Refugio de malandrines

Quizás las palabras del exmandatario hayan sido proféticas, pues cuando estaba a punto de concluir su mandato se apresuró a saldar las cuentas de cuatro años que Panamá tenía con el Parlacén, porque ya no le cabía la menor duda de que iba a necesitar ocupar el escaño que ese foro le asigna de manera discutible a quienes hayan sido presidentes o vicepresidentes de los países miembros. Esa intención iba en consonancia con lo que se le venía, que eran acusaciones de la justicia panameña por supuesta malversación de recursos públicos.

 Lo cierto es que el Parlacén es percibido precisamente como una institución inútil que entre sus propósitos tiene el de brindarle cierta inmunidad a los exmandatarios, y baste recordar que a su debido tiempo cada uno de los que han abandonado el poder han buscado el refugio de esa instancia. Guatemala puede dar fe de ello, al igual que El Salvador, Honduras y, ahora, Panamá, que ha emprendido las pesquisas para que el exmandatario rinda cuentas por abusos contra la administración pública.

Uno de los mayores contrasentidos de esta institución es que no solo ha sido guarida de malos funcionarios, sino que en el fondo quizá ese sea el mayor beneficio para la burocracia, crear las condiciones adecuadas para prodigar impunidad a exmandatarios  que, como Martinelli, no han dudado en buscar ese refugio cuando sienten que la justicia les respira en la nuca. Pero por lo demás es mucho más inútil y lamentable su existencia, pues no ha servido para resolver un solo problema de los centromericanos, ya que además sus resoluciones no son vinculantes.

Desde los mismos fundamentos para su creación —el Parlacén surge en 1987—, como producto de los acuerdos de Esquipulas, cuando el triángulo norte de la región se encontraba inmerso en un conflicto armado que había causado miles de víctimas, se creyó, o por lo menos se le dio el beneficio de la duda, que con su surgimiento se podría hacer algo por la concordia en el Istmo. Lejos de eso se convirtió en  un refugio de exfuncionarios cuestionables y  se puede afirmar que con tantos años de labor estéril se ha convertido en otro aposento para la holgazanería.

Otra de las afirmaciones que hizo Martinelli al principio de su mandato y en la  que también tenía mucho fundamento es que el Parlacén era un foro “oneroso”, lo cual es cierto, pues a los contribuyentes de cada uno de los países integrantes les cuestan millones de dólares el sostenimiento de los representantes, a lo que se suma la cuestionable idoneidad de quienes lo integran.  La misma selección de los candidatos no es más que el pago de favores políticos o de prebenda para familiares de las roscas de poder.

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