CATALEJO

A cuarenta años del mortal terremoto

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A TRES DÍAS DE CUMPLIRSE el 40 aniversario del terremoto, vale la pena reflexionar sobre la radiografía del país luego de este tiempo. Al margen de los relatos y el interminable anecdotario derivado de ese fenómeno natural, el país aprendió la detención parcial de la guerra interna, y de unificarse ante una aterradora visión de miseria, exclusión y pobreza. Las decenas de miles de casas destruidas cayeron por estar construidas con adobe y sin columnas, más las conocidas pero hasta ese momento no ponderadas carencias de agua, atención hospitalaria y educación públicas fueron tan solo una parte de los datos rojos de un inventario nacional con secuelas aún presentes. La situación de hoy permite predecir un inevitable daño mayor.

UNA CONSECUENCIA del daño provocado por el sismo de 1976, aún perdurable y notoria a simple vista, es la superestructura social endeble en un país hoy desfalleciente ante las presiones legales y éticas, como fruto de haber pasado de pobre a miserable y con muy poco éxito mejorar el nivel de vida de mucha gente. Han transcurrido cuatro decenios. En ese lapso, la democracia como fruto sociopolítico ha registrado avances y ha crecido, pero aún es precaria. Las limitaciones del proyecto gubernativo están en la ausencia de liderazgo real e incorruptible, capaz de no caer en la riqueza malhabida, el tráfico de influencias y, en los últimos años, el tremendo influjo de una narcoactividad causante de otra diferente guerra interna.

TODO ELLO HA PESADO PARA aumentar entre gobernados y gobernantes, que se haya optado por escoger la visión miope del cortoplacismo y por la riqueza fácil e inmediata, en vez de la previsión y el sacrificio en aras del futuro. La pobreza, exacerbada detrás del complejo escenario que enfrentó Guatemala y su entonces presidente Kjell Laugerud aún están presentes, con mutaciones derivadas del enanismo político y moral desatado detrás del manejo de mucho del dinero y las donaciones. Se abrió la oportunidad para crear fortunas y poderes florecientes a lo largo y ancho del país, y no fue desaprovechada por quienes, a diferencia de la mayoría, actuaron en forma aparentemente aceptable, pero en realidad con amplias dosis de perversión.

NO ES CASUALIDAD LA CONDICIÓN de la zona occidental del país. Sufrió el daño más intenso porque la falta de información precisa y escasa atención a la comunidad indígena impidieron hacer los cálculos más precisos sobre el tamaño de necesidades no atendidas que en ese tiempo existían. La guerra de entonces, escenificada en el altiplano y enmarcada en el concepto de la masificación étnica, puso un grano más en la tragedia. Un decenio después bullía silenciosa e imparable en Chimaltenango, Quiché, Huehuetenango, Quetzaltenango, San Marcos y Sololá. El azote natural en esa región no impidió a sus habitantes sacar fuerza y convertirse con los años en una región productiva, con ordenamiento propio, pero con tremendas desigualdades.

ALLÍ DONDE LOS REGISTROS de tuberculosis y desnutrición crónica infantil y de adultos son alarmantes, los nuevos terremotos sociales han fincado su dominio. Por eso la narcoactividad y la miseria caminan de la mano. Mientras, un nuevo terremoto es cercano y solo se duda cuándo ocurrirá. La Guatemala de entonces y la de hoy son muy diferentes. Sin terremoto, pero con inviernos copiosos el país cambia de faz, hay alta cauda de destrucción y muerte. Lo demuestran los huracanes Stan y Mitch, y la tragedia de El Cambray II. El precio de los daños de ese nuevo sismo intenso es incalculable y merece tener alerta permanente. Ojalá nos convenzamos de la certeza de su repetición, pero sobre todo en la posibilidad de más víctimas a causa del aumento poblacional y de los lugares donde han construido sus hogares.

ESCRITO POR:

Mario Antonio Sandoval

Periodista desde 1966. Presidente de Guatevisión. Catedrático de Ética y de Redacción Periodística en las universidades Landívar, San Carlos de Guatemala y Francisco Marroquín. Exdirector de la Academia Guatemalteca de la Lengua.