El efecto Lucifer

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Con lo que sí tiene que ver el libro es con la maldad potencial de todos los humanos. Zimbardo, profesor emérito de Stanford y de otras universidades, fue el experto perito judicial del consejo de guerra contra uno de los soldados estadounidenses acusados de conducta criminal en la prisión de Abu Ghraib.

Mucho antes, él había promovido un experimento entre sus estudiantes que se llamó Experimento de la Prisión de Stanford. De manera voluntaria, algunos se prestaron a una serie de pruebas para determinar su salud mental, emocional y física antes de iniciar el experimento. Todos resultaron ser jóvenes muy estables de clase media. Eran, como diríamos aquí, buenos patojos. El experimento se llevaría a cabo durante dos semanas en un lugar diseñado para el propósito en un sótano de la universidad.

Al azar, unos harían el papel de guardias, los otros de prisioneros. Las condiciones serían exactamente las de una prisión, el sistema funcionaría como en una prisión, las órdenes serían las de una prisión.  A los seis días tuvieron que suspender el experimento: quienes hacían el papel de guardias se habían convertido en abusadores y sádicos, y los que hacían de prisioneros eran unos sumisos y deprimidos seres a merced de sus carceleros.

¿Cómo es que la gente buena se vuelve mala? Tiene que haber un sistema que potencia y sostiene esa maldad. La  investigación de Zimbardo, realizada a lo largo de muchos años, permite concluir que casi cualquier persona, bajo determinadas circunstancias, deja de lado su moral. En un ambiente propicio para el desarrollo del lado oscuro de las personas, la mayoría termina olvidando sus principios, tanto si recibe esos estímulos de manera directa o indirecta. Pero hay una cosa de lo que dice Zimbardo, con la cual me identifico en gran medida: más allá de la responsabilidad que cada persona adulta tiene de hacer valer sus principios en donde sea (que conste que dije principios, no prejuicios), la conclusión es que los males del mundo son responsabilidad de todas las personas.

Guatemala es un caldo de cultivo propicio para que las personas “buenas” se vuelvan “malas”,  para que una comunidad de gente que se encuentra en la panadería por la mañana con un buenos días, le prenda fuego a quien considera un criminal. Y no es sólo porque la justicia no funciona. Es en buena parte por ello, pero es también porque la educación no funciona, porque la salud no funciona, porque el empleo no funciona, porque las oportunidades no funcionan, porque históricamente ha habido un sistema que favorece que unos pocos se comporten como guardias y otros como prisioneros. En algún lado hay que romper esa dinámica.

Zimbardo propone tener una educación para formar la valentía social que nos permite sostenernos moralmente de pie en medio de un orden violento que nos impone lo que debemos decir y hacer. Por ejemplo, en Guatemala, una actitud como la de negarse a la corrupción aunque se considere más listo el más corrupto, podría ser un acto de heroísmo. Nos propone no deshumanizar a los demás, porque si dejamos de verlos y ya no importan, es fácil matar lo que no existe. En fin, algo así como sostenerse de pie y, aunque uno se vaya quedando solo, no enganchar con la maldad.

cescobarsarti@gmail.com

ESCRITO POR:

Carolina Escobar Sarti

Doctora en Ciencias Políticas y Sociología de la Universidad de Salamanca. Escritora, profesora universitaria, activista de DDHH por la niñez, adolescencia y juventud, especialmente por las niñas.