Nuevo estigma sobre el sistema

Lo cierto es que su decisión resulta trascendental, pues más allá de los potenciales beneficios que le pueda significar, como una libertad inminente en un periodo crucial de la vida del país, también hay que reconocer que le acarrea una mancha que trasciende al individuo y alcanza a toda la clase política, y en general al Estado, que sigue apareciendo en el mapa internacional como una estructura dominada por la corrupción, al punto de que Portillo será el primer presidente latinoamericano que enfrentará una sentencia por corrupción en una corte estadounidense.

El modelo judicial estadounidense hace uso con frecuencia de acuerdos con la Fiscalía, como el alcanzado para el exgobernante guatemalteco, y basa en ello buena parte de su éxito en contra de la impunidad, pues la certeza del castigo llega, si bien a costa de una pena menor para el acusado confeso; aún así dicho sistema acumula más éxitos en la lucha contra el crimen, algo que en Guatemala resulta mucho más difícil de alcanzar, como ocurrió justamente con otras causas enderezadas contra ese exmandatario.

No es poca cosa que un exgobernante purgue una condena en prisión a causa de una sentencia por lavado de dinero, por más benigna que esta sea, pues con ello se pone en evidencia el corrupto modelo que ha predominado durante los últimos años y de lo cual todavía no existe información suficiente para determinar a cuántos ha alcanzado ese oscuro proceder, aunque es de suponer que en una u otra forma ha salpicado a muchas otras autoridades, como también lo evidencian las denuncias contra otros expresidentes, como acaba de ocurrir en El Salvador con Francisco Flores.

En todo esto el tema dominante es la corrupción, y si bien ha sido un modelo nefasto que ha prevalecido en el país, debe ir cambiando, y esa es precisamente una de las mayores enseñanzas del proceso contra Portillo: ofrece señales de esperanza para un sistema donde pululan figuras que medran a la sombra del poder, pero por más que intenten escamotear los recursos siempre habrá posibilidades de rastrearlos y de que enfrenten a la justicia.

Se debe aprender la moraleja de esos hechos: la principal de todas es que, como dijo el mismo Jesucristo, “no hay nada oculto que no llegue a saberse”, pues en un mundo tan tecnificado como el actual, resulta remoto que el dinero malhabido no deje rastro, y esas pistas son las que terminan rindiendo frutos, pero además porque ya son más los gobiernos que se suman a unir esfuerzos en documentar los casos de recursos sospechosos, y esas bases de datos están permitiendo cruzar información que lleva a localizar dinero mal habido, lo que al final se traduce en cerrarles el cerco a los corruptos.

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