Adoptemos a un abuelito

Brenda Cetino

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La música la entretuvo algún tiempo, pero cayó en la cuenta de que ya había escuchado mucho. Sentía frío en los pies y los brazos, y pese a su baja visión se percató de que el sol se estaba escapando. Su corazón empezó a latir más fuerte. La angustia le jugaba bromas y en cada sombra creía ver a su hija. La tarde fue cediendo y llegó el anochecer. Conforme se fueron apagando las voces del parque fue entendiendo que las amenazas que tanto había escuchado se hicieron realidad: ¡la abandonaron!

Sin rumbo y anegada en llanto empezó a caminar de la mano del desconsuelo. Las personas que iban quedando en las calles caminaban apresuradamente sin prestar atención, y de pronto el silencio se le vino encima. Aferrada a las paredes caminaba  pasito a pasito… Cómo llegó al asilo es la parte de la historia que cuentan las encargadas: “Un bolito la trajo y nos preguntó si podíamos recibirla. Eran las 8 de la noche”.

Su nombre es Natividad y lleva seis años recluida en ese refugio. Allí consiguieron fondos para operarle el ojo que estaba a punto de perder debido a un zapatazo que recibió en la casa de su hija.

A Lupe también la llevaron de “paseo” y terminó abandonada en una banqueta. Un señor la vio llorando y llamó a la puerta del asilo, que desde entonces y a pesar de sus tantas carencias le provee  cuidados, medicina y alimentación. Ella es originaria de Santa Lucía Cotzumalguapa, tiene paralizado medio cuerpo y no puede comer por sí sola. Como único equipaje llevaba un papelito con un número telefónico. Las empleadas del lugar llamaron y llamaron, pero pronto entendieron que nadie la recogería, pues todos los pacientes que atienden han llegado allí en similares circunstancias. Algunos han sido abandonados en  hospitales y estos se los refieren, y a otros   los han  recogido  de la calle.

El mismo asilo acoge a Don Esteban, quien ya perdió un ojo y apenas escucha. Él se rebela contra quienes, cuenta, lo abandonaron y le quitaron todo. Solo pide a Dios morirse pronto. “Primero Dios mañana, clama”, mientras, a su lado, un anciano  lee la Biblia incansablemente. Otros mantienen la alegría y  bromean entre sí.

Cada uno tiene una historia que contar, aunque  con  el mismo desenlace: fueron abandonados por sus familiares porque ya no servían, porque estorbaban. Ahora están a merced de la caridad, que muy de vez en cuando toca a su puerta para cubrir apenas algunas de las necesidades, que se multiplican: pañales desechables, artículos para  higiene, sábanas, comestibles, medicamentos para diabetes, hipertensión, problemas renales y otros muchos males; sillas de ruedas, andadores  y dinero para cubrir los gastos de alquiler y sueldo del personal.

La lista es larguísima, pero no imposible si ahora que nos empezamos a trazar propósitos para el 2015 incluimos un  reto: adoptar a un abuelito. Qué bien se sentiría Natividad, por ejemplo, si de pronto le dijeran que tiene  un “nieto” o “nieta”, quien la visitará a ella  —en particular, y no al conglomerado—, escuchará sus necesidades y  se encargará de cubrir  aunque sea algunas. Una acción así es tan saludable como hacer dieta o ejercitarse.

bcetino@yahoo.com

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