A nuestro alcance

Ileana Alamilla

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Si hay una profesión que muestra la grandeza humana es la medicina, pero lo admirable son  quienes  la ejercen con vocación, ética y espíritu de servicio, sin descartar  el derecho que les asiste de tener una vida digna y con racionales comodidades. Con gratitud reconocemos su labor y la de aquellos que se esmeran en investigar y poner sus conocimientos al servicio de la colectividad.

Es loable que se hagan llamamientos para prevenir enfermedades, aquí las principales: gastroenteritis, respiratorias crónicas, pero sobre todo la “enfermedad crónica”  de la pobreza que no han recibido las respuestas idóneas por parte del Estado. La mitad de la población en Guatemala vive en el área rural, más de 70 de cada cien  están en condiciones de pobreza y la mitad de niños y niñas menores de 5  años son desnutridos crónicos, lo que provoca un daño cerebral irreversible.

Siendo esa la realidad, resulta ilusorio y hasta irónico recomendar un estilo de vida saludable, una detección temprana de la enfermedad temida del cáncer y tratamientos adecuados como medidas de prevención. Es imposible, en estas condiciones, sugerir que las personas ingieran alimentos apropiados y suficientes, si no tienen para adquirirlos; que se laven las manos antes de comer y de ir a la letrina, si en las comunidades no hay agua, está contaminada o no está ni clorada.

También resulta inútil hablar de educación si muchas familias no pueden enviar a sus hijos a las escuelas por las mismas razones y, en su caso, en esos establecimientos se repiten las mismas carencias que los pequeños tienen en sus casas. Y a pesar de que se ha informado que la atención médica se ha incrementado en el área rural, son insuficientes los puestos de salud y el acceso a medicinas. Es un hecho notorio la escasez en el sistema de salud. Se muestran fotos, imágenes de personas  acongojadas que sufren la impotencia de comprar medicinas y, por tanto, deben  esperar un milagro, o que el cuerpo de su familiar reaccione o que simplemente se muera. Los  funcionarios de la Cartera, los directores de los hospitales y los médicos poco pueden hacer ante semejante tragedia.

Hablar de prevención a los pobres, a los desempleados y a todos aquellos marginados de la sociedad es verdaderamente un insulto. No es de ellos de quienes depende su estado actual, no por su voluntad viven en condiciones infrahumanas, no es que quieran estar enfermos y expuestos o que disfruten conviviendo con la muerte. Se dice que aquí la mayoría de personas son cristianas,  pero hemos permanecido indiferentes ante el sufrimiento de nuestros semejantes.

Prevenir el cáncer es un objetivo muy noble, hay un altísimo porcentaje de personas que sobreviven a esa enfermedad si tienen el diagnóstico temprano, los tratamientos y medicamentos adecuados, todo lo cual requiere de oportunidades, accesos y recursos.

Este Estado no tiene ni posibilidades, ni capacidad para atender ese llamamiento. Los distintos gobiernos solo han llegado a administrar las crisis y a saquear las arcas públicas. No tenemos en perspectiva estadistas que piensen en el desarrollo nacional,  donde lo primero y urgente es sacar a las personas de la pobreza para que tengan una vida digna.

iliaalamilla@gmail.com

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