Vistas desde arriba

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El mismo viviendo dentro de esta dimensión tridimensional. Destinos de causas y efectos prosiguiendo la travesía hacia ignotos océanos. Convergiendo al final en el único gran océano de nada infinita. Diseños algorítmicos, triádicos, patrones, geometría. ¿Qué tiene que ver eso con el infinito…?

Cavilo encerrado entre colas de filas de carros. Por estas fechas más lentas y atrofiadas. Burbujas compactas viviendo cada ente su realidad. Coincidiendo en estos canales de locomoción. Venas vectoriales de máquinas rodantes en camino hacia el cumplimiento estacional. Obedientes, como hormigas guardando para el invierno. Período de obligada obediencia a la conformación estacional. Yo compro. Tú vas a convivios. Yo trabajo para pagar. Tú trabajas para pagar deudas. Y nos regalamos. Chunches, artículos, prendas. Pero es alegre o triste. Aburrido o de estresante tensión. Y los que no tienen, desean tener. Y los que tienen, ansían lo que no tienen. Jojojo…

He cambiado. Los pinabetes de plástico me lucen menos antipáticos. No mataron al arbolito aunque fuera sembrado. La nieve de espray me asfixia. Las lucecitas titilando, algo quieren decirme que no entiendo. Pero tiendo a sentir algo cuando veo un nacimiento y una figurita de Jesús. ¿Sabrá lo que está pasando? Silencio…

Hay una cueva en la que hiberno, cual oso, de todo el burumbun estacional. Me dormí en Guadalupe y me despertaré en Reyes. Sueño plácido, silente, solitario. Aunque en astral ande entre dormidos celebrando el día inútil. Sigo aquí escribiendo dentro algoritmos del sistema operativo de mi Mac. Soy IOS y Android y Microsoft. Simbiosis de símbolos. Letras convertidas en palabras. Frases con destino a oraciones de olvido.

Escribí tiempo atrás. Esto: “El recuento de mi vida se prende de nuevo con la bombilla de cada Navidad.

La canción que repite la misma tonadilla suena otra vez. Me recuerda la queja moribunda de un año que fenece. Y yo sentado en la poltrona atisbando el horizonte final. Pasan los años y la madurez de la calle por la que transito, envejece este estuche de carne y hueso con señales de marchitez. Se me acaba el aliento. Se me endurecen los huesos. Y para colmar la conciencia del final, una lucidez aguda se me obsequia para apreciar el tesoro que perdiendo estoy.

Cada amanecer luce más omnipresente y bello. Sus luces me deslumbran. Cada atardecer multicolor me cautiva. Su belleza me ilumina. Los sabores se acentúan. Sus delicias son más dulces.

Y cuando el rostro de mis nietas atisbo. Su infantil frescura. Su tersa y suave piel, tórnanse más ásperas mis arrugas. Paradoja de la vida. Se desprecia cuando se tiene. Cuando se acaba se aprecia. Divina broma: La sabiduría la exhibo, cuando la vida se me extingue”.

 alfredkalt@gmail.com

ESCRITO POR:

Alfred Kaltschmitt

Licenciado en Periodismo, Ph.D. en Investigación Social. Ha sido columnista de Prensa Libre por 28 años. Ha dirigido varios medios radiales y televisivos. Decano fundador de la Universidad Panamericana.