FAMILIAS EN PAZ

Autoridad, dignidad

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La dignidad es una cualidad intrínseca en todo ser humano; no depende de raza, color o posición económica, pero que está estrechamente relacionada con lo que hacemos. Se dice que una persona es digna de respeto cuando se comporta de manera decente, noble, generosa, íntegra, respetuosa hacia sí mismo y hacia los demás.

En la antigua Roma era considerada como un bien valioso que la persona acumulaba a lo largo de su vida, a través de una conducta intachable, por los valores y virtudes que regían su vida, pero principalmente por el desempeño correcto en cargos de autoridad que hubiera ejercido.

La autoridad, la integridad y la dignidad son cualidades interdependientes; necesarias en cualquier forma de gobierno. La integridad es la característica de las personas probas, rectas, intachables que les permite actuar con justicia, rectitud y equidad. Este principio es aplicable tanto en la vida privada como pública: los padres frente a sus hijos, el gerente frente a sus subalternos, el maestro frente al alumno, el líder religioso frente a la congregación y primordialmente los gobernantes frente al pueblo.

Estos últimos ostentan un cargo honorífico que les trae prestigio y excelencia, por lo cual se espera que su comportamiento sea coherente con su posición de dignatarios. Ya sea que reciban la autoridad por medio de la elección o por designación, su ejercicio demanda diligencia, fidelidad y rectitud personal. Quien elude su responsabilidad o es indiferente ante los desafíos del cargo, o peor aún, quien aprovechándose de su posición coacciona, manipula, miente, roba, mata o se enriquece a costa de los recursos públicos, pierde su dignidad, socava su autoridad.

Sin integridad no hay credibilidad. Solo el que la mantiene se hace digno, motivando a que las personas lo sigan, no por el cargo que ostenta, sino por su conducta intachable. Lamentablemente hay muchos que solo ejercen el poder pero sin autoridad, y peor aún sin dignidad, lo cual los hace peligrosos porque la única alternativa que tienen es apoyarse en la fuerza o en la violencia para implantar sus criterios u obtener sus intereses egoístas. Llegado este punto, no hay más por hacer, lo más sensato es apartarse del ejercicio del poder.

El sabio Salomón decía “Bienaventurada tú, tierra, cuyo rey es de noble cuna y cuyos príncipes comen a su debida hora, para fortalecerse y no para embriagarse”. Este tipo de dignatarios son los que inician la verdadera transformación social, porque buscan fortalecerse y no disiparse en los placeres del poder. Lo que más destruye a una nación no es la falta de leyes, sino los prejuicios, el egoísmo y la soberbia de aquellos que fueron investidos de autoridad, y que con sus actos pervierten el derecho y la justicia.

Se necesitan hombres con legítima autoridad, dignos, íntegros, que se consagren al servicio del bien común, que prefieran la muerte antes que perder el honor o faltar a su palabra, que reconocen que la autoridad ha sido dada por Dios a quien representa y ante quien deberán dar cuenta de cada uno de sus actos.

Exijamos a los gobernantes, integridad y dignidad.

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