PUNTO DE VISTA

Autocracia y “kakistocracia”

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Jesús Silva Herzog Márquez, en su libro “La idiotez de lo perfecto”, reseña unas ideas de Michelangelo Bovero, el discípulo y sucesor de Bobbio en la cátedra de filosofía política en la Universidad de Turín. Bovero nos recuerda a Polibio y su teoría de las formas mixtas de gobierno. El historiador romano partía de las formas simples y virtuosas de gobierno de Aristóteles y afirmaba que el problema consistía en su inestabilidad: la monarquía degeneraba en tiranía; la aristocracia, el gobierno de los mejores, se transformaba en una oligarquía, el gobierno de los privilegiados; y la república terminaba en el desorden y la anarquía de la demagogia. La solución de Polibio era la mezcla de las formas puras de gobierno para integrar un sistema de equilibrios y complementaciones que ofreciera estabilidad al gobierno. La Monarquía constitucional británica del siglo XIX es un ejemplo al respecto: los poderes del Estado divididos entre la Corona y un Parlamento integrado por una Cámara de los Lores, conformada por aristócratas y una Cámara de los Comunes electa por el pueblo. Lo que no pensó Polibio, nos dice Bovero, es que la mezcla bien podría darse entre las partes corruptas del gobierno. La combinación de la tiranía, la oligarquía y la demagogia es lo que Bovero llama “kakistocracia”: el pésimo gobierno, la república de los peores.

La autocracia moderna con vocación totalitaria es, como diría Bobbio, “anticonstitucionalista” porque vacía de contenido a la separación de poderes, es antiliberal porque no respeta cabalmente las libertades, garantías y derechos de las personas frente al Estado; es antidemocrática porque degrada al pueblo al nivel de masa inerte y “aclamadora”; y finalmente es antipluralista porque el Estado pluralista es un Estado en el cual no existe una sola fuente de autoridad que sea omnicompetente y omnicomprensiva. Como nos dice Bobbio, un estado democrático pluralista debe respetar tres reglas: 1) “Debe garantizar la existencia de una pluralidad de grupos políticos organizados que compiten entre sí, al objeto de agregar las peticiones y transformarlas en deliberaciones colectivas. 2) Los votantes deben poder elegir libremente entre varias alternativas; y finalmente 3) Ninguna decisión de la mayoría debe limitar los derechos de la minoría; en particular, se le debe garantizar a la minoría el derecho de poder convertirse, a su vez, en mayoría, en las periódicas verificaciones del consenso”. La autocracia, obviamente, es también centralista y por tanto se opone a las autonomías regionales y municipales. El socialdemócrata alemán Eduard Bernstein dijo una vez: “Es una experiencia eterna el hecho de que todo hombre que tiene en sus manos el poder es llevado a abusar de él, procediendo así mientras no encuentre límites”. Por eso, Bobbio nos dice: “Toda la historia de la filosofía política puede ser considerada como una larga y atormentada reflexión sobre el tema: ¿cómo se puede limitar el poder?”. Solo el poder limita al poder.

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