Menos que eso, nada

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Dan ganas de hacerle caso a Simón en un país como el nuestro, donde no hemos entendido que no hemos entendido nada. Donde las muertes infantiles por diarrea o desnutrición siguen siendo “normales”; donde es “normal” que muchos niños y niñas vean sangre a diario en sus entornos; donde tantos adultos les enseñan que robar, matar, engañar o violar son cualidades sine qua non para la sobrevivencia. Sí, dan ganas de meter a la gran mayoría de la niñez y la adolescencia en un avión y de promover un éxodo sistémico y orgánico hasta que aquí abramos los ojos.

Imaginemos que una mayoría de niños y niñas de una misma generación van hacia un país que los acoge y ha diseñado para ellos un “plan social” que funciona; este plan de acogida a gran escala seguiría hasta que terminaran estudios superiores, vocacionales o técnicos, y luego volverían a Guatemala, a tratar de construir un mejor país. Si solo lográramos interrumpir por una generación un continuum de abandono basado en el modelo del abuso, y se hiciera una brecha en el flujo generacional, tendríamos patojas y patojos sanos, salvos, desarrollados, regresando a intervenir de otra manera su realidad. Claro que habría que pensar en las familias, en cómo trabajar con ellas y las comunidades para una mejor reintegración, entre otros muchos aspectos. Pero se vale soñar.

El hecho hoy es que si la clase política, el poder económico, las iglesias, la academia y la sociedad en general no se dan cuenta de que la niñez, la adolescencia y la juventud son lo primero, tanto en términos de presente como de futuro, no están viendo nada. Hay que despertar la conciencia y poner a las niñas, los niños y los adolescentes en el centro de todas las políticas públicas. No desde la visión asistencialista de la caridad y de dar lo que sobra, sino como prioridad para un presente y un futuro distintos. Podemos meter en la cárcel a cuanto ladrón, asesino y violador habite este país, pero si no educamos bien, si no cuidamos bien la salud física y emocional de la inmensa mayoría de la niñez y la adolescencia de Guatemala, si no creamos las condiciones para su desarrollo digno, solo estamos formando cuadros para que la barbarie continúe o la emigración se incremente.

Hay que preguntarse cuándo se han producido en la historia los éxodos, no siempre sistémicos y ordenados, de niños y niñas. Vienen a la mente los vividos durante la segunda guerra mundial, o durante el bombardeo de Guernika, o cuando se fueron los niños y niñas ingleses a la campiña al momento de los bombardeos alemanes, o cuando comunidades guatemaltecas enteras salieron al refugio, con todo y niñas y niños, hacia campamentos mexicanos.

Teóricamente no estamos en guerra, pero en nuestro país mueren a diario entre 17 y 20 personas. Ostentamos, en el concierto planetario, algunas de las cifras más vergonzosas en desnutrición, desamparo, embarazos adolescentes, mala y poca educación, abuso sexual, corrupción, tenencia ilegal de armas y crimen organizado, entre otras. Así que en la práctica solo nos faltan las bombas.

Ya es tiempo de establecer los mínimos que permitirán a niños y niñas crecer y vivir en dignidad. Esos mínimos deben responder a las necesidades de subsistencia, de protección y afecto, de comprensión, participación, creación y recreación, identidad y libertad de quienes entran a la vida. Como mínimos: educación, vestido, techo, agua potable, salud, aire limpio, amor, parques, respeto, descanso, actividad física, cuidado, juego, ternura y seguridad. Este país, acostumbrado a funcionar para muchos debajo de estos mínimos, verá esto como exageración. Pero para que una niña o un niño se desarrollen, vivan y mejoren el mundo que habitan, se requiere de esos mínimos. Menos que eso, nada. ¿O los ponemos a todos en el avión de Simón?

ESCRITO POR:

Carolina Escobar Sarti

Doctora en Ciencias Políticas y Sociología de la Universidad de Salamanca. Escritora, profesora universitaria, activista de DDHH por la niñez, adolescencia y juventud, especialmente por las niñas.