Niños migrantes

GONZALO DE VILLA

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Algunos tienen hermanos en el norte. Saben que allá la vida no es fácil, pero con todas las dificultades que saben que enfrentan los migrantes indocumentados lo consideran un paraíso en relación con el presente que viven. Conocen el miedo pero este no los frena. En su juicio es peor quedarse atrás y no viajar. En un sentido, viajan huyendo de sus países y de lo que estos les ofrecen. Viajan con la esperanza de poderse quedar en el norte y no les importa arriesgar todo, con tal de abrirse una oportunidad.

Como país, el fenómeno es una radiografía de nuestras falencias. Es terrible formularlo así, pero para un número creciente de adolescentes huir de sus países centroamericanos es lo que desean profundamente aunque sea con dolor y con amargura. No ven posibilidades de que sus países les ofrezcan oportunidades, ven los espacios de su futuro cerrados, ven su presente en muchos sentidos insoportable y por eso huir es la mejor opción que se les plantea. El norte es tierra de promisión aunque sea como ciudadanos clandestinos de segunda clase.

El drama de estos menores de edad —niños unos y adolescentes los más— es un desafío a Guatemala en lo que nos concierne. Más allá de si algunos lograrán quedarse allá, si otros serán deportados, si muchos permanecerán en un limbo legal por un tiempo indefinido, el drama más terrible no es su suerte, sino el juicio que este fenómeno masivo comporta sobre el país y de manera especial sobre el futuro de sus áreas rurales que es de donde mayoritariamente provienen estos menores.

A riesgo de ser polémico, estos menores nos muestran que el drama de la ruralidad en muchos sectores del país es que no tiene futuro en sus moldes tradicionales. Se tienen, sin embargo, profundos miedos a cambios o novedades que se ven más amenazadoras —hidroeléctricas o minas por ejemplo— que el desastre real y creciente sobre el que estamos montados.

En las áreas suburbanas, el fenómeno de la extorsión desplaza a miles de familias, siembra la zozobra y corrompe a niños y jóvenes. La convivencia vecinal en muchas áreas suburbanas de Guatemala, así como de El Salvador y Honduras, es un ámbito de terror y subyugación. Por eso se huye, por eso se desesperan los jóvenes, por eso las familias buscan estrategias de sobrevivencia sacando a sus hijos, aun con el dolor de la separación y la incertidumbre de un viaje altamente peligroso e incierto.

Con perdón, pero este cataclismo que se cierne sobre todo el país y en muchos lugares ya se ha apoderado de él es mucho más grave, letal e inminente que aquellos que generan conflictividad y agitación social.

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