El Cambray, una tragedia anunciada

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UNA VEZ MÁS, LA MEZCLA de necesidad de vivienda, irresponsabilidad de las autoridades y desconocimiento o el descuido de los riesgos de vivir en lugares no aptos, pasa una trágica factura. El Cambray, situado en las cercanías de Santa Catarina Pinula, fue el escenario de un deslave cerca de la media noche del jueves, provocado o acentuado por las fuertes lluvias de la semana pasada en la región central del país. A las 18:30 horas de ayer, cuando escribo  este comentario, el número de muertos asciende a 131 y la de desaparecidos a 300, en una tragedia empeorada por el hecho de haber sido evitable con solo cumplir las normas elementales de dónde no construir casas.
 
LAS LLUVIAS son los peores riesgos para un gran porcentaje de la población. De hecho, son los más grandes riesgos naturales del país, porque ciertamente ocurrirán cada año y porque sus causas tienden a aumentar debido al crecimiento demográfico. Los sismos son el resultado de peligros causados por la composición de nuestro planeta, pero no podemos saber cuándo van a ocurrir. Ahora sólo se pueden conocer secuencias y períodos en los cuales puede esperarse un movimiento telúrico. Pero el caso es distinto cuando se trata de derrumbes. Es posible prevenirlos y existen informes técnicos cuya exactitud permite saber dónde es demasiado el  riesgo de construir casas, sin importar la calidad de los materiales, y estas se vuelven trampas mortales.
 
SE TRATA DE UN COCTEL macabro.  La superpoblación provoca éxodos a la capital guatemalteca, situada en un área rodeada de barrancos con laderas pronunciadas y de material terrestre muy liviano, sostenido en buena parte por las raíces de los árboles. Estos son talados para construir la viviendas, con lo cual el material aumenta su inestabilidad, incrementada por las lluvias. En determinado momento, por razones de aguaceros muy copiosos, de movimientos telúricos —aunque no sean de gran magnitud— o simplemente de pérdida de estabilidad, las laderas de los cerros se derrumban y arrastran consigo las casas, cuyos habitantes tienen una alta posibilidad de morir soterrados, en especial si el deslave ocurre, como en esta ocasión, durante la noche.
 
 POR CAUSAS  POLÍTICAS, se toman decisiones aparentemente bondadosas pero en realidad crueles por sus efectos no percibidos porque de alguna manera se encuentran ocultos o son difíciles de entender. Un ejemplo claro es otorgarle títulos de propiedad a quienes son invasores de laderas: esos papeles les otorgan una falsa seguridad a los recipiendarios, porque nadie los puede sacar legalmente de los lotes donde han construido sus casas. En realidad, están siendo condenados a vivir en un riesgo permanente, a orar porque cada aguacero no se convierta en una especie de guillotina. La ventaja de vivir cerca del centro de la ciudad se paga con una segura muerte cuando ocurre cualquier fenómeno natural de los anteriormente citados.
 
SON CONMOVEDORAS las escenas de personas buscando desesperadamente a sus familiares, o de voluntarios tratando de sacar a los soterrados. Esta vez me afectó ver a toda una serie de personas, todas pala en mano, haciendo esa tarea, con un telón de fondo de una tierra con color y consistencia de espumilla. Porque geológicamente, eso es el suelo de las laderas situadas alrededor de la urbe. La solución a estos riesgos transcurre por una serie de caminos distintos, cuyo final es el mismo, pero difíciles porque tienen relación con aspectos políticos, económicos, sociales, religiosos, ideológicos. Como sea, es conveniente recordar a esa tragedia como un hecho perfectamente evitable si siquiera se cumplieran con las normativas técnicas.

ESCRITO POR:

Mario Antonio Sandoval

Periodista desde 1966. Presidente de Guatevisión. Catedrático de Ética y de Redacción Periodística en las universidades Landívar, San Carlos de Guatemala y Francisco Marroquín. Exdirector de la Academia Guatemalteca de la Lengua.