PERSISTENCIA

Acercamiento a lo fantástico

Margarita Carrera

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La emoción, el sentimiento y la pasión envuelven todo arte, por lo tanto, también el arte literario. Y estos estados anímicos fluctúan entre el amor y el odio, que son la moneda con sus dos caras inseparables. En ellos despunta la duda, el miedo, el asombro, el vértigo, base sustancial de la literatura fantástica que, al provocar en el lector esas inquietudes psíquicas a través de un lenguaje consternado de magia, le hacen salir del oprobio de lo cotidiano, de su soporífica rutina.

Si no la fantástica —como género literario—, lo fantástico, nace con el hombre, con la civilización que lo apresa y libera, lo esclaviza y lo redime. Está conectado con lo que puede ser y no puede ser, con lo que debe ser y no debe ser, eternas incógnitas que conmueven al desvalido y poderoso animal-hombre.

Cuando hablamos de literatura fantástica tocamos necesariamente los linderos de la credulidad y de la incredulidad porque nos referimos, directamente, a fantasmas, apariciones, brujas, demonios. Para el crédulo —niño o poeta—, la literatura fantástica le lleva a un mundo aparte, vertiginoso, que desdobla su aparente realidad, —el mundo que le rodea— en una indiscutible realidad, el mundo que nos inventamos, que nos inventan los escritores-magos. Mundo en donde se rompe con todo lo razonable y la imaginación se suelta de toda ligazón lógica y pedestre.

Primero oralmente, luego por escrito, el hombre mago, el escritor-mago, relata historias sobrenaturales, demoníacas que, sin embargo, revelan cosas verídicas, aquellos acontecimientos internos de nuestro oculto mundo instintivo.

Hay literatura fantástica en la Biblia, en la épica oriental y occidental, en la tragedia griega, en el teatro medieval cristiano, en la Divina Comedia, de Dante, en Gargantúa y Pantagruel, de Rabelais, en el teatro de Shakespeare, por mencionar algo de la inmensa literatura fantástica.

Muchos son los críticos y creadores que han tratado de definir la literatura fantástica: Louis Vax, Alberes, Sir Bulwer Lytton, Charles Nodier, R. Caillois, P. Castells, Tzvetan Todorov, etc. De ellos, Nodier nos da la fórmula simple y directa de la literatura fantástica: contar un sueño, ya sea dormido o despierto. Le da valor a los sueños; luego, se ha de acudir a Freud, y desde el punto de vista freudiano, todo sueño —por tanto todo fantasma—, estará ligado a la libido; surge burlando la represión sexual de la civilización. Los fantasmas representan —serían metáfora, según Lacan—, los intensos deseos eróticos reprimidos. El “espanto” —sustantivo— es el “espanto” —verbo—, de transgredir la suprema ley: la que prohíbe el incesto. Matar al padre para yacer con la madre, Edipo. Nada más deseado, oculto y recóndito en el alma humana. De esta manera, todo fantasma, toda metáfora fantástica, representa el objeto deseado: masculino o femenino, o bien, ambos. Representa el sexo.

Si de premisas saltáramos a hacer un análisis de las obras de un Edgar A. Poe, de un Borges, veríamos cuánto de sexualidad oculta hay en ellas, para asombro y desasosiego de muchos críticos y aún de Borges mismo.

A partir del cristianismo, me atrevo a señalar las características que considero válidas para comprender la literatura fantástica: a) Enfrentamiento de lo sobrenatural a lo natural: b) Pánico o vértigo y duda hacia lo sobrenatural por ser de naturaleza satánica.

Se podría afirmar que la literatura fantástica dentro del mundo occidental postsocrático, está ligada profundamente a la fe cristiana. Esta recuerda al creyente el castigo eterno del más allá después de la muerte, al sucumbir el humano a la debilidad de la carne, al goce del cual debe renunciar si desea entrar en el Paraíso. Como resultado se deduce que el tema fundante nace de la fe religiosa cristiana: lo angélico y lo satánico en pugna, mundo físico —mundo natural— y mundo metafísico —mundo del más allá—, cuerpo y alma siete virtudes cardinales frente a siete pecados capitales, bendición y maldición, cielo e infierno.

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