SI ME PERMITE

Aprendamos de la historia

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“Las deportaciones del pueblo de Armenia Occidental no hacen más que ocultar el exterminio de la raza. No existe un idioma que pueda describir semejantes horrores”. Jacques de Morgan

Desde hace ya décadas y en cualquier país donde haya una comunidad de armenios establecidos, cada 24 de abril se recuerda al millón y medio de armenios masacrados por la Turquía otomana. La fecha simboliza la decapitación estructural del pueblo armenio, ya que comenzada la noche del 23 de abril y en la madrugada del día 24. Cientos de intelectuales, religiosos, profesionales y ciudadanos destacados de origen armenio fueron despojados de sus hogares bajo arresto e inmediatamente deportados hacia el interior del Imperio para ser posteriormente asesinados.

En la historia, el 24 de abril resume simbólicamente todos aquellos crímenes de lesa humanidad que los turcos otomanos cometieron en perjuicio del pueblo armenio en el año 1915. Cuando después de un siglo analiza razones o causas por las cuales tan cruel acontecimiento se dio, no hay justificativos, sino simples discriminaciones, prejuicios y rivalidades que en un momento dado pasaron la factura con muertes.

Después de un siglo, habiendo avanzado en conocimiento, educación y ciencias políticas para gobernar, podemos decir que el comportamiento humano no ha cambiado en el fondo y no es lejano el riesgo de que una cosa como esta pueda repetirse. Sin tener que levantar la vista y mirar lejos fuera de nuestras fronteras, deberíamos observar nuestro comportamiento en un país donde la diversidad cultural, étnica y lingüística para los que nos visitan es un mosaico de admirar, aunque para los propios no es así.

Tendríamos que detenernos y analizar nuestro comportamiento reflejado en cómo nos interrelacionamos, cómo valoramos a los que nos rodean y el modo que nos referimos hacia los que no son parte de los nuestros, ya que podemos estar cultivando una relación insana que, en el momento menos esperado, nos puede llevar a repetir la historia que vivieron en la época del inicio del siglo pasado turcos y armenios.

Podemos con un poco de humildad y reflexión entender la riqueza que tenemos en el hecho de que no todos somos iguales, y tampoco tenemos las mismas capacidades o virtudes, lo cual nos hace privilegiados que en la diversidad. Hay un valor agregado que debemos apreciar y valorar antes que rechazarlo o cuestionarlo.

El planteamiento de valoración inicia primeramente en la aceptación como seres humanos y luego debe seguir con un reconocimiento en que lo que nosotros no tenemos como fortaleza otros lo tienen, y esto nos tiene que invitar a unirnos para cooperar y eliminar brechas, para ser más fuertes en lo que juntos debemos enfrentar para el bien de todos nosotros.

Con solo pensar en lo monótono y desagradable que sería si todos fuésemos iguales, nos damos cuenta de que si tuviésemos el mismo modo de hacer las cosas la vida no tendría gracia. Como nación diversa podemos enseñar al mundo cómo crecer y alcanzar nuestras metas, al ayudarnos en medio de nuestras diferencias: la diversidad cultural nos enriquece y no tiene que distanciarnos porque, de lo contrario, todos terminaremos siendo perdedores, ya sea que lo percibamos o no.

Hoy es un buen día para cambiar de actitud, pero también para cultivar relaciones que nos fortalezcan en nuestras debilidades y ser solidarios si en algo somos fuertes y algunos carecen de esa fortaleza.

samuel.berberian@gmail.com

ESCRITO POR:

Samuel Berberián

Doctor en Religiones de la Newport University, California. Fundador del Instituto Federico Crowe. Presidente de Fundación Doulos. Fue decano de la Facultad de Teología de las universidades Mariano Gálvez y Panamericana.