¿Antivalores?

FRANCO MARTÍNEZ-MONT *

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los cuales pueden definirse como el conjunto de cualidades o actitudes individuales y/o colectivas que son perjudiciales para el desarrollo del raciocinio del ser humano, y que además resquebrajan el tejido social de una comunidad.

Ahora bien, la crisis de valores en la contemporaneidad no es un evento inédito, es producto de un proceso evolutivo de descomposición de los conglomerados sociales y de las recurrentes discontinuidades, mutaciones y del ocaso humanizador en los distintos modos de producción.

La sociedad guatemalteca no es la excepción, además de los estructurales flagelos sistémicos: violencia homicida, desnutrición infantil, pobreza extrema, mortalidad materna, deficitaria cobertura y calidad educativa, degradación ambiental, desempleo, racismo, etcétera; uno de los problemas multidimensionales y en buena medida originadores de los escollos antes descritos, es la preminencia de una cultura de antivalores morales —injusticia e indiferencia—, intelectuales —ignorancia e irresponsabilidad—, sociales —egoísmo e intolerancia— y religiosos —increencia—.

Por lo tanto, la perpetuación de los antivalores es una práctica del poderío simbólico del autoritarismo, ya que coopta los deseos y esencia del sujeto, de las posibilidades o potencialidades democráticas inherentes al Zoon politikon que frustran su impacto positivo en la consolidación del arte, la estética, la academia, la cosa pública, la competitividad, el conocimiento científico, el libre mercado y las ideologías políticas, estas últimas será un bastión clave para el nacimiento de líderes conductores del Estado, comprometidos con el bien común.

Los antivalores, son a su vez causa y efecto del individualismo metodológico, de la sociedad de consumo, de la cultura de masas e industria del entretenimiento, ya que no solo son una cuestión personal, sino que repercuten en todos los ámbitos de la sociedad, especialmente en el fortalecimiento democrático de las organizaciones, tanto públicas como privadas.

No obstante, como sociedad inserta en una ciudadanía global debemos reflexionar sobre el rol inminente que juegan los valores en la formación de leyes o reglas de juego legítimas, posicionándolos como criterios inexcusables para evaluar, aceptar o rechazar normas impositivas desde el poder, pues ese conjunto de creencias e ideales compartidos constituyen el ethos particular o colectivo, esa identidad que debe ser congruente con la actuación y toma de decisiones de los seres humanos ante la complejidad, incertidumbre y conflictividad societal.

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