Votar en medio de una guerra

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Siguen sin comprender que hace rato llegó la hora de poner fin al mito de “los cabales” y aceptar que sus medidas de política económica y social están adelgazando al extremo a las capas medias, ese aliado estratégico que cuando es abundante y bien tratado, amortigua como nadie cualquier iniciativa de cambio.

Por el otro, está el sector económico emergente, que reúne una variopinta gama de actores económicos en su seno, carentes todavía de “conciencia de sí”; es decir, que no se reconocen como sujeto colectivo y,  por tanto, no tienen visión política sobre su potencial para conducir la sociedad. Les falta todavía establecer un pacto interno, una alianza entre sus distintas expresiones, que le perfile hacia afuera como un contrincante efectivo. No logran ver que más allá del clientelismo como herramienta política y del Estado como caja chica, cuando podrían constituirse en esa élite de recambio, capaz de implantar un proyecto desarrollista que haga de las capas medias y bajas, sus aliadas estratégicas para largo rato.

Finalmente, están los grupos que han sabido aprovechar las escaramuzas entre ambos para colarse hasta la cocina y la chequera del Estado, birlando en el camino a los dos o usándolos para fines de mutua conveniencia coyuntural. Hasta hace poco, los poderes ilícitos carecían de acceso directo al control del aparato central del Estado y sus recursos. Estaban circunscritos territorialmente. Ahora, cooptan masivamente los espacios del poder central y a muchos de sus actores clave; vemos también cómo crece día a día su afán de independencia frente a los otros poderes reales.

¿Habrá interés, capacidad y madurez de parte del sector económico tradicional y del emergente para desmarcarse de las prácticas de compraventa política a las que están acostumbrados? En este momento, diría que no. Que un acto así exige valentía y visión, y ninguno de los dos la han mostrado. Preferirán no arriesgarse y apoyar gente de su propia casta, aunque su historial de vida sea impresentable. La responsabilidad de estos sectores sobre lo que ocurra los próximos cuatro años en el país es enorme y la ciudadanía debe estar cada día más clara de ello.

En medio de esta guerra, la ciudadanía debemos ser como la Resistencia durante la Segunda Guerra Mundial. No rendirnos, aun y cuando todo parezca estar en contra. Insistir en forjar alianzas éticas entre izquierdas y derechas comprometidas con derrotar al enemigo mayor: esos individuos y grupos que están corroyendo el Estado con la corrupción e impunidad. Impulsar las iniciativas que intentan romper con este tipo de prácticas; a los sujetos que buscan forjar una nueva forma de hacer política, contribuir a establecer puentes entre acciones dispersas, hasta que logremos finalmente constituir lo que el país requiere: una nueva fuerza ciudadana; un poder real que le gane la madre de todas las batallas. La batalla por la vida, la paz y la justicia social.

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