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Testigos de la historia: Centenarios de oro

"El secreto para vivir tantos años no es más que respetar, hacer caso a las cosas buenas y no al pecado", expresa Juana Chox Yac, quien reside en San Cristóbal Buena Vista, Sololá, y    a sus 121 años es quizá la persona más longeva del país.

Una vida de intenso trabajo y una dieta a base de verduras, hierbas y granos lleva a cinco adultos mayores a superar los cien años de vida. (Fotoarte Prensa Libre)

Una vida de intenso trabajo y una dieta a base de verduras, hierbas y granos lleva a cinco adultos mayores a superar los cien años de vida. (Fotoarte Prensa Libre)

PROVINCIA– Chox Yac agrega: “Bien decían nuestros abuelos y padres en tiempos pasados, que si obedecíamos podíamos tener una larga vida, pero si desobedecíamos y  hacíamos caso omiso de las palabras sabias, entonces la vida se podía cortar”.

Como ella, otros cuatro  guatemaltecos rememoran sus vivencias y analizan los cambios que ha experimentado la sociedad guatemalteca a lo largo de su vida.

Ambrosio Méndez, de 113 años, recuerda que cuando era joven formó parte de la policía montada del general Jorge Ubico. Oriundo de Tabancas, Gualán, Zacapa, este hombre ha vivido la mayor parte de su vida en la aldea Guacamayo, Los Amates, Izabal.

Méndez tiene una vasta descendencia: 10 hijos, 56 nietos y 38 bisnietos. En diciembre recién pasado celebró su cumpleaños, junto a su esposa, Herlinda Ramos, de 94 años, con quien  está casado desde hace 76.

Vida difícil

Con los pies inflamados y   el rostro surcado por varias líneas de expresión, Victoria Toc Vicente aún oye, ve y come bien, a sus 105 años.

En la actualidad vive en el cantón Chuaxic, Sololá, y se hace acompañar de una nieta, quien la hace de  traductora, ya que doña Toya, como se le conoce, solo habla kaqchikel.

“Aún recuerda los tiempos en que no había luz eléctrica y tampoco se veían muchos vehículos, por lo que todas las actividades y mandados tenían que hacerse a pie”, indica la nieta.

Su vida no fue un lecho de rosas. “Para mí, lo  más triste fue cuando se murió mi mamá, pues me quedé sola. Me casaron a los 13 años, pero lamentablemente mi esposo, Mateo Tuy Yaxón, ayudante de albañil, tenía el vicio del licor, ya que éramos muy pobres y apenas teníamos para comer. De esa cuenta me golpeaba demasiado y a veces tenía que salir de la casa y recomendarme con algunos vecinos”, recuerda doña Toya.

En  El Pino, Barberena, Santa Rosa, reside Dolores Sosa de Castro, quien cumplió 106 años en noviembre último.

Ella cuenta que procreó ocho hijos,   de los cuales solo viven dos: sor Estela Castro Sosa, de 81 años, y Víctor Manuel Castro,  62. También la acompañan 13 nietos, 16 bisnietos y tres tataranietos.

En la finca El Amparo, Génova, Quetzaltenango, Andrés López Guzmán aún tiene en su mente las imágenes de cuando el ferrocarril llegó a Coatepeque y Ayutla, en los primeros años del siglo XX.

A sus 118 años, recuerda a los grupos de romeristas que bajaban a pie del Altiplano para llegar a la estación San Miguelito y subir al tren para  ir a venerar  la imagen del Señor de las Tres Caídas.

“Eran grupos muy alegres, que traían sus maletas con comida y chamarras, y eran acompañados por la música del tun y la chirimía”, recuerda López Guzmán.

¿Cuál es el secreto?

Los longevos guatemaltecos dicen que no llevaron una dieta especial que les permitiera una larga existencia. Más bien, varios de ellos pasaron muchas penurias y hambre,  y han sobrevivido en condiciones de extrema pobreza.

“Siempre hemos sido muy pobres y vivimos mucho tiempo en un rancho de bajareque y techo de paja, hasta que pudimos construir unos cuartos de adobe y teja”, expresa Toc Vicente.

 Méndez celebró su cumpleaños en la aldea Guayabo, con tamales y una porción de pastel, el pasado 7 de diciembre.

El resto de entrevistados habla de una dieta basada en tortillas de maíz, atol, frijol, verduras y raíces, en la que estuvo casi ausente la carne.

