Estampa navideña

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Luego mi madre nos traía del mercado el chiribisco color plateado para ponerle el pelo de ángel y los desteñidos brichos que ya llevaban muchas navidades, junto con las bombas y los foquitos, un poco descascarados, pero que irradiaban esa alegría de la Nochebuena.

HOY YA NO HAGO casitas porque no existen más las tarjetas IBM, pero me solazo con mis hijos cuando vamos al mercado navideño de los campos del Roosevelt, ese antiguo espacio verde por el que antes volaba barriletes pero que hoy está lleno de construcciones y con mucha basura acumulada. El olor a manzanilla, pino e incienso me reciben para luego deleitarme con la multitud de colores verde, amarillo, azul, verde y rojo de la nochebuena chapina. Me sorprendo con la laboriosidad de kiches y kaqchikeles que arman venados y ángeles con ramas, tusas y musgo. En los puestos están los pastorcitos con sus ovejas, señoras con enormes canastos de frutas en la cabeza, puentes, pajaritos y vaquitas, todo hecho de barro, que me saludan igual que los niños dios cachetoncitos, algunos blanquitos, otros morenitos.

EL MERCADO NAVIDEÑO es un viaje al sincretismo religioso que nos recuerda una conmemoración cristiana, pero con identidad maya. Camino por los retorcidos senderos del mercado donde las mujeres hacen tortillas en medio de la humareda que produce la leña verde y que más adelante se cobrará su criminal factura en los pulmones. En un rincón los hombres arman árboles con ramillas de pinabete y los niños corretean entre los clientes para ofrecer cohetes y manzanas acarameladas. Es el sabor indígena de la navidad que luego trasladamos a nuestra casa para armar nuestro nacimiento. Desde esta columna, estimados lectores, les envío un fuerte abrazo y mis deseos por un venturoso año nuevo.

ME SOLIDARIZO CON FRANCISCA GÓMEZ GRIJALVA, columnista de este diario, que afronta una demanda civil interpuesta por Cementos Progreso, con la cual intenta acallar su voz contra la presencia de esa empresa en San Juan Sacatepéquez. No será con intimidaciones judiciales como esa compañía podrá probar que su actividad no genera peligro para la comunidad, pero sí demuestra la incapacidad de sus ejecutivos para aclarar su postura. Esta demanda es una forma de censura, mordaza, a la libertad de expresión, por lo que es un deber la denuncia de este intento de silenciar una voz contestataria que apoya a la población indígena de San Juan Sacatepéquez, que defiende sus recursos naturales en riesgo por una planta cementera.

Twitter: @hshetemul

ESCRITO POR:

Haroldo Shetemul

Doctor en Ciencias Políticas y Sociología por la Universidad Pontificia de Salamanca, España. Profesor universitario. Escritor. Periodista desde hace más de cuatro décadas.