Estudiar donde hay ferias

ILIANA ALAMILLA

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Y no es que les encante conocer el país, es que esos pequeños(as) van con sus madres o con ambos progenitores por razón del “trabajo por cuenta propia” al que se dedican y que los lleva a tomar cualquier iniciativa para obtener ingresos. Han debido hacer algunos trámites para que sus descendientes no abandonen los estudios.

Sin duda no es lo ideal, pero es lo real, que para nuestro país es más dramático que en otras latitudes. Cinco agencias de Naciones Unidas dieron a conocer en enero de este año que las mujeres están sobre representadas, pero en tareas de menor calidad y mayor informalidad. Señalaron que hay una masiva incorporación femenina a la fuerza de trabajo, que persisten las brechas de género y el trabajo precario sigue siendo femenino. Indica que las desigualdades son consecuencia de las perspectivas sobre el papel de la mujer, es decir, el tradicional rol de ama de casa y cuidadora, que le limita su incorporación al sistema educativo y a oportunidades de formación y capacitación.

La Cepal reconoce entre los principales aportes del trabajo femenino la disminución de la pobreza en sus hogares, a pesar de que ganan menos. Según la OIT, “la predominancia de las mujeres en la economía informal exige realizar un análisis detallado de los vínculos entre el trabajo productivo y el reproductivo, ya que la responsabilidad familiar sigue recayendo fundamentalmente en las mujeres”.

La Organización Política Moloj informó, a fines del año pasado, que un 40% de mujeres indígenas, o sea 2.5 millones, laboran en la economía informal, en actividades concentradas en labores domésticas, agricultura, fabricación de artesanías y el sector textil.

Del 80 por ciento, aproximado, de personas que trabajan en la economía informal, por lo menos un 60% son mujeres. Muchas desconocen ese concepto, otras prefieren llamarlo “trabajo por cuenta propia”, que son todas aquellas actividades que carecen de la protección de leyes y garantías laborales, de seguridad social, ni horario tienen. Se desarrollan en condiciones adversas, en la calle, en puestos fijos, o deambulando de un lado a otro, bajo el sol o la lluvia, vendiendo de todo, ofreciendo por catálogo, bajo el eufemismo de “ellas son su propio patrono” y, por supuesto, teniendo que asumir la inversión, las pérdidas por razón de falta de pago o de robos, etc. Comercian infinidad de productos para redondear sus ingresos. Tienen hasta cuatro trabajos simultáneos. No son ni delincuentes ni evaden impuestos. Ellas aseguran que cuando compran, pagan el IVA, pero que no pueden dar factura por esos productos al venderlos.

Ellas quisieran estar en la formalidad, sueñan con tener un salario digno y, sobre todo, una pensión para su vejez, pero el Estado no las atiende, las ha ignorado constantemente. Hace más de 40 años que se aborda este tema en la OIT y no pasa nada.

Mucho más tiempo tienen las mujeres haciendo esos trabajos. Unas se desplazan a los departamentos buscando clientes y con ellas van los estudiantes de las escuelas de las ferias.

Aquí hay un tema para el Primer Congreso Iberoamericano de Juristas del Derecho al Trabajo y Seguridad Social a realizarse en Guatemala, pero lo que urge es que el Estado asuma la primacía del ser humano.

iliaalamilla@gmail.com

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