Los indeseables

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Esta actitud se hace mucho más evidente con el transcurrir del tiempo y, coincidentemente, con la profundización de las crisis económicas en los países occidentales, cuyo sistema predominante es el neoliberalismo. Es decir, aquellos que actúan bajo los parámetros de la explotación irracional de los recursos y el objetivo primordial de favorecer el enriquecimiento de los más ricos aun cuando para ello sea condición inherente profundizar la pobreza de las grandes mayorías.

En ese escenario, nada sorprende que esas masas de ciudadanos carentes de perspectivas busquen, en las naciones desarrolladas, un camino más fácil hacia la prosperidad. Al fin y al cabo, la propaganda de esos países es tan efectiva que por medio de su industria cinematográfica, sus grandes transnacionales y sus políticas de predominio cultural han convencido al mundo entero de las bondades infalibles de su sistema.

Pero hay otras consideraciones que hacen pensar en la injusticia de la satanización del inmigrante. Y es la manera como los países desarrollados se han desarrollado, valga la redundancia. Porque no es preciso retroceder siglos —quizás uno o dos— para sacar conclusiones y hacer números. Así como algunos países europeos salieron de la miseria gracias a sus colonias africanas y asiáticas, una buena porción de la bonanza estadounidense se debe a la explotación de la riqueza latinoamericana.

Es preciso subrayar que cuando hablamos de esas colonizaciones, no es que hayan sido incruentas ni mucho menos, fueron sangrientas y avasalladoras. Por ello es imposible negar que la explotación de los recursos de los países subdesarrollados está en relación directa con la profundización de su pobreza y su pérdida de oportunidades de desarrollo.

Por todas estas razones, la visita de Biden más bien parece la del Virrey que viene a poner en cintura a los súbditos de la Corona. A decirles por qué no quieren a sus ciudadanos cruzando la frontera, aun cuando sean los niños y niñas pobres del altiplano. Que tampoco los adultos son bienvenidos, aun cuando trabajen por unos centavos y les saquen la tarea más dura en la industria y la agricultura. Que si nos seguimos portando mal van a cerrar el chorro, pero no solo el del gobierno de Estados Unidos sino también el de las agencias internacionales, que les deben obediencia.

Estas son simples conjeturas, pero si revisamos la historia de los últimos cien años, veremos cómo el patrón de conducta se repite con una exactitud milimétrica. Es, por ello, fundamental construir una verdadera nación con auténtica independencia, lo cual permitiría ofrecer una vida digna a quienes hoy arriesgan su vida y la de sus hijos en una aventura suicida y humillante. Demostrar al mundo que una correcta administración del Estado en países tan ricos como los nuestros, basta para sacudirse esa dependencia adquirida por obra y gracia de los malos gobernantes.

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