Visita al museo

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Al salir intenté motivar a tres adolescentes (cuestión compleja y delicada) y les comenté que visitaríamos el del Mundo Maya, porque si les decía Museo de Arqueología y Etnología, de plano, sería más difícil el asunto. Nos sorprendimos porque “era hora de almuerzo”, y bajo un sol abrasador nos vimos obligados a esperar 20 minutos afuera. De suerte un buen hombre vende agua y, bajo un arbolito, resultó ser nuestra bendición.

Éramos más o menos 20 personas quienes aguantábamos el calor en los alrededores y como era gratis, la única obligación fue firmar el libro de ingreso, en forma intencional quise ser el último y constaté: todos éramos nacionales.

Al entrar, bajo el supuesto que de los tres museos es la instalación más importante, grande y compleja, de nuevo constatamos la ausencia de material para adquirir, una iluminación escasa y en pocas palabras parece ser que la máxima es: “aprenda lo que quiera, allí están los letreritos”. Los patojos se mostraron más interesados, pero ante la ausencia de guías o algún tipo de información interactiva, el paseo se convirtió en un colazo monótono, dudo que alguien lea todas las láminas incrustadas en las vitrinas, así que si bien nos tardamos el triple que en el de Historia Natural, estoy seguro que los patojos no tienen ganas de volver.

Nuestro gran Mario Monteforte Toledo en su Diccionario Privado, editado por José Luis Perdomo y Gerardo Guinea Diez, con ese humor ácido que lo caracterizaba nos define los museos como “cementerios de arte, embalsamadores de culturas, realización de míseros sueños” y, aunque duela reconocerlo, para nuestra experiencia acertó. Al salir de esta segunda exhibición fue imposible motivar a mis acompañantes para visitar el último y ni modo, nos fuimos a buscar entretenimiento, porque educación o cultura es imposible.

¿Cómo vemos nuestro pasado? Esto resulta más que importante, no solo para no repetir los errores (estupideces) cometidas, sino para identificarnos con nuestra nacionalidad y nuestra conciencia. Esta corta visita me obligó como papá a tratar de “adoptar”, por virtud de la tradición oral, alguna forma de ortopedia para que los patojos disfruten buscar en la ciencia y en la historia sus realizaciones, ojalá haya tenido alguna especie de éxito.

Una verdadera cultura de paz conlleva educación y acá es fácil advertir la ausencia del Ministerio de Cultura para invertir en lo que más importa: identificarnos con nuestro país y aprender de la experiencia.

ESCRITO POR:

Alejandro Balsells Conde

Abogado y notario, egresado de la Universidad Rafael Landívar y catedrático de Derecho Constitucional en dicha casa de estudios. Ha sido consultor de entidades nacionales e internacionales, y ejerce el derecho.