Día del Trabajo

referida al período en que una persona no trabaja y, consecuentemente es “libre”. Pareciera presuponerse que el trabajador es esclavo de lo que hace, razón por la que hay que contar con períodos de tiempo para hacer lo que a cada quien le gusta.

En todos los países se llega a una edad oficial de jubilación —derivada de júbilo— que representa el momento en que se deja de trabajar y comienza a “disfrutar” los años que puedan quedar de vida.

En ocasiones muy pocos, para quienes, felices con lo que hacían, tienen necesariamente —y por ley— que abandonar su trabajo y dedicarse a ver cómo llenan el “tiempo libre”. El trabajo se visualiza y posiciona como una pena, un castigo que hay que pagar y soportar por el hecho de ser humano, y al que hay que abocarse para poder mantenerse. Nada más lejos de la realidad.

Quien trabaja en lo que le gusta es capaz de dedicar jornadas completas sin inmutarse ni cansarse, y no precisamente por dinero. Muchos deportistas, por ejemplo, practican/juegan por horas o días mientras disfrutan de lo que hacen.

En todas las profesiones hay personas felices con aquello que desempeñan y el trabajo no es una maldición ni un suplicio, sino una actuación natural que permite realizarse y disfrutar.

No se puede continuar lanzando el mensaje de la maldición del trabajo. Muchos jóvenes ven el acceso al mercado laboral como una necesidad, una condición sin la cual no se puede ingresar en una sociedad formal, y en lugar de hacer aquello que les gusta y apetece —por lo que seguramente se harían más ricos y serían más felices y exitosos— buscan la necesaria complacencia social, y formal.

Tampoco habría que prescindir de las personas que desean continuar con su vida laboral después de cierta edad, en tanto les acompañen las condiciones adecuadas para desempeñar la labor que hacen. Se desaprovecha un capital humano porque “la ley” decidió que se tiene que marchar al cumplir la edad —arbitrariamente determinada— de retiro.

Debe apartarse de lo que le gusta y hacerse a un lado para “disfrutar” la vejez, sin que nadie le haya preguntado si quiere continuar con su actividad o replegarse a un rincón de su casa en busca de qué hacer o cómo llenar ese tiempo que ahora le sobra. La expresión —más gringa que latina— de “gracias a Dios, es viernes”, agrega una guinda a estos comentarios.

¡Yo soy muy feliz con lo que hago! No me agota, no me aburre ni me cansa, y el tiempo da para mucho más porque gozo lo que hago. Quien se contraríe o crea que es castigado, medite cuál es la razón de no hacer lo que desea. Es normal que mucho frustrado loquee en este día o se manifieste con jolgorio por los “logros laborales”.

¿Será que ese es su trabajo? ¿El de no hacer nada?

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ESCRITO POR:

Pedro Trujillo

Doctor en Paz y Seguridad Internacional. Profesor universitario y analista en medios de comunicación sobre temas de política, relaciones internacionales y seguridad y defensa.