Estatuas enjauladas

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Es cuando aparecen aquellas rapacidades, que más que hurtos  son afrenta y declaración de una ofensiva mayor de la voraz de los lobos cleptómanos.

Sucedió el domingo pasado en la oscuridad de la nocturnidad. Se llevaron a Clemente Marroquín Rojas y a Calderón Guardia después de golpearlos salvajemente en la prisa por arrancarlos del anclaje de sus monumentos.

Se llevaron sus bustos de pesado bronce a las chatarreras y fundiciones que forman parte del mismo tumor canceroso que conforma el círculo vicioso. Igual trato tuvo el insigne periodista David Vela, pero lo dejaron tirado a media calle en la prisa de la huida.

Paradójico e incongruente que ahora tengamos que enjaular las estatuas de bronce de los libertadores para evitar  su conversión  a  lingote fundido. Pero ahí están, acechando los lobos de lo  ajeno, depredando   —bajo contrato de la oferta y la demanda—  ahora el bronce.
Antes fue el cobre. Se llevaban kilómetros de cable telefónico, jalándolo con vehículos. Enormes rollos. Antes de eso fueron las piezas de aluminio que sostenían las torres de alta tensión. Antes de eso  fueron los rieles del ferrocarril.  

Siempre ha habido un “antes”. El robo, ahora,  de monumentos de bronce es un  repulsivo después.

Nos hemos organizado algunos ciudadanos, más como guardianes del patrimonio cultural que como vigilantes vengadores; porque algo hay que hacer y la pasmosa velocidad de las redes sociales puede servir de plataforma para dar la alarma y coadyuvar en este intento por defender nuestro patrimonio y detener la depredación.

Ojo, campanarios de solitarias y distantes iglesias cerradas a la espera de la reactivación dominical. Ojo, placas de bronce en mausoleos y cementerios aguardando el luto floral.  La rapiña anda al acecho buscando devorar ese metal.

El sistema está enjaulado. Vivimos en jaulas. Por la causa del efecto donde emana la fuerza que mueve todo este engranaje corrupto donde  anida la ambición y descansa la codicia y hace imposible la supervivencia del Estado y en donde no  encajan las banderas ideológicas porque todo se reduce al hombre, sus principios y valores.

No puede haber un Estado fuerte y estable con cimientos sobre las arenas movedizas del clientelismo y el despojo.

Decía James Madison, de los padres fundadores de los Estados Unidos,  en el Federalista: “Si no existiese suficiente virtud en los hombres para el autogobierno; nada más las cadenas del despotismo puede restringirlos de destruirse y devorarse mutuamente”.

Yo digo que para allá vamos si no hacemos algo.

alfredkalt@gmail.com

ESCRITO POR:

Alfred Kaltschmitt

Licenciado en Periodismo, Ph.D. en Investigación Social. Ha sido columnista de Prensa Libre por 28 años. Ha dirigido varios medios radiales y televisivos. Decano fundador de la Universidad Panamericana.