De 0 a 7 años

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Esta etapa es crucial para la vida futura de un infante. “Este es un tema para maestros”, me han dicho algunas personas. No. A mi juicio es un tema fundamental que todo padre de familia, como cualquier adulto que tiene a su cargo niños debe conocer.

El respetado biólogo y filósofo suizo Jean Piaget fue contundente al expresar que los niños no son adultos diminutos. Los niños piensan de manera distinta, tienen una visión del mundo muy diferente a la del adulto y es vital conocerla. Para Piaget, la inteligencia humana se desarrolla por fases, según la edad. Cada etapa genera nuevas habilidades mentales que determinarán lo que el niño aprenderá. Por ejemplo, de 0 a 2 años, el infante experimenta la etapa sensoriomotora centrada en los reflejos, que se transformarán en conductas instantáneas, hasta llegar a los 2 años, cuando realizará juegos simbólicos como utilizar una escoba como si fuera un caballo.

Los niños y niñas de 0 a 7 años tienen una visión mágica del mundo. Les fluye una disposición amorosa hacia las personas, hacia los animales, hacia las plantas, hacia todos los objetos que les rodean, de manera incondicional. Esta actitud ingenua y de asombro manifiesta una fuerte conexión espiritual con todo lo creado. Esta actitud es un tesoro que se debe incentivar e incluir en el proceso educativo formal. Muchos adultos, por ignorancia y algunas veces por maldad, impiden al niño jugar, o que recurra a su imaginación, porque, según ellos, “eso” no tiene ningún valor.

Los niños que crecen junto a padres y maestros benevolentes, con valores, que les brindan amor y la libertad de ser niños, de jugar empleando su creatividad innata, se desarrollarán como adultos con un espíritu fuerte. Estas personas nutrirán el espíritu de su cultura, de su país, y de un mundo como el actual, hambriento de una relación espiritual que dé sentido a la vida.

El mensaje de mi columna de hoy es para que meditemos cómo ayudar a los niños que viven en condiciones de violencia y de pobreza, que en lugar de disminuir ha aumentado en Guatemala. Nuestras jóvenes generaciones están creciendo en circunstancias terribles sin amor, desnutridos y en condiciones de abuso permanente. Que no se nos olvide que un niño que crece sin amor, sin un buen ejemplo que lo guíe, “tendrá enormes dificultades para discriminar entre la delgada frontera que separa al bien del mal”, susurró el Clarinero.

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