son sus ojos y sus oídos, las que cobran las extorsiones y las que buscan los cuerpos de los pandilleros muertos en Medicina Legal.

“Las mujeres conforman el 100% de la base social de las maras en El Salvador y, sin embargo, sus miembros las tratan como a perros, las violan, incluso las llegan a asesinar por pequeños errores”, dice el antropólogo.

Eso es lo que le ocurrió a María (nombre ficticio), según recoge una sentencia de 2007 de la Fiscalía General de la República.

Ella había sido la mujer de uno de los miembros de la Mara Salvatrucha 13, pero rompieron cuando éste entró en prisión y dejó de visitarlo. Y los compañeros de éste lo consideraron una traición a toda la pandilla. Así que, con engaños, la llevaron a una casa, donde la ataron, la violaron entre diez y la degollaron.

Terminó sus días en una bolsa de plástico negra, de la que se deshizo un vagabundo al que le pagaron el trabajo con crack.

Nadie se libra

Martínez d'Aubuisson no le ve un final cercano a estos horrores.

“Mirá, a día de hoy El Salvador es una gran 'colina'”, dice, haciendo referencia a la comunidad que describe en su libro.
“El 90% de los salvadoreños vive en un barrio controlado por una de las pandillas y todos los habitantes del país caen de alguna manera dentro del rango de poder de una de estas”, asegura.

Y las políticas que los gobiernos de turno están adoptando contra ellas no sólo no son efectivas, sino que les da más poder, cree.

“Las pandillas se extendieron en todo El Salvador en los 90, pero alcanzaron el estrellato a partir del Plan Mano Dura“, el política que presentó el entonces presidente Francisco Flores (Alianza Republicana Nacionalista, un partido de derecha) en junio de 2003 para erradicar a estos grupos y así reducir la violencia.

“Se arrestó a decenas de miembros de la MS-13 y del Barrio 18 y se les metió en prisión, donde su fuerza creció impresionantemente, creándose las élites carcelarias que ahora dan los lineamientos nacionales”, recuerda el experto.

“Así, las pandillas tuvieron su momento de auge y el problema se salió de control”.

Y ahora, tras una tregua fallida, el gobierno actual del FMLN, con Salvador Sánchez Cerén a la cabeza, volvió a lanzar una guerra frontal contra éstas.

Además, “los programas del Estado para prevenir la violencia dan vergüenza. No están basados en estudios serios ni cuentan con diseños técnicos que los avalen. Son por intuición y poco más”, dice el antropólogo.

“Mientras, los barrios continúan abandonados y las pandillas siguen siendo una opción lógica para los chicos”, añade.

Así que poco le sorprendió así que, cuando trataba de mantener a los menores de la colonia Montreal entretenidos jugando a policías y ladrones, todos ellos quisieran ser los segundos.

Es ese el contexto en el que la MS-13 y el Barrio 18 siguen creciendo.

“Y mutan a una velocidad impresionante. Son una estructura en constante movimiento”.

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