En cuanto a actividad diaria, todos  describen una vida de trabajo de sol a sol y en condiciones precarias.

En su juventud, Chox Yac caminaba todos los días, tres horas para ir y tres de regreso, para   vender maíz, de Santa Lucía Utatlán, Sololá, a Totonicapán.

López Guzmán trabajó en fincas ganaderas y se dedicó a vender cerdos. “Caminaba día y noche, a pie, para llegar a los lugares donde vendíamos los cochitos, y luego volvíamos a caminar de regreso”, recuerda.

Según estudios, la longevidad   está condicionada en un  25 por ciento a factores genéticos, y 75 por ciento al estilo de vida. Hábitos como fumar o el sedentarismo disminuyen la esperanza de vida de una persona.

Los especialistas en la materia aconsejan comer carne de pescado,  verduras  como   ayote, berenjena y zanahoria, y frutas como pera,  manzana y plátano.

El sitio mejorconsalud.com refiere que investigadores de la Universidad de Palermo, Italia, descubrieron que una dieta rica en frutas, verduras y granos enteros, y baja en carnes rojas, carbohidratos refinados y dulces permite una larga existencia.

 “Las plantas son el secreto de la longevidad, nuestras mejores fuentes de antioxidantes y fitoquímicos. Las dietas basadas en plantas  han demostrado  que frenan  los efectos del envejecimiento y previenen  el daño celular”, se lee en el sitio.

Santa Lucía Utatlán, Sololá -“Había más respeto”-

Cuando nosotros crecimos no había juguetes. La diversion era nuestro propio trabajo. Ahora, con la tecnología, hay mucho avance, pero antes la juventud era más respetuosa, era más humilde y bondadosa”, comenta Juana Chox Yac, en San Cristóbal Buena Vista, Sololá.

A sus 121 años, guarda los recuerdos de cuando sus  abuelos le decían que las niñas  no debían jugar con un lazo porque  era pecado, pues al momento de dar a luz un hijo podía venir atado del cordón umbilical. “También nos decían que no debíamos comer frutas cuaches porque uno corría el peligro de dar a luz gemelos”, cuenta.

En cuanto a los  cambios conforme ha pasado el tiempo, Chox Yac dice que cuando les cuenta estas cosas a sus nietas   solo  ríen. Añora aquellas épocas cuando su mayor entretención era caminar tres horas para ir a vender maíz a Totonicapán y a veces no tenía qué comer, por la pobreza de su familia.

Chuaxic, Sololá -Marginada de ayuda-

Victoria Toc Vicente aprendió a tejer  su propia ropa utilizando hilos que sacaban de la lana de las ovejas. “Ahora  hay  hilos que vienen de otros lados con muchos colores. Antes solo había un color y se teñía con plantas del bosque”, cuenta a sus 105 años.

Se entristece al recordar que no pudo tramitar su DPI porque le pidieron unos papeles que valían Q75 y no los tenía. Ha intentado que la incluyan en  los programas de la bolsa segura y el bono del adulto mayor, pero nunca la han ayudado. “Eso solo se lo dan a gente con dinero y yo que vivo en extrema pobreza no me dan nada”, agrega.

Barberena, Santa Rosa -Atención familiar-

Doña Lolita relata que estuvo a punto de morir de cólera.

“El médico no me quiso atender porque dijo que yo estaba bastante delicada y que me tenían que llevar al hospital, y yo dije que para el hospital no me iba”, refiere.

En vista de que se resistió a ser trasladada a un centro asistencial, doña Lolita fue atendida en su casa, porque entre sus familiares hay enfermeras, quienes la cuidaron.

Uno de sus hijos tuvo que viajar a la capital para buscar el medicamento, porque no había en toda Santa Rosa, donde reside la adulta mayor, quien a sus 106 años le es difícil caminar.

Los Amates, Izabal -Hierbas curativas-

La medicina natural siempre ha sido la predilecta de Ambrosio Méndez, de 113 años y quien reside  en Izabal. “Mi esposa dio a luz a nuestros 10 hijos y nunca visitó a ningún doctor”, apunta.

Refiere que cuando  su esposa   empezaba  a sentir dolores de parto, él iba al monte a traer la hierba culcameca y con eso “se aliviaba”.

Era lógico que se decantara por las hierbas, debido a que en su tiempo, en su comunidad, Los Amates, Izabal, no había escuelas ni centros de salud.

A don Ambrosio le quemaron cohetillos el 7 de diciembre último,   rodeado de sus 38 bisnietos.