Cautivos de un perverso modelo

Muchos de los cambios de camisola se dan con el mismo inicio de cada legislatura, y la desbandada se inclina hacia el partido en el Gobierno, que es alrededor del cual girará un movimiento millonario de recursos, concentrado en un listado geográfico de obras del cual todos se afanan por no quedar fuera. Este es uno de los primeros argumentos del desprestigio de la labor parlamentaria, porque evidencia que a los diputados lo que menos les interesa es desempeñar el trabajo para el que fueron electos con un mínimo de decencia.

De hecho, en la mayoría de los casos los congresistas buscan esas posiciones precisamente para llevar recursos a sus propias empresas o a aquellas de parientes cercanos o testaferros, como también ha ocurrido en muchas de las alcaldías del país, donde los jefes ediles han llegado a extremos de diseñar obras y empresas con las que intercambian servicios y cobros, para luego repartirse los jugosos beneficios de un infame negocio que se refleja en proyectos de discutible efectividad.

Pero en el caso de los diputados, las vergonzosas acciones llegan incluso a un chantaje descarado, ya que existen proyectos de ley que no pasan si no hay de por medio un jugoso beneficio o, peor aún, cuando determinados sectores tienen interés en la promulgación de una normativa, la cual pasa de manera expedita y luego se confirma que resulta perjudicial para el Estado, mientras que iniciativas de gran trascendencia social continúan estancadas porque en estas no existen prebendas ni el interés de las bancadas poderosas por cambiar esa situación.

Por ello es que cada cambio de partido, como acaba de ocurrir una vez más, resulta preocupante porque es obvio que los intereses individuales y reelectoreros pesan más que cualquier otra creencia, como lo acaba de reconocer un diputado oficialista cuando afirmaba que no hay espacio para todos. Lo triste del modelo es que esos tránsfugas sin convicción simplemente están buscando no perder sus privilegios y se abocan a partidos que también los necesitan para repetir un nefasto ciclo de mutua utilización en la que se profundiza la degradación del sistema.

Ese modus vivendi mina las posibilidades de avance porque Guatemala se ha convertido en rehén de un gru-púsculo de inmorales políticos que migran como nocivas plagas en busca de alimento, el cual, desafortunadamente, encuentran en quienes conviven con esas estructuras y del cual también se benefician quienes han hecho del país un paradigma de inviabilidad, pues ninguna nación puede avanzar ni salir adelante si quienes tienen las posibilidades y la obligación de hacerlo se aprovechan de los posiciones.

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