Don Teófilo en el Baktún

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Realmente —pensé— esto de las celebraciones milenarias se convierte en circo cuando se pretende masificar algo que, de suyo, es de carácter individual/religioso.

Lo que pasó en Tikal, hace unos días, me cuenta don Teófilo, fue, digamos, un claro recordatorio que antes que mayas, somos guatemaltecos, y antes que guatemaltecos, simples homo sapiens con escasa cultura, aunque gritemos que la tenemos por montones.

Los organizadores habían planeado que unos pocos afortunados de la élite maya y ladina, incluidos diplomáticos y turistas, pudiesen estar presentes en Tikal. Al final, se colaron miles de personas y el bonito plan se convirtió en un perfecto relajo tercermundista.

Don Teófilo, con la mirada perdida mientras sorbía un trago de café amargo, prosiguió sus comentarios, como si yo no estuviese presente. “Debieron leer en el Baktún la atracción que tal celebración generaría. Y, en consecuencia, prepararse adecuadamente: inodoros portátiles, basureros, personal especializado, letreros con instrucciones. Y esas malditas plantas eléctricas, que desnudaron las pirámides de sus colores misteriosos convirtiéndolos en efigies de estadio. En la madrugada, cuando queríamos concentrarnos en la ceremonia, con su ruido infernal, nos robó el sonido de la naturaleza. Fue en ese momento en que decidí irme a dormir. No tenía sentido continuar”. Finalizó con voz pausada.

Don Teófilo —le pregunté con cautela—, ¿qué debemos aprender de esta experiencia cósmica? Un largo silencio siguió. Tan largo que me dio tiempo de divagar sobre las interioridades de mi propia experiencia. Tenía razón. No había podido captar la magia que había imaginado. El bullicio y las muchedumbres no son amigas de la solitud y los ritos propios del silencio. Imposible concentrarse en tal algarabía.

“Pienso en Guatemala antes que el Baktún” —dijo de improviso don Teófilo—, saliendo de su larga meditación. “Si el Baktún es el fin de una era y el comienzo de otra, debemos concentrarnos en eso. En el nacimiento de una nueva era. Una Guatemala pacífica, próspera, incluyente, solidaria, pero unida. Y esto último, la unidad, no puede venir de ritos externos, debe nacer en la ceremonia de un compromiso interior. La pirámide es porque las piedras se unieron en visión y propósito. Están ahí. Juntas. Unidas. Formando una estructura, una forma. Sin esa unidad, se desmorona. Eso es lo que debemos hacer los guatemaltecos, cuidar esta pirámide llamada Guatemala. Cada piedra es un guatemalteco. Cada guatemalteco tiene un lugar y una responsabilidad. Juntos formamos las paredes de la estructura. Si Tikal hablara, nos diría que los antepasados sucumbieron cuando hubo dispersión. Cuando las élites dejaron de estar unidas. Cuando el resto del pueblo decidió irse por su lado, vino el colapso total. Los pueblos necesitan liderazgos proactivos, no reactivos. Siempre han habido voces divergentes. Son necesarias para complementar las visiones de los pueblos. Pero no para mover o sacudir las piedras hasta el punto del colapso. O sea, querido discípulo, la pirámide es tan sólida como las piedras que la sostienen. Ese es el mensaje de este Baktún.

ESCRITO POR:

Alfred Kaltschmitt

Licenciado en Periodismo, Ph.D. en Investigación Social. Ha sido columnista de Prensa Libre por 28 años. Ha dirigido varios medios radiales y televisivos. Decano fundador de la Universidad Panamericana.