El miedo y las adicciones

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Nuestros niños vienen atados de pies y manos por las restricciones que impone un estilo de vida de alto riesgo. Su transitar por los primeros años, cuando no viene marcado por la desnutrición y la miseria extrema, viene condicionado por un extenso abanico de medidas de seguridad propias de un país en el cual las amenazas son una constante en todo momento y lugar. No pueden jugar en las calles por temor a los asaltos, no pueden salir solos por temor a que los secuestren, no pueden disfrutar de un parque del vecindario sin pasar por toda la letanía de advertencias y temores.

Lo que hace algunos años era una rutina normal ha dejado de serlo y hoy, actos tan cotidianos como subirse en un autobús representan un derroche de coraje. En el caso de las niñas, adolescentes y mujeres adultas, a ese ya contaminado escenario hay que añadir el riesgo inminente de las agresiones, la trata, el acoso, las violaciones sexuales y el femicidio, en cifras ascendentes derivadas de otros factores como la debilidad del sistema de justicia y el creciente poder del crimen organizado.

¿Cómo, entonces, se puede esperar que las futuras generaciones tengan un desarrollo funcional y psicológicamente equilibrado? El deterioro del marco valórico de la sociedad, el cual responde a causas diversas, tiene un impacto de enorme poder sobre el comportamiento de la niñez y de quienes pasan a la etapa adolescente sin haber experimentado los beneficios de un ambiente apropiado para su desarrollo.

Esa pérdida de valores tiene como una de sus expresiones más comunes una permisividad social totalmente irreflexiva, apoyada por un marco legal que la propicia y que coloca a ciertas adicciones, como el alcohol y el tabaco, al alcance de niños de todas las edades. Lo que es más grave, en muchos casos incitada por personas cercanas a los menores, quienes los introducen en su uso como manera de celebrar una etapa de crecimiento. Si a ello se añade una vida condicionada por el miedo a la violencia y la falta de libertad, en esa etapa crucial de construcción de la identidad, la mezcla ya tiene los ingredientes precisos.

Los índices de adicciones a drogas más duras, por lo tanto, vienen como derivación natural de esa falta de vigilancia, tanto del Estado como de la misma sociedad, y su falta de atención a temas como la educación y el combate frontal a la corrupción y al crimen organizado. La preocupación por el nivel de las adicciones en niños y jóvenes no tiene sentido, en tanto no se establezcan programas para erradicar sus causas primarias; y ello requiere de la voluntad de una ciudadanía involucrada y activa, pero también de un Estado cuyas prioridades estén orientadas en la dirección correcta.

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