El camino

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Son tan constitutivas de la humanidad que de un modo u otro se las plantea el estudiado y el analfabeta, el pobre y el rico, el que vive en la ciudad y el que trabaja en el campo. Son preguntas que manifiestan cómo toda persona debe construirse con las acciones de cada día y puede tomar los más diversos rumbos que la pueden lograr o malograr.

Una persona puede plantearse esas preguntas con mayor o menor claridad, con mayor o menor decisión de responderlas o puede sepultarlas en el rimero del olvido para no enfrentarlas. Plantearlas y responderlas con coherencia y autenticidad nos humaniza.

Se puede responder a esas preguntas proponiéndose objetivos muy concretos y de plazo temporal, como por ejemplo sacar adelante a la familia, cumplir y realizar el trabajo con responsabilidad y con el propósito de ser útil a la comunidad para buscar el bien común.

Quien responda a esas preguntas básicas con acciones de esta calidad hace mucho y hace bien.

Pero no pocas personas también pueden pensar: he formado a mi familia, mis hijos han salido adelante, he cumplido bien mi trabajo y he contribuido así al bienestar de la sociedad, he participado según mis habilidades para ayudar a que mi comunidad sea más humana y más justa.

¿Se agota aquí el sentido de la vida? ¿Me queda solo esperar la muerte y que me recuerden como una persona de bien? ¿Hay algo más?
Estos planteamientos son la puerta hacia la fe.

Esa última pregunta —¿hay algo más?— se queda a la espera de una respuesta que supera la capacidad humana de hacer y proyectar. Algunos dicen que es una pregunta inútil porque no tiene respuesta humana posible.

Otros decimos que es la pregunta clave de la existencia, pues abre la mente hacia ese otro ámbito de la realidad que está más allá del espacio y el tiempo.

En sus últimas enseñanzas a sus discípulos, cuando la muerte era para Jesús un hecho inminente, se despidió de ellos con estas palabras: “En la casa de mi Padre hay muchas habitaciones.

Voy a prepararles un lugar. Cuando me vaya y les prepare un sitio, volveré y los llevaré conmigo, para que donde yo esté, estén también ustedes”. Estas palabras tienen validez no solo para sus discípulos contemporáneos, sino para todos los que crean en él a lo largo de los siglos.

Jesús es un personaje histórico con validez universal, porque su persona, su vida, su mensaje responden a las preguntas que nos caracterizan como humanos. Por eso también Jesús dice de sí mismo: “Yo soy el camino, la verdad y la vida. Nadie va al Padre si no es por mí”.

La fe cristiana afirma que la expresión plena y definitiva de Dios se ha dado en Jesucristo y que a Dios se llega auténticamente solo a través de Jesús, pretensión que acredita y confirma con su resurrección. El Dios que humaniza a quien cree en él, es el que ha hecho el camino del hombre. Ese es Jesús.

ESCRITO POR:

Mario Alberto Molina

Arzobispo de Los Altos, en Quetzaltenango. Es doctor en Sagrada Escritura por el Pontificio Instituto Bíblico. Fue docente y decano de la Facultad de Teología de la Universidad Rafael Landívar